Todo aquello que se inscribe en la historia finge cada comienzo como verdadero. Olvida que el principio de los principios jamás se encuentra allí. La lengua nos vuelve únicos herederos de un secreto. Aquí lo llamamos Yo.
Por Ariana Daniele
Todo aquello que se inscribe en la historia finge cada comienzo como verdadero. Olvida que el principio de los principios jamás se encuentra allí. La lengua nos vuelve únicos herederos de un secreto. Aquí lo llamamos Yo.
Alguien ha dicho: Dios no ha muerto. Hemos encontrado el cuerpo del autor, vivo. Enterrado bajo miles y miles de capas de tierra, pero vivo. Inexplicablemente, vivo. Respirando por una línea tan fina como la de su propio trazo. Ese hombre ha dicho: Yo. Ha estado muriéndose todos estos años.
El yo es la desaparición de cierto ser en el mundo. Esa es su identidad. Escribo porque hay alguien que nunca ha dicho mi nombre. Matarían con la misma bala mi palabra, mi cuerpo, mi persona. El pacto es que no haya distancia.
¿El mundo está en mí o yo estoy en el mundo? Para decir Yo hay que estarse muerto en alguna parte. La voz que habla en mi interior escribe en el silencio. La voz que habla con el mundo escribe sobre un papel. ¿Dónde reside la escritura primera? ¿No deja acaso la voz al irse un lector vagabundo, no es la ausencia de letra la voz del recién nacido?
¿Qué significan para la literatura la escritura como proyecto de muerte y la vida como proyecto de escritura?
Toda época recobraría su espíritu si escribiera sus cartas.
Albert Béguin escribe: “Cuando no se trata de literatura, considerada como puro virtuosismo de expresión y abierta, por consiguiente, a todas las formas de imitación; cuando, por el contrario, el problema es la poesía, romántica o moderna, que pretende asimilarse a un conocimiento y coincidir con la aventura espiritual del poeta, la «influencia» tiene una importancia enteramente accidental. Cuando mucho, hace posible la osadía de una tentativa aún tímida, favoreciendo el brotar de los gérmenes o apresurando su desarrollo; pero antes es preciso que el germen exista y pueda crecer, y si es auténtico, no lo haría nunca sin tomar en seguida una forma que solamente a él le pertenece”.
No hay verbo capaz de cerrar lo abierto. Quizás sea esta la influencia más primitiva.
El francés, cuando arma una frase, jamás olvida el sujeto. Lo reafirma. No lo da por hecho. No existe verbo sin persona, salvo cuando se está dando una orden.
Supe que había nacido poeta cuando me vi mirando a mi madre, a los cinco años. En aquellas imágenes que la cinta se esforzaba por reproducir hacia adelante, había algo completamente detenido en el tiempo.
Quien sabe de dolor todo lo sabe. Pero es su reverso lo que se nos devela con mayor urgencia. Quien no sabe de dolor todo lo ignora.
Nací antes que mi madre, ella nunca lo sabrá.
Estoy influenciada por las palabras que nunca podré decir, por los lugares a los que nunca podré volver, por los libros que jamás leí, por las canciones que nunca escuché, por los cuentos que nunca me contaron, por el límite inhallable, por el ídolo vivo que jamás veneraré.
Llevo conmigo la soledad de no haber hablado nunca con nadie. ¿Será que el único diálogo verdadero se da entre las épocas? Cada boca es enigma porque entierra un ser en el lenguaje.
Hablar una lengua propia es volverse extranjero. ¿Cómo acceder a los símbolos que cada poeta se forja en su soledad?
Hablar no para todos, sino para el cada uno que somos todos conllevaría una verdadera revolución en el lenguaje.
Mi padre eligió mi nombre desconociendo el mito. Mi madre se casó de negro desconociendo el símbolo. Es el sentido lo que acaba por estallar en el espíritu.
Pocas cosas justificadas por la lengua hay como llorar en silencio.
Uno llora las palabras que quieren decirse y no existen.
Hay cruces que no las ha puesto Dios y en nombre de Dios existen y se lloran.
¿En qué lengua decir lo que alguna vez empezó diciendo: “Y si fuera cierto”?
¿Será el espejo esa imagen que se levanta como polvo después del silencio al que somete mis palabras?
Saber que es la voz de otro la que hace el gesto.
La mano de otro la que me sacaría viva si pudiera.
Hay que saber que si se hace una pregunta en el lugar del abrazo se recibe con los brazos abiertos toda la soledad del mundo.
He hablado. He cortado en dos para siempre y en ese corte invisible hay un solo mundo para dejar ir y un solo mundo para recibir.
La hora de “entrar a casa” nunca se anuncia. Jugamos sin decir “es la hora”.
Pecado pronunciado en la tierra, la noche que va cayendo.
Ningún Dios puede ser nombrado por mí esta noche, en este mundo.
Dicen que pensar es quedarse solo. Reducirse a la sombra y no poder dibujar siquiera un puente es ausencia en alguna lengua.
El día adherido a la noche, ensamble que traiciona el origen. ¿Por qué todo junto, amalgamado donde se construye la materia? ¿Por qué no un hilo del cual tirar primero? ¿Quién me quiso tanto para dejarme sola en la sospecha? ¿De dónde esta confianza suprema para caminar entre los muertos y no tener otro miedo que el propio?
Aquel que atraviesa el nombre con una flecha. Y sangra la palabra.