"Hay dos formas de viajar. Una, en naves de recreo, realizando la molesta vida social que imponen los cruceros de placer. Otra, la que he escogido yo deliberadamente, conviviendo con gente que trabaja a bordo, imponiéndome sus costumbres", escribe Roberto Arlt. Más de tres décadas después, Rodolfo Walsh viajará de ese mismo modo. Y evocará, por ejemplo, el diálogo que tuvo con el hombre que fue a esperarlo al aeropuerto de Cambá Punta, en Corrientes, un antiguo poblador de la zona "con una de esas caras sacadas de un cuento de Hemingway", según describirá. "Así que piensa entrar al Iberá", dice el hombre. "Si puedo", contesta el periodista. El otro advierte: "Entrar es fácil. Lo difícil es salir". Ni el lugareño ni Walsh saben que esas palabras, vistas al trasluz de la historia, tienen algo de oscura profecía.
Los textos de Arlt y Walsh son como afluentes de las mismas aguas. Por eso ha sido tan buena la idea de la Universidad Nacional de Entre Ríos y la del Litoral, que a través de sus editoriales —Eduner y Ediciones UNL— publicaron un libro esencial. Se trata de El país del río: aguafuertes y crónicas, que reúne obra de estos dos enormes escritores y periodistas.
La historia es así: en 1933, Arlt realizó un viaje periodístico siguiendo la costa del río Paraná en un pequeño barco de carga. Sus notas aparecieron en el diario El Mundo con el título "Aguafuertes fluviales". Si bien Eduner editó en 2015 un pequeño volumen con una selección, recién en este libro aparecen todos los textos. Y es que esas aguafuertes forman parte de la extensa colaboración de Arlt con El Mundo, desde 1928 hasta 1942. A mediados de los sesenta Walsh, que por entonces tenía 39 años, viajó varias veces a Corrientes, Chaco o Misiones. También a la isla del Cerrito, en la confluencia de los ríos Paraná y Paraguay. De estos viajes surgieron una serie de notas para la revista Panorama. Algunas —como "Carnaval caté", "San La Muerte" o el bellísimo "Kimonos en la tierra roja"— forman parte de este libro y también del imprescindible El violento oficio de escribir, que reúne la obra periodística de Walsh y que fue reeditado de manera reciente por De la Flor. En ambos se incluye además una colaboración especial para la revista Adán por la cual Walsh viajó al estero del Iberá.
Cuando la obra del autor de Operación masacre se pone en contacto con la del artífice de Los siete locos, las palabras entran en combustión. Y allí, en ese diálogo, está la gracia de esta lectura renovada. Como señala la editora Cristina Iglesia, encargada también del prólogo de El país del río, el libro reúne dos miradas, dos modos de aventurarse en los espacios del nordeste argentino. Y si bien cada uno construye su propio paisaje, por momentos las miradas convergen. "Si dos escrituras diferentes en el tiempo, en la estética y particularmente en el modo de mirar y narrar podían y debían reunirse en un solo volumen, no era sólo porque ambos se hubiesen adentrado en el país del sauce —esa región acuosa y ambigua del nordeste argentino—, sino sobre todo porque algunas veces se detenían y se dejaban atrapar por la seducción de un mismo trayecto o subrayaban la misma molestia, la misma incomodidad ante el atraso y la pobreza", indica Iglesias. El guiño regional no es azaroso. Este libro forma parte de la colección El País del Sauce, que se ocupa de rescates maravillosos, como los poemas tempranos de El junco y la corriente, que Juan L. Ortiz escribió tras una gira por China y la Unión Soviética o El río Paraná. Cinco años en la República Argentina, donde la alsaciana Lina Beck-Bernard cuenta una travesía que se inició en el puerto de Southampton, en Inglaterra, en 1857, en una época donde escaseaban las mujeres cronistas.
Para quienes conocen la zona, siempre es un ejercicio interesante confrontar la mirada local con la del visitante. Arlt describe una ciudad de la década del treinta, muy distinta de la actual: "Son las siete de la noche. Hemos amarrado hace dos horas en el puerto de Rosario. (…) Di unas cuantas vueltas y en cuanto llegué a la primera calle absorbí rápidamente la atmósfera provinciana que flota sobre la ciudad y se refleja en sus fachadas pintadas de verde claro, aluminio o chocolate aguado". Sin embargo, también señala el carácter cosmopolita rosarino, los acentos venidos de diversas regiones que bordan un tapiz multicolor. Su mirada está imbuida en la de sus interlocutores portuarios, que son su guía a lo largo del Paraná. De hecho, el escritor no deja de admirarse de la diversidad de paisajes que conviven en "el río negro como boca de lobo".
"Sobre la tierra roja que se abre muy cerca en perspectivas de selva, las muchachas bailan vestidas con el kimono y el obi multicolores y tocadas con grandes sombreros de paja. El tiempo, el sol y el agua han propiciado la cosecha que las conmovidas voces agradecen al cielo en su canto, mientras las manos miman el movimiento de sembrar", escribe Walsh. Y aclara que no se refiere a Japón sino a mujeres campesinas en Misiones. "Kimonos rojos" indaga el vínculo entre la zona mesopotámica y las tierras orientales de Yasunari Kawabata, a quien Walsh leyó.
Pero una crónica no es una mera descripción de un lugar sino el modo en que alguien puede contar cómo y qué mira cuando se detiene en un lugar. En ese sentido, Walsh es un maestro, capaz de reinventar el vínculo entre mirada y escritura. No es casual que en ese tránsito resuene aquella idea de Horacio Quiroga, otro escritor que también amó Misiones y que proponía contar "como si tu relato no tuviera interés más que para el pequeño ambiente de tus personajes, de los que pudiste haber sido uno". Pues bien, estas crónicas fueron pensadas para un público. Pero son mucho más que periodismo: son la evocación de un mundo. Sin abandonar el universo de lo real como premisa, Walsh construye una escritura tan exquisita que la realidad pervive más allá de la coyuntura. Es una realidad que se reinventa cada vez que un lector se acerca a ella.
Alguna vez, a Walsh le preguntaron si le gustaría escribir como Arlt. Él respondió que admiraba su fuerza, su decisión de enfrentar a los personajes, incluso su resentimiento. Pero que no podía decir que quisiera escribir como él. El país del río permite acercarse nuevamente al rumor de dos voces distintas que, desde su singularidad, aún nos cuentan quiénes somos.