Si tomamos la historia, antigua o reciente, como una señal para entender a distintos pueblos del mundo tal vez se puedan sacar algunas conclusiones de lo que nos pasa en estas siempre intranquilas latitudes australes.
Por Jorge Levit
Si tomamos la historia, antigua o reciente, como una señal para entender a distintos pueblos del mundo tal vez se puedan sacar algunas conclusiones de lo que nos pasa en estas siempre intranquilas latitudes australes.
En Grecia, cuna de la civilización occidental, había grandes pensadores que dejaron el gran legado de la filosofía y la reflexión crítica. Sin embargo, sobre la esclavitud, algo natural entonces, no había reparos. Ese oprobio de la civilización se extendió hasta el siglo XIX en muchos países.
Los romanos, que levantaron un enorme imperio cuyos acueductos aún son utilizados en Italia después de dos mil años, dejaron una huella en todos los campos de la ciencia. También en la organización política porque a través de sus distintas formas de gobierno se constituyeron en monarquía, república e imperio. Cuando un general retornaba triunfante a Roma después de una exitosa campaña militar le levantaban un arco en su homenaje, como el de Tito, que puede verse todavía hoy en el foro romano. Sin embargo, nada es eterno y los romanos sucumbieron producto de la agresión externa pero fundamentalmente por la corrupción y desmanejos internos de sus propios líderes.
También en este breve racconto histórico es preciso destacar el aporte de la cultura judeo-cristiana y musulmana a través de distintas formas y características. La presencia de los moros en España durante ocho siglos no fue un dato menor para lo que vino después.
Todo este desarrollo tuvo épocas oscuras, sobre todo aquellas vinculadas a la supuesta única verdad religiosa, como también la que le siguió luego del descubrimiento de América y la reconfiguración del mundo con nuevos términos de intercambio a partir de las materias primas que los europeos venían a buscar con avidez.
Así se fueron conformando las naciones americanas, incluida la que siglos después se convertiría en la primera potencia económica y militar del planeta, donde el sojuzgamiento del nativo y la expoliación de las riquezas ocupó un lugar preponderante.
La Argentina, cuyo límite sur en el siglo XIX era parte de la provincia de Buenos Aires, creció en medio de enfrentamientos y luchas civiles internas durante décadas hasta que se estabilizó políticamente y con el aporte de la inmigración llegó a los primeros años del siglo XX convertida en una de las naciones más ricas del planeta.
¿Por qué no pudo mantener esa condición? Desde hace décadas la pobreza no para de crecer, la marginalidad en los centros urbanos más poblados, como Rosario, aumenta en torno a las villas miseria, la inflación es un fenómeno crónico y el endeudamiento externo impagable es permanente. Es un fenómeno que indica con claridad la decadencia del país en todos los órdenes.
¿Qué nos hace distintos de los canadienses o australianos, por ejemplo, que a principios del siglo XX figuraban más atrás de la Argentina en los índices socioeconómicos y hoy nos superan con claridad?
Tal vez la frase del expresidente Eduardo Duhalde, “La Argentina está condenada al éxito”, habría que retocarla por “la Argentina está condenada a repetir siempre los mismos errores”.
Lejos de ser Italia, que se permite tener políticos impresentables como Silvio Berlusconi pero sin afectar su economía, la Argentina es absolutamente distinta. Las crisis políticas desembocan en precipicios económicos profundos. Y lo particular es que comienzan en el partido gobernante, pero también se extienden a la oposición.
La lista de vicepresidentes que en lugar de solidificar la figura presidencial la debilitaron es larga. Algunos ejemplos: desde el comienzo de la reinstauración democrática en 1983, Víctor Martínez no hizo lo suficiente para sostener a Alfonsín. Duhalde y Menem tenían notorias diferencias. Chacho Alvarez renunció al cargo y dejó en caída libre a De la Rúa. Julio Cobos traicionó a Cristina Kirchner, quien ahora abandonó a Alberto Fernández. ¿Es casualidad tamaña intolerancia política en tan pocos años?
La Argentina de hoy tiene un poco de cada uno de esos históricos escenarios críticos: un frente gobernante profundamente dividido entre el kirchnerismo y lo que ahora podría denominarse “albertismo” y una oposición que ya se sabe con enormes chances de volver a la Casa Rosada pero tan dividida como el oficialismo. Así, el futuro no es prometedor, como siempre.
En el gobierno, el acuerdo con el FMI precipitó el alejamiento del kirchnerismo, que supone de una manera romántica que algo mejor era posible. Sin embargo, se descuenta que la Argentina no podrá cumplir con ese compromiso para pagar un inédito y político préstamo que recibió el gobierno de Mauricio Macri. En algunas de las revisiones que el FMI hará en la Argentina se comprobará que en las actuales condiciones económicas del país y del mundo, con una guerra en Europa, el repago de la deuda será imposible.
Como la suerte electoral del peronismo para el año que viene está casi cantada, la campaña electoral parece haberse adelantado. A poco menos de un año y medio de las Paso presidenciales ya comenzó la lucha de poder para la sucesión en el sillón de Rivadavia.
Juntos por el Cambio comienza a probarse el traje presidencial para un “segundo tiempo”, pero tiene un gran problema: hay varios que quieren vestirlo, por lo que la lucha interna que tiene altas y bajas de intensidad le juega en contra.
Sin embargo, la aparición de los “libertarios”, a la derecha de los liberales, es un dato político que no debe ser soslayado. El desánimo por la política tradicional hará girar hacia ese lugar a millones de argentinos hastiados de la compulsión a la repetición de los dramas del país. Es un nuevo escenario muy difícil hoy de evaluar más allá de los habituales pronosticadores de turno.
¿Cómo hacer para que este país tenga futuro y políticas de Estado coherentes a largo plazo? ¿Cómo lograr acuerdos políticos alejados de los intereses de sectores particulares? ¿Cómo lograr un crecimiento económico sostenido para sacar de la miseria a millones de argentinos?
El horizonte de los dieciocho meses que le quedan a este gobierno hasta el fin de su mandato y los siguientes cuatro de uno nuevo, sea cual fuere, se percibe con los mismos conflictos crónicos del país, sin cambios ni grandezas en la dirigencia política y, peor aún, con posibilidades de repetir situaciones traumáticas.
La posible solución a este recurrente cuadro que agobia a los argentinos queda para el análisis del lector.