El pasado domingo 7 del corriente tuve que internar a mi madre por una neumopatía grave, dado su edad avanzada (92 años), su condición era de un tono bastante delicado. Cuando uno llega a un sanatorio en una situación como ésta, llega atado de pies y manos, quedando a la espera de las palabras de los médicos de guardia que nos informarán qué medidas se pueden adoptar. Es aquí donde comienza esta historia, donde los protagonistas son quienes se llevan todos los méritos. Fuimos recibidos en la sala de guardia por la doctora Ana Capelletti, quien luego de haberse tomado el tiempo prudencial para evaluar a mi madre y lograr un diagnóstico, me puso al tanto de la situación. Quiero destacar la calidez y el nivel de contención que la doctora mantuvo en un momento tan delicado y donde empezaba a entender que la situación además de delicada era irreversible. Luego de unas horas, mamá fue llevada a una sala, donde los niveles de atención de los enfermeros y enfermeras es para destacar. Ubicarse en mi situación es difícil dado que los momentos que se avecinaban no eran los más agradables. El día posterior se apersonó la doctora Celeste Hernández, médica clínica del piso. Siendo una persona tan joven es de destacar también su amabilidad y nivel de contención para con nosotros, donde nos mantuvo informados momento a momento de lo que sucedía con la salud de mi madre, día tras día, hasta que todo terminó. Sin ser monótono, quiero destacar la humanidad con la que se trabaja en este sanatorio, y decirle a su director que debe estar orgulloso de tener dentro de su plantel personas que entienden del dolor y de los sentimientos cuando llegamos a un lugar como este en situaciones como las que me tocó vivir. Fuimos atendidos de una forma excelente, que deberíamos considerar como normal, pero hoy, cuando en nuestra sociedad que está todo tan transgredido, es bueno que lo podamos destacar. Gracias a todos y por todo, a pesar del gran dolor.