Aquí no hay libreto, ensayo ni repetición. Tampoco hay autores, intérpretes, ni espectadores. No hay escenario ni platea. El relato de unx de lxs asistentes al ritual dispara un momento irrepetible. Las sensaciones mandan, los cuerpos se inspiran y la acción alimenta la fantasía mientras la música incidental transforma la escena. Y el teatro espontáneo llega a su climax cargado de construcción colectiva, participación y sorpresa. Y así una y otra vez. Con dirección de Ana Otto y alimentado por una amena forma de convivencia artística y por una infinita ristra de historias de vida, el grupo Nómades ofrece, sin lugar de actuación fijo (como su nombre lo indica), un instante único donde el espectáculo le da paso a un ágora cargada de autenticidad e ilusión.
El llamado teatro espontáneo es una expresión lúdica basada en el encuentro y de allí su potencial para hacerse de diferentes coyunturas. No importa quién, ni cuántos, ni dónde. Lleva su mochila de expresión y transformación con el objetivo de alentar la creatividad y los lazos comunitarios, y quienes lo han adoptado, como la también psicóloga y directora del grupo, vagan con su propuesta a cuestas. Formada en el metiér en Córdoba y en México, esta pampeana hoy establecida en Rosario espera contribuir con su arte en espacios de reflexión, como las ya abordadas de diversidad de género y de cuidado de la salud, y de debate político y social.
ENTRE TODOS. De entrada el tradicional esquema del teatro italiano se rompe con una invitación a la cercanía y al (re)conocimiento mutuo. Un rito lejano en las grandes urbes que se complementa con otro: el encendido de tres velas que simboliza la belleza y fugacidad de la experiencia.
Como de costumbre, la platea es desconfiada, hasta que la directora, en plan de maestra de ceremonia, ablanda, con calidez y apertura, las inhibiciones. No se trata de una pose para conseguir adeptos, sino de una convicción por la participación que se inició con el quiebre de la línea de separación entre el escenario y la gente antes mencionado, y que se consolida con el paso al frente de los convidados para contar sus historias.
Bajo las luces no hay actores(trices) de formación, sino participantes de un taller quienes, a la señal de su directora, ponen en funcionamiento el dispositivo de la improvisación.
De todos modos, excepto el relato disparador y la acción teatral en sí misma, pocas decisiones están tomadas al azar. Es evidente el trabajo previo del grupo sobre estructuras teatrales predeterminadas que apuntalan in situ a las actuaciones.
Insoslayable además es la música sin partituras ni canciones, que acompaña a los actos. Con un enorme abanico de géneros y estilos y a cargo de varios instrumentos, el aporte de Ariel Migliorelli le otorga a la experiencia otra dimensión sensorial.
MOTOR PSICO. Es interesante observar que si bien hay un relato explícito (el del público participante) no se trabaja éste en forma cronológica sino que se desguaza en sensaciones, y son ellas las que conforman la sustancia a interpretar. Atento entonces a la descripción más que a la narración, el elenco reelabora el texto y gana en metáforas gestuales.
Además, este espacio de experimentación puede resultar no en un ejercicio de psicoanálisis, pero sí de desahogo, contención o expiación, con innegables virtudes terapéuticas.
Eminentemente efímero, participativo, facilitador de vecindad, hasta reconfortante y por qué no catártico, muy lejos del teatro clásico o del vanguardista, y preocupado por las personas más que por los personajes, y mientras las velas se apagan, el teatro espontáneo del grupo Nómades atesora en su arte el poder de transformar aquello que parece individual en colectivo. Y para estas épocas, ese es un aporte invalorable.