En seis murales Pablo Siquier invita a recorrer sus intrincados y laberínticos murales geométricos. El blanco y el negro de sus obras abren el juego para que cada uno encuentre el color que prefiera. Los caminos truncados, las líneas rectas y curvas que se cruzan y entremezclan son el campo donde uno puede buscarse aunque no siempre encontrarse.
Siquier expone, hasta el 23 de este mes, en el Museo Diario La Capital. Sus murales interpelan, la mirada difícilmente pueda ser neutral. Pensados casi como diagramas de flujo de las grandes ciudades, y aunque sus contextos pueden parecer caóticos, proponen un entorno silencioso para hacer el propio camino. Libre de conceptos y banderas, las obras se entregan como terrenos urbanos deshabitados que pueden ser colonizados, llenos y vacíos al mismo tiempo.
Para Pablo Siquier no existe la inspiración al momento de crear, sino el esfuerzo. Considera que hay artistas talentosos y otros esforzados, él se ubica como integrante del segundo grupo. "Más que inspiración lo mío es esfuerzo, prueba y error, y mucho trabajo con el material que va surgiendo en cada serie, en cada proyecto", reflexiona en diálogo con La Capital.
Siquier (Buenos Aires, 1961) realizó sus primeros estudios de pintura en el taller de Araceli Vázquez Málaga. Simultáneamente, concurrió a la Escuela Nacional de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón y al taller de Pablo Bobbio. El prefiere decir que estudió "poco y nada" pero que viajó "mucho en colectivo", quizás por eso opina que "el arte contemporáneo es comentarista de la ciudad".
Los murales de Siquier cuentan la ciudad y a la vez son parte de ella. Algunas de sus obras pueden descubrirse en alguna galería del subte porteño o en el frente de algún edificio de Puerto Madero.
Amante de las formas geométricas, donde se intrincan los ángulos y las curvas, utiliza al arte como método para dominar los estímulos desmedidos que imponen las grandes ciudades. Si bien sus influencias artísticas también pasan por otras disciplinas, el flujo de las grandes metrópolis es su impronta más marcada. Afirma que las grandes urbes son un monstruo que abruma a todos y donde cada uno hace lo que puede con ellas. Su trabajo es su forma de administrar, de absorber, ese caos informativo de signos y estímulos.
Está convencido de que el ámbito de exposición no es un dato menor. "El público que concurre a museos y galerías de arte es totalmente diferente a aquel que se encuentra con las obras en la calle. El de los museos es uno y el del espacio público es el resto, todo el resto junto", dice. Las obras funcionan así de diferente manera según el lugar donde se muestren.
"Es en la calle donde considero que el artista tiene la responsabilidad de no contribuir al caos de la ciudad sino acompañar el fluir de la gente hacia su trabajo o esparcimiento. El momento del arte público no es el momento donde el artista deba ponerse a criticar". Siquier dice que el arte puede ser todo lo crítico y repulsivo que quiera e incluso es justo que lo sea, pero no en el espacio público. En la calle el transeúnte se expone a una infinidad de estímulos y en medio de este contexto el arte debe acompañar ese fluir, no imponer ningún discurso ni plantear un problema más.
El espectador de la obra de Siquier no tiene muchos indicios al momento de abordarla. El artista confiesa que sus cuadros y los títulos de sus obras no ayudan mucho al espectador en las interpretaciones. Considera que sus trabajos son bastante silenciosos y dejan que el observador haga su propio recorrido de formas. Su obra intenta recurrir a las imágenes y al consumo de diseño, de arquitectura y de formas que cada uno porta. Recurre al inconsciente colectivo de las formas, una combinación entre recuerdos, reconocimientos y formas abstractas puras donde la experiencia del espectador está bastante abierta.
En cuanto a la técnica que emplea para abordar cada una de sus creaciones, el artista cuenta que se impone el diseño de la imagen y luego la técnica adecuada para que esa imagen se manifieste. El mural es la consecuencia de que las telas no pueden ser lo suficientemente grandes. "Siempre me gustó pintar grande, y me gustan las pinturas de gran superficie", dice Siquier.
Así, su preferencia de pintar directamente sobre la pared surge de la necesidad de la escala. Aclara que al hacer murales entran en juego las condiciones físicas del lugar pero la técnica simplemente responde a las necesidades.
El carácter silencioso que atribuye a su obra hace que le resulte difícil definirla. Pero al hablar de ella dice: "Creo que es una especie de celebración de la diversidad de la ciudad, la pluralidad formal, cultural y estilística de una gran urbe. Es una celebración apagada, tranquila, de esa diversidad".
Hasta el 23 de diciembre en el Museo Diario La Capital, Sarmiento 763, de martes a domingo, de 15:30 a 20.00.