A instancias de mi amigo, un poeta cordobés que fue mi primer editor, leí un libro titulado Siete de oro, de un autor joven y desconocido y de una editorial que que capotó muy pronto. Era el ya lejano año 1970.
Me fascinó esa novela de aprendizaje, escrita por un prosista muy joven de origen italiano, pero radicado en el país.
Pasaron muchos años y siempre pensé adónde habría ido a parar con sus huesos y si la Musa lo habría abandonado, luego de una primera incursión tan afortunada.
Pero en 1983 apareció otro libro suyo, una especie de policial argentino llamado Fuego a discreción.
En 1970 yo era empleado en la librería Aries, pero en 1984 ya tenía un negocio propio con un socio y amigo, el entrañable y nunca bien llorado Carlitos Berrini, quien un día llega de Buenos Aires con una noticia: había conocido a un vecino de un amigo suyo que era escritor, ambos vivían en el Bajo. No era otro que Antonio Dal Masetto. Cuando me interesé, me dijo: "En una semana lo tenés acá presentando un nuevo libro". La otra primicia: el acto era en Ross, y la maestra de ceremonias iba a ser la gran escritora y queridísima amiga Angélica Gorodischer.
Cuando ese viernes llegué a mi librería me informa nuestro colaborador de entonces, Horacio Tubbia, que Dal Masetto había pasado y prometido volver.
"¿Qué cara tiene?", le pregunté.
"Parece un pizzero", me contestó.
Y al poco rato apareció efectivamente Dal Masetto de cuerpo entero. Gran campera clara, muy holgada y llena de bolsillos, vaqueros, mocasines y un enorme bolso al hombro, dando la impresión de que no había pasado por el hotel.
Nos dimos la mano y comenzamos una conversación animada por mi admiración por ese primer libro que me había conmovido, lo mismo que su larga ausencia posterior.
―Pensé ―le dije― que nos habías abandonado.
Me miró fijo y contestó.
―Pasa que me enamoré y me fuí a Brasil.Y dejé de escribir
―Esa no es una razón para dejar de escribir ―le contesté.
―Pasa que ella tenía 17 años y yo el doble, y tuve que trabajar de todo. Hasta tuve una pizzería ―me dijo.
―¿Y ahora? ―pregunté.
―Se terminó el amor. Y volví a escribir.
―Vos perdiste un gran amor y nosotros te recuperamos.
Se rió con ganas
De inmediato fuimos a la presentación y luego a comer a una parrilla de aquel entonces, llamada La Margarita. Estuvimos hasta la madrugada hablando de todos los temas.
Al despedirnos nos dejamos los teléfonos, pero nunca nos hablamos. Igualmente, yo seguí sus libros con devoción.
Esa mañana el aire venía del río y yo pensé, o creo que pensé: "Esta fue una noche plena de mi vida que siempre recordaré".
Gracias, Tano.