También en la escuela primaria, donde Marta era una de las intérpretes habituales de los actos. Más tarde llegaría el estudio en la Escuela Normal y, pronto, la necesidad de sustento en ese trabajo de enseñanza que no lograba disfrutar. Hasta que, claro, se hizo presente la música. "Hice magisterio pero no me gustaba la forma que tenían de enseñar –explica–. Pero cuando terminé la secundaria, falleció mi papá y tuve que salir a trabajar a las escuelas. Mi hermano mayor estaba en Buenos Aires, en el Colón, y mi otro hermano se había casado y trabajaba como farmacéutico".
En paralelo a su trabajo como maestra, continuaba con los estudios en el Instituto Superior de Música de la Universidad Nacional de Rosario, en La Siberia, que luego pudo sostener gracias a una beca. Allí se formó bajo la rigurosa mirada de Antonio de Raco, Virtú Maragno, Simón Blech y Francisco Kropfl, entre otros referentes. Se abría así un nuevo camino, que terminó de moldearse cuando le ofrecieron ser ayudante de Audioperceptiva, asignatura a cargo de Emma Garmendia, por entonces también rectora de la Escuela de Música universitaria. Juntas les darían forma a los nueve volúmenes de una pieza de estudio central: Educación audioperceptiva: bases intuitivas en el proceso de formación musical.
"Emma Garmendia tenía la misma idea que tenía yo –apunta Varela–. Ella era de Tucumán, estudió educación musical en Estados Unidos, traía otras ideas. A diferencia de la teoría y solfeo, nuestro método se basa en la experiencia. Ella tenía esta idea y yo le sumé cosas. Mientras era alumna, ella nos hacía leer, cantar, improvisar. Éramos pocos alumnos y yo fui dimensionando esa metodología para armarla con grupos más grandes. Lo que proponemos es partir de la experiencia para llegar a la técnica".
En esos primeros pasos, el canto no era un bien común en las instancias de formación. Por el contrario, se lo desalentaba. Con sus clases, Varela no sólo inspiró a usar la voz sino, fundamentalmente, el cuerpo. "¿Cómo se consigue el ritmo? Bailando, moviéndose, se percibe con todo el cuerpo. De eso la gente no se olvida. Se rompe con la timidez y, para eso, tenés que tener dinámica de grupo. Yo fui de las primeras en armar la clase en círculo. Si querés que un grupo se mueva, te tenés que mover a la par. El profesor es el motor, quien motiva", resalta la docente, que además comenzó a aplicar su formación en composición para hacer de esa tarea un ámbito creativo, contemplando de ese modo la convivencia de estudiantes de diversos instrumentos y estéticas musicales.
En paralelo, Varela alimentaba su labor como compositora e intérprete (tanto solista como en grupos). Hasta que decidió atender al pedido de colegas y estudiantes aceptando la propuesta de volcarse a la gestión dentro de la Escuela de Música. "Hubo un momento de carencias fuertes en la Escuela y con mis alumnos hice una obra teniendo en cuenta las posibilidades de cada uno –recuerda–. En ese proceso me empezaron a pedir que me hiciera cargo de la conducción de la Escuela. Me lo propusieron y entré. Yo a la Escuela de Música la siento como mi casa, y empezamos a trabajar mucho, en una tarea muy creativa, a recuperar espacios. Así estuve cinco períodos, en los que me fueron votando. Como la Escuela está en La Siberia terminaba muy alejada. Aunque ahora está mejor, en ese momento no funcionaba como espacio para que se pudieran mostrar los trabajos, para hacer conciertos. Presentarse en público forma parte de la carrera, y así empezamos a buscar lugares para tocar".
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Sebastián Suárez Meccia / La Capital
Nutrida por la experiencia lograda, en 2007 Varela fue convocada por el entonces rector Darío Maiorana para asumir la Secretaría de Cultura de la Universidad Nacional de Rosario, convirtiéndose en la primera música en formar parte del Rectorado. Desde ese lugar acompañó las gestiones para la recuperación del imponente edificio que el Banco Nación posee en el inicio de la peatonal San Martín. Las gestiones llegaron a buen puerto y en 2012 nació en Rosario el Espacio Cultural Universitario (ECU). Y allí estaba Varela, dispuesta a asumir un nuevo desafío como directora del flamante proyecto.
"Cuando entramos por primera vez el edificio estaba bien. Por supuesto, había que ordenar, había palomas, algunos vitrales rotos, pero estaba mantenido. Para mí fue un desafío muy grande. Pero siempre acepté los desafíos. Nos pusimos a trabajar. Al principio con dudas, porque esto de afuera sigue pareciendo un banco. Incluso yo pensaba: ¿quién se va a acordar del nombre ECU? Pero teníamos en claro que tenía que ser un espacio abierto al público. Y fue una experiencia notable". Y entonces, otra vez, el piano: "Lo primero que hice fue pedir un piano. Que en ese momento costó 50 mil dólares. No fue fácil, pero expliqué que con un buen piano podríamos tener no sólo música clásica, sino también jazz, folklore".
A más de diez años de su apertura, entiende Varela, el espacio no sólo asentó su nombre sino que se consolidó como un punto cultural de referencia. De allí que el acuerdo con el Banco Nación se renovara recientemente. "La gente del Banco viene seguido, estamos en contacto. De hecho cada vez que cambia un gerente vienen a conocer. Están felices con lo que hacemos", destaca la directora, que no puede ocultar su alegría por haber sorteado las dificultades propias de la pandemia. "Ahí me preocupé –admite–. Porque es un lugar de cultura, y había otras prioridades. Empezamos a buscar formas de estar presentes, en las redes, en nuestra web, pidiendo a los músicos que nos enviaran materiales. Después de estar cerrados en 2020, en septiembre de 2021 abrimos, con protocolos, y el año pasado volvió a subir la cantidad de público".
En ese sentido, la recuperación es también la resultante del trabajo sostenido para hacer del ECU un espacio popular, según distingue la directora: "Ese fue uno de los primeros objetivos. Y que fuera un espacio abierto a todo el mundo. Que el público se haga dueño. Para eso no creo que haya un plan establecido, estricto, porque han aparecido propuestas que no teníamos contempladas. Uno de los más recientes fue, por ejemplo, la radio abierta con Radio Universidad, que se llenó de gente. Hacemos muestras de arquitectos que hacen pinturas o esculturas. El objetivo es que todas las facultades puedan mostrar sus obras. Creamos un programa para los estudiantes de quinto año de Bellas Artes, entonces hacemos una selección y se expone. Con Letras también: hacemos ciclos de poetas. También vienen los chicos del Politécnico a leer sus poesías. La producción que tiene la Universidad, académica, artística, tiene lugar. Tenemos conferencias, actividades institucionales. Esto es un espacio abierto, libre y gratuito, que hemos defendido todo el tiempo. Es lo que devolvemos a la sociedad. Yo estudié en la Universidad y tuve grandes maestros. No sé si hubiera podido hacerlo de no haber sido por esta universidad, pública y gratuita".
Luego de un recorrido tan extenso como docente y directora de la Escuela de Música, y después de diez años de gestión al frente del ECU (que si bien es una entidad pública, no depende del municipio ni de la provincia), ¿qué análisis hacés de la actividad cultural hoy en Rosario, sobre todo a nivel de gestión?
Es algo que hablo mucho con mis compañeros. A nosotros nos costó generar un lugar cultural de estas características en la Universidad. Yo ya pasé por tres rectores (Darío Maiorana, Héctor Floriani y ahora Franco Bartolacci) y todos ellos me han apoyado mucho, siempre tuve ese apoyo. Por otra parte, noto que hay problemas que vienen desde hace varios años, y otros que se profundizaron como la situación económica y la inseguridad. Pero me parece que desde hace varios años podría haber gestiones que les den más actividad a los artistas de Rosario. En la misma pandemia se podrían haber hecho actividades en las plazas, por ejemplo. La pandemia fue muy dura. Las orquestas barriales desaparecieron. Los docentes se quedaron sin contrato. Podría haber habido algún tipo de plan. Nosotros tratamos de generar instancias de trabajo, hacer conciertos pagándoles algunas becas, para aportar desde nuestro lugar. Porque está bien hacer cosas grandes, para todo público, está bien que la Municipalidad traiga artistas reconocidos para que todos los vean, pero me parece que podría haber otras políticas. Este año estuvimos muy en contacto con la Municipalidad, hicimos muchas conferencias, con públicos distintos. En este momento tenemos una muestra muy importante de esculturas que estaban en el depósito del Museo Castagnino. Desde el año pasado Dante Taparelli quería armarla, pero no habíamos podido. Es hermoso poder trabajar con la Municipalidad, con otras instituciones. De hecho hicimos muestras con vecinales. Una vez hicimos una muestra de soldaditos y fue un éxito, son esas cosas que no te imaginás previamente. A principio de año nos llegan propuestas y las evaluamos. Tenemos coordinadores de muestras, de música, de plástica. No podemos responder a todas las propuestas, porque algunas son muy onerosas, por ejemplo. Pero pudimos traer muestras muy importantes, como la de Sara Facio, porque también hay artistas que fueron muy generosos (ver recuadro).
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Sebastián Suárez Meccia / La Capital
Este concepto que marcás de devolver lo público a la sociedad, ¿influye en esas situaciones de generosidad?
Sí, eso la gente lo sabe. Es lo que ocurrió por ejemplo con el Quinteto Revolucionario, que era un poco oneroso para nosotros. Pero pudimos traerlos. Y este año se contactaron ellos pidiendo venir. Aquí los artistas son muy bien tratados. Hay que generar un clima en el lugar, con todos los trabajadores, del buen trato a los artistas, a la gente. Eso es muy valioso. ¡Y también vienen muchas veces porque hay un buen piano!
Considerando las obligaciones propias de toda gestión cultural, ¿qué lugar te queda para la composición, para la música?
Yo soy muy apasionada de mi trabajo. Tanto cuando daba clases como en la gestión. A mí lo administrativo y organizativo no me gusta tanto, pero por suerte tengo gente que sabe hacerlo. Me gusta desarrollar lo creativo. En el ECU estoy presente, participo de las actividades, me gusta ver qué dice la gente, escucharla. Estamos al pie del cañón. Siento que es mi casa también. Pero sigo con los estudios de piano, aunque en la pandemia paramos la actividad con el grupo. Para mí la música es una forma de vida. Te vas comprometiendo con las cosas que hacés. Me encantaría que todo el mundo tocara un instrumento. Creo que por eso hago música, para transferir una manera de percibirla. Eso mismo lo hago en la gestión. Eso le llega a la gente. Sin proponerlo, la gente va aprendiendo.
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Sebastián Suárez Meccia / La Capital
"Estoy muy contenta de seguir en el ECU"
Declarada en 2015 como Música Distinguida de Rosario por el Concejo Municipal, ese mismo año Marta Varela sumó a su currícula el cargo de vicedecana de la Facultad de Humanidades y Artes, logrando la reelección en 2019. En paralelo sostuvo la dirección del ECU, un rol que tras las últimas elecciones universitarias se cubrió de cierta incertidumbre, situación que se hizo pública esencialmente a través de las redes sociales. Sin embargo, en los últimos días Varela recibió la confirmación del rector Franco Bartolacci para continuar con el plan de dirección del ECU. "Estoy muy contenta de seguir en ese lugar emblemático, en el que comenzamos de cero –se entusiasma–. Rosario ya lo reconoce y lo quiere. Estoy muy feliz de poder seguir estando ahí, seguir pensando otras programaciones y otros aspectos culturales".
Diversidad artística y pertenencia
"Nosotros no podemos pagar grandes cachets, pero las y los artistas son generosos con nosotros, quieren venir a tocar acá. Se ha transformado en un lugar emblemático". Marta Varela se entusiasma al narrar el vínculo que se ha establecido tanto con artistas como, también, con un público que ha tomado por costumbre pasar cotidianamente, tanto para recorrer muestras como para retirar los programas impresos.
El objetivo, siempre, es el de acercar a ese público una propuesta variada, sin condicionamientos. Varela pone como ejemplo las actuaciones del destacado pianista Eduardo Rivera, un habitué. O, por caso, el del talentoso Horacio Lavandera: "Cuando vino por primera vez Lavandera fue maravilloso. Pusimos una pantalla afuera, se llenó de gente que venía con sus banquitos. Esa vez vi que Lavandera estaría haciendo una gira organizada por Cultura de la Nación. El representante en ese momento era su padre, conseguí su contacto y le transmití el interés para que actuara en el ECU. Fue maravilloso porque la gente vino en silencio a escuchar música que no está habituada a escuchar. Yo creo que la gente tiene que poder escuchar todo. Esa primera vez Lavandera tocó Bach y cuando vino por segunda vez, en 2014, tocó obras de Stockhausen. Al público hay que ofrecerle cosas. A mí me gusta estar con la gente, los acomodo, les pregunto, les comento. Lo que tiene el ECU es eso, la gente viene a ver lo que hay, incluso sin saber de qué se trata, así sea música, arte, poesía. Me parece que resultó un aporte importante para la ciudad de Rosario".
En esa amplitud de oferta, Varela distingue la diversidad: en junio, en medio de la Noche de las Peatonales, fue el turno de los arriesgados tangos del Quinteto Revolucionario. Poco antes, la música del Litoral se hizo baile con Orlando Veracruz. También hay lugar para la música antigua, donde se luce el clavicémbalo adquirido a una iglesia europea en 2015. "Fue todo un trámite traerlo, pero se convirtió en una experiencia hermosísima –recuerda Varela–. Cuando lo inauguramos trajimos un clavecinista de Buenos Aires, que iba a tocar todo Bach con clave y laúd. Cuando terminó el concierto empezó a bajar gente a preguntarme cómo funcionaba, así que me puse a explicarles. Está el prejuicio de que la gente no va a entender, pero la gente puede apreciar cualquier cosa. Todo depende de cómo se lo das para que pueda transitarlo".