Ninguna tiene dudas: el mejor lugar para estar de la escuela es el aula, junto a sus alumnos; y
el mayor placer llega cuando los chicos aprenden. Aseguran que con las distintos gobiernos se puede
hablar de todo, menos de plata y están convencidas que en su oficio es clave el trabajo con las
familias. Las opiniones son de tres maestras rosarinas que compartieron con La Capital una
charla sobre su tarea diaria.
“Ya estaba casada con dos hijos y sin trabajo. Un día golpearon la puerta de mi casa, era
la portera de la escuela de la esquina que buscaba una maestra para un reemplazo; enseguida saqué
un guardapolvo que guardaba en una caja y fui a trabajar. Nunca más dejé de dar clases”. El
relato es de Graciela Scoccia (56) que ya lleva 28 años enseñando en la Escuela Nº 525 José C. Paz,
de Rioja 4138, y por elección en los primeros grados.
No hace falta preguntárselo pero por las dudas ella se anticipa y dice: “Soy maestra de
vocación” y a tal punto asegura que su vida pasa por el aula que no quiso presentarse en el
concurso para ascender a un cargo directivo. “Quiero terminar mi carrera frente al grado, es
lo que me gusta, sirvo para estar con los chicos”.
Si algo la apura a jubilarse no es su trabajo, sino el cansancio que le produce “el
entorno y el desgaste del sistema”.
Marcela Romano (45) también enseña a los más chiquitos y comparte con Graciela el disfrute de
estar “frente al grado”. Tiene 21 años de antigüedad como docente en el Colegio Santa
María Dominga Mazzarello, de la parroquia de Fátima (Güiraldes 526). “No es una escuela
privada de elite, nuestros alumnos son de clase media y baja. La escuela tiene el 100 por ciento de
subsidio”, advierte para desterrar los estereotipos atribuidos al sector privado de la
enseñanza.
Al igual que las públicas dan la pelea por el pago de la cooperadora, en la Mazzarello “se
trabaja” para que los papás paguen una cuota de 20 pesos mensuales. Pero para Marcela lo
valioso es que se trata de “una escuela muy linda, que tiene un compromiso muy grande de todo
el personal docente”.
“Amo el trabajo con los chicos, estar dentro del salón me apasiona y si algo me agota es
el contexto”, agrega.
Con estas ideas también se identifica Gabriela Pereyra (35), que es maestra interina de nivel
inicial en el Jardín 232 de barrio Godoy. “Hace 14 años que me recibí, trabajé 5 en una
escuela privada pero renuncié y empecé a tomar reemplazos. Hoy sumo 8 años de antigüedad en mi
cargo”, cuenta.
Comparte con las otras maestras que el entorno desgastan al maestro y opina que lo que vale aquí
es “dar la discusión al interior de la escuela”.
El valor del diálogo. ¿Y qué es lo que más les gusta de su trabajo? Ninguna tiene
dudas: estar con sus alumnos y verlos aprender. “Hablamos mucho con los chicos, el contacto
con ellos es más personal, demuestran más fácil que los grandes qué es lo que les pasa y si hay
algo que les cambia la vida”.
“Ver cómo los chicos van construyendo el conocimiento es un placer, también jugar y
conversar con ellos”, dice Marcela sin dudar en la respuesta y en todo momento apuntando al
afecto como motor de los aprendizajes.
“¡Cuándo empiezan a leer!”, exclama Graciela para describir un momento que le
resulta incomparable, además de las conversaciones que mantiene en los primeros momentos de cada
mañana.
Un estudio sobre las condiciones de trabajo y salud de los docentes, impulsado por la Unesco,
que también toma el caso Argentino desarrollado por el doctor Jorge Kohen de la Universidad
Nacional de Rosario, concluye que los problemas relacionados con la situación social de los
alumnos, la violencia y la pobreza afectan el trabajo de los maestros.
No es casual entonces que Marcela Romano exprese: “Son muchos los casos puntuales que te
llegan al alma, que se vuelven muy difíciles; pero cruzarnos de brazos jamás, siempre se puede
buscar la manera de poner una gotita de felicidad en la vida de ese chico que sufre”.
Las tres maestras aseguran que aunque esos conflictos afecten su tarea, para seguir adelante es
importante apoyarse en la escuela, funcionar como equipo y mantener un equilibrio.
Ingenierias cotidianas. Cuando se les pregunta si reciben apoyo del Estado en
situaciones que las superan, se miran y sólo muestran cara de resignación.
Gabriela Pereyra elige la historia de Pedro para describir las ingenierías que usan los docentes
para atender las necesidades de educación y salud de sus alumnos, y salvar la ausencia del
Estado.
Tal como relata la maestra de jardín, el nene tenía problemas de desnutrición y familiares con
consecuencias claras en sus aprendizajes. Para asistirlo e integrarlo a la escolaridad debieron
diseñar una especie de puente entre la escuela especial y la común. Eso no tendría nada extraño
sino fuera porque en este caso implicó, ante la falta de personal y la imposibilidad del nene de
movilizarse, que las maestras del jardín se asesoraran con la integradora y de una escuela a otra
llevaran cómo acompañarlo.
“Eso sucede porque hay ganas de hacerlo, no porque esté en el sistema, porque si existen
los recursos están desarticulados o son insuficientes”, agrega Gabriela.
Con los padres. La relación con los padres es otro tema que gana gran parte de la
charla. Mientras Graciela siente cierta desilusión al ver que a medida que los chicos avanzan en la
escolaridad la participación de los adultos decrece, Marcela asegura que hay que convocarlos de
acuerdo a las posibilidades de cada uno: “Algunos vienen y te dicen sí, sí, sí pero luego no
hacen nada, otros se comprometen de verdad y están los que la situación social los
supera”.
Optimista, Gabriela cuenta que la mayoría de los papás de sus alumnos son albañiles
precarizados, pero siempre se hace un lugar para conversar con las familias porque considera que el
trabajo con la comunidad es clave.
Y en este punto todas acuerdan: cuando los padres conocen el trabajo del día a día, que no se
limita a las cuatro horas frente al curso, las acompañan.
Marcela lo grafica muy bien: “Si me dejara llevar por los comentarios que se hacen en la
radio y en los medios de los maestros, no trabajaría más. Lo mejor es seguir adelante y que
conozcan qué hago”.
Decisiones y acuerdos. Afirman que las decisiones gremiales las toman en consenso
con la escuela donde trabajan. “Siempre se debate y se acepta la decisión de la
mayoría”, comentan al tiempo que resaltan que estos acuerdos se respetan más allá de las
diferencias.
Ninguna de las tres supera los dos mil pesos de sueldo de bolsillo, en tanto que la distancia
monetaria entre la que más antigüedad acumula en su salario y la que menos percibe de las tres, es
de 300 pesos.
Todas dicen que este es un tema inamovible con los distintos gobiernos. “A todos les gusta
hablar de educación, pero a nadie de plata”, coinciden para explicar por qué ningún ministro
puede dar en la tecla y solucionar los eternos conflictos docentes.