Ya ancianos, los amigos Humboldt y Bonpland continuaban escribiéndose. El primero era gran figura en Europa; el segundo, vivía en el anonimato casi total en su finca de la provincia de Corrientes.
Ya ancianos, los amigos Humboldt y Bonpland continuaban escribiéndose. El primero era gran figura en Europa; el segundo, vivía en el anonimato casi total en su finca de la provincia de Corrientes.
El que sigue es un fragmento de una carta de Humboldt a su gran amigo francés:
"Sobrevivimos a todos pero, ay, la inmensidad de los mares nos separa. Jamás debimos habernos separado. Tendrías, me parece, tanto placer como yo en recordar a Cumaná, el Cocollar, nuestras privaciones y nuestras alegrías y goces del Orinoco. Era el buen tiempo en que éramos desdichados. Nos gustaban las grandes emociones, ahora el drama pasó, el recuerdo se enfría, se termina por olvidar. ¿Te acuerdas de Turbaco, de la fuente, de esa frágil orquídea que comparamos con una lluvia de oro? (...) Un lugar te espera en el Instituto, pero no soy de los que te censuran por preferir tu feliz soledad y el afecto que te rodea a la Europa actual... Quisiera tener tu escritura antes de mi muerte cercana".
No sé por qué, al leer esta carta excepcional ("era el buen tiempo en que nos sentíamos desdichados") recordé el final de Juventud, uno de los más hermosos relatos de Joseph Conrad. En él Marlow, el mismo protagonista de El corazón de las tinieblas, instalado en un bar junto al Támesis, termina de contar una historia de su pasado ante un auditorio atento y silencioso:
"Bebió.
"«¡Ah, aquellos buenos tiempos! ¡Aquellos buenos tiempos! La juventud y el mar. ¡El encanto y el mar! El mar, fuerte y bueno, el mar salado y amargo, que te susurra en el oído, que ruge y te arranca el aliento».
"Volvió a beber.
"«Pero todo eso tan maravilloso, ¿es el mar en sí mismo o es sólo la juventud? ¿Quién sabe? Pero ustedes, todos los que están aquí, han conseguido algo en la vida: dinero, amor —lo que se puede conseguir en la tierra—, pero díganme: ¿no eran mejores tiempos aquellos en que éramos jóvenes en el mar, en que sólo teníamos la juventud en el mar, excepto rudos golpes y a veces oportunidad para sentir la propia fuerza —sólo eso—, no es lo que echamos de menos?».
"Y todos asentimos con la cabeza: el hombre de las finanzas, el hombre de las cuentas, el hombre de leyes, todos asentimos sobre la pulida mesa que, como una superficie quieta de pardas aguas, reflejaba nuestros rostros surcados y arrugados; nuestros rostros marcados por el trabajo, por las decepciones, por el éxito, por el amor; nuestros cansados ojos seguían buscando quietos, buscando siempre, buscando ansiosamente algo de la vida, que, mientras esperamos, se ha ido ya: que se ha ido sin ser visto, en un susurro, en un relámpago, junto con la juventud, con la fuerza, con la fantasía de las ilusiones".