Hay autores o autoras que con publicar un texto, un poema o un cuento nos hacen una promesa involuntaria: apenas entrevemos un mundo nuevo y ansiamos ¡que haya más! La rosarina Lila Gianelloni es de esas escritoras que plantan la ilusión. Sobre todo desde la publicación de Mapamundi (Paisanita, 2018), que consta de nueve relatos muy breves unidos entre sí por la misma trama y voz narrativa, una niña pequeña al cuidado de sus abuelos del campo; hasta la aparición de Lobo (Libros Silvestres, 2019), un relato, también muy corto, que narra el encuentro de un perro de caza, adiestrado, con un lobo solitario, salvaje. Esa sutileza del roce entre dos naturalezas no tan distintas en una noche de luna llena encierra también un poema y es una muestra perfecta de la narrativa de Gianelloni: minimalista, profunda en la superficie, sugestiva y conmovedora. Esta autora, que escribe mucho y publica poco, recibió dos veces la primera mención del Fondo Nacional de las Artes en el género “Cuentos” en 2010 por el libro La madre oscuridad (inédito) y en 2016 por Mapamundi. El mes pasado Lila sorprendió con un nuevo libro, Volver a casa (Obloshka, 2022), que reúne cuentos que trastocan en brevedad y belleza el desencanto y la soledad en el lejano país de la infancia.
La entrevista se acordó un día antes de que Lila presentara por primera vez el libro en Buenos Aires, ocasión en la que estuvo acompañada por la narradora Liliana Heker, su maestra pero sobre todo su amiga. “La afectividad es el motor de la acción, quiero decir, el amor. Yo tengo un respeto reverencial hacia ella y hacia su saber, pero nosotras nos queremos, porque yo respeto a muchas personas pero acá hay amor”, aclaró la autora sobre Heker. En Rosario, el libro se presentó en el Museo de la Ciudad, con la compañía de las escritoras Melina Torres y Paula Galansky. A propósito de este libro, Gianelloni destacó el trabajo con Obloshka, “una editorial pequeña pero maravillosa”, y aseguró: “Me gusta trabajar con mujeres, me siento muy cómoda. Es importante que haya editoriales dirigidas por mujeres, es como una revancha, yo vengo de una generación en la que eran todos hombres en el mundo de la literatura. Me han favorecido los vientos que corren, para que los caminos no sean tan trabajosos, porque entre nosotras nos la hacemos más fácil, hay algo en lo que nos entendemos”.
Sin apuro por publicar, Gianelloni tiene en claro dos cosas: no hay que tomárselo demasiado en serio, pero sí lo suficiente como para responder por la propia obra. “El libro espera”, explicó la narradora, para quien la mirada de los y las lectoras es fundamental para completar una obra. Se considera una escritora sin mucha disciplina, más bien silvestre, intuitiva y observadora: una puerta entreabierta, una cortina que se corre, pueden disparar una historia entera. Otra cosa que Gianelloni dejó ver en la charla es que lee con la misma sensibilidad poética y humana con la que escribe. “Hay libros que aunque sean hermosos, y sé que viene algo muy tremendo, digo bueno, voy a esperar un poco porque esto me hace daño, porque me creo todo. ¡Cuando leo yo me creo todo, todo!”, y agregó: “Si tengo mucho calor en verano voy a buscar algo del invierno, del frío y la nieve, Jack London, los rusos; y en invierno, leo cosas tropicales, cosas que ocurren en otros escenarios, porque nadie dice «hace calor», pero vos lo sentís, qué se yo. Si tenés frío y agarrás El corazón de las tinieblas, de Conrad, te sacás el pulóver, o Noches blancas de Dostoievski, estoy en ojotas y me tengo que ir adentro porque estoy leyendo a los rusos”.
—Sos una lectora poco convencional…
—Como lectora soy complicada, yo leo para olvidar, como quien toma para olvidar. No tomo como el que tiene sed, tomo para olvidar, entonces leo como una poseída. Y a veces uno lee para saber cómo está hecha la carpintería, cómo el autor o autora resolvió esto que a mí me resulta tan complicado, pero no todo se puede explicar, ni todo se puede saber, hay cosas que son inexplicables y es lo que hace extraordinario a ese escritor al que yo recurro e ingenuamente creo que puedo descifrar, pero bueno, alguna pista me da. Por ejemplo, Alice Munro, que me enloquece, me encanta, voy y leo sus cuentos y me lleva tanto por sus caminos que después me olvidé de prestar atención a cómo lo escribe, ya estoy ahí, y después resolveré algunas cosas de la escritura por instinto.
—¿Tenés algunos trucos o técnicas de escritura?
—Hay buenos criterios que establecen personas con muchos saberes, yo no tengo muchos saberes, yo soy un poco silvestre, y me dejo llevar por cierto instinto. No es un método de trabajo, es mi forma. Yo escribo y corrijo en la cabeza. Escribo a mano primero, después me gusta imprimirlo y dejarlo al lado de la cama. Hay un momento muy temprano a la mañana, apenas me despierto en que estiro el brazo, así acostada como estoy, y leo: entre el sueño hay un momento en el que se tienen percepciones muy afiladas, hay una sensibilidad especial; es en otro nivel, porque todavía estás dormida pero no estás dormida y podés advertir cosas intangibles: ahí aparece una verdad, es el momento de pescar entre las palabras, como dice Clarice Lispector, uno puede hacer alguito, incluso pescar las cosas que no van. Es un momento del día extraordinario también para el oído, para escuchar, porque hay una música, pero también el silencio; lo que callamos y lo que no escribimos, lo que dejamos afuera, los silencios son lo más importante. Pero no por mezquindad o falta de información, ni porque no se pueda decir, sino porque uno decide que eso es lo que va construyendo el vínculo con el lector, no explicarle cosas, si no que nos vamos a encontrar en ese lugar, en lo no dicho.
—Hablando de mezquindad, qué poquito que publicaste…
—Hay mucho ruido en este mundo, eso me digo a mí misma, porque una tiene la ilusión de que algo valga la pena, pero no sé por qué, porque lo más lindo de la literatura es su inutilidad. Una práctica verdaderamente inútil, porque no me vengan con que la literatura o la lectura mejora el rendimiento intelectual, es todo mentira, la literatura es lo que es, hay gente que no lee y está muy bien, pero me gusta compartir ese inmenso placer que nos da a los que nos gusta leer, es indescriptible. Y uno piensa que los que no leen se lo pierden, pero yo me imagino a la gente que corre maratones, yo no puedo correr ni una cuadra y a mí no me daría placer correr un maratón pero debe ser extraordinario. Esa visión totalitaria del mundo, ¿qué hace la gente que no hace las cosas que me gustan a mí?, bueno, hace otras cosas. Pero sí creo que la literatura nos provee de algo que no podría faltar, es un invento extraordinario.
—¿Cómo se ordenaron los cuentos de Camino a casa?
—Es muy trabajoso armar un libro, es como construir un mundo nuevo. Por ejemplo, Mapamundi salió de corrido, los cuentos salieron ordenadamente, y para este libro, aunque algunos cuentos fueron escritos desde 2007 y otros son más nuevos, también muestran una solidaridad y un diálogo entre sí, y para mí tiene que haberlo, no sé si advierte, pero yo necesito muchos cuentos para armar un hilo.
—Sí, por ejemplo la infancia está presente en casi todos…
—Hay muchos niños, muchas caras distintas, muy primitivas, a las que necesito volver y lo hago, no me preguntes por qué. Es en contra de mi voluntad pero no puedo contrariar ese deseo porque se me presenta el cuento así: una voz de un niño, de un adolescente, porque no son muy adultos mis personajes, y si son adultos no se comportan como tales; también hay muchos hermanos, y en general son personas bastante solas. Viste que el principio de Ana Karenina dice que todas las familias se parecen, pero las infelices lo son cada una a su manera, y los niños también, los niños felices se parecen y los niños infelices lo son cada uno a su manera.
—En los cuentos se rompe un poco con la creencia de la infancia como un estado ideal, y como vos decís, hay mucha soledad.
—Sí, y es la soledad que nos permite ser lo que somos, porque la infancia decide lo que somos de adultos. Los niños son una materia delicadísima, es terrible la infancia y prácticamente no tiene defensores, hay defensores de la infancia en general, pero no de los niños en particular. También en la infancia aparece lo siniestro, que es lo natural, o es una torcedura de lo natural. Es por ahí y de pronto vemos la otra cara de la luna.
—En muchos autores lo siniestro es “el tema”, ¿qué hacés vos con esa “torcedura”?
—A mí me interesa lograr esa ambivalencia sin hacer algo chocante. Y sí, hay literatura que a esa torcedura se la lleva al fondo pero a mí me gusta laburar ese límite, en la sugerencia, de que está por pasar algo terrible o no, pero que eso ocurra en la mente del que lee, que eso se le ocurra al lector. ¡que se haga cargo él de lo que se imagina! Pero sí, lo peor puede ocurrir, existe esa posibilidad, en la historia o en un personaje que tiene el poder de hacer lo peor y no hacerlo, ese límite, que depende de una decisión que es tan humana, me gusta compartirlo con el lector.
—Tu narrativa comparte una condensación que es muy propia de la poesía, pero también responde a los tiempos del lector actual.
—Sí, pero no es buscado, si tengo que escribir un mamotreto lo escribo, lo haría, pero la brevedad es algo que me acompaña, para no invadir. Que me invadan Tolstoi o Chejov con sus obras completas, yo trato de molestar lo menos posible. Yo soy silvestre, me agarra así, me voy a caminar, veo una puerta entreabierta, una cortina que se corre, veo un florero o unas flores en un jardín, siento un aroma y ya se me disparó una historia o una imagen. Son muy cortas las cosas que yo escribo, tal vez en otro momento escriba más largo, a veces escribo poesía, no lo sé, esa ráfaga es lo que yo puedo ofrecer, en este mundo que está lleno de información, y de cosas hermosas y maravillosas para leer, yo puedo ofrecer una mirada; ese segundo, ese resplandor que yo veo, y hacerlo lo más breve posible para ocupar el menor tiempo posible, y si te gusta lo volvés a leer, y listo.
—¿Qué consejo le darías a un escritor o escritora que está ansiosa por publicar?
—¡Justo a mí me preguntás, que espero tanto! Yo le diría que espere y más si es jovencito, ¿pero sabés para qué me preparo yo?, para dar cuenta de lo que escribí, para poder responder por eso, y a mí eso me lleva un tiempo. Y también esperando la lectura que se completa con la mirada del lector. La vanidad también puede ser, tenemos derecho a ser vanidosos, y lo somos de hecho, un poco queremos que nos descubran, pero siempre me pregunto si hay algo que nos pueda hacer demorar un poquito una publicación para estar nosotros más de acuerdo con eso. Ahora, si sentís que la fruta está a punto, mandate, ¿qué te puede pasar?, la próxima edición será mejor, no es la muerte, tampoco nos tomemos tan en serio, ¿sabés qué es lo importante? Lo importante es que gane Lula, ponele. Que ganen los buenos, eso es lo importante en este mundo, después se nos abollará un poquito el ego si no se vende el libro como esperábamos, pero si es bueno, el libro no tiene apuro.