Marostica es psicólogo, docente universitario y capacitador en género y diversidad. Es autor de Cuánto amor (2012) y El viaje de Camila y otros relatos (2020), esta última, declarada de interés municipal y provincial por el Concejo de Rosario y la Cámara de Diputados de Santa Fe por su contribución a la educación sexual integral (ESI). En la portada de En el ojo de la tormenta, anticipa una narrativa que ofrece “preguntas, confidencias y otras disquisiciones sobre el «deber ser» de los varones y la construcción de las masculinidades”, e invita a los lectores varones a asumir la responsabilidad de repensar la propia masculinidad y deconstruirla para avanzar hacia otro paradigma posible.
—En el libro hacés referencia a una crisis del modelo patriarcal. ¿Estamos en un momento donde lo viejo no termina de morir y lo nuevo que no termina de nacer, es un estadío transitorio, cómo lo definirías?
—Es una instancia de transición. Todos los procesos sociales y los cambios culturales paradigmáticos tienen una disrupción que genera tensiones, y la transición justamente se manifiesta en esas tensiones. Eso que los varones de mi generación tenemos que deconstruir ya viene seteado con lo chicos. Deconstruir genera tensiones porque provocan incomodidades.
—¿Este agotamiento del que hablás supone poner en cuestión el “deber ser” de los varones?
—Por supuesto, ese “deber ser” es lo que te dicen a vos como varón qué te corresponde hacer. Y son un conjunto de valores que si los desglosás tienen que ver con la potencia, el ser hétero, relacionarse con mujeres para estar bien ranqueado en clave patriarcal, al que se suman otras cuestiones vinculadas al éxito, el dinero, tener una buena posición y atributos que están del lado de la valentía y el arrojo. Ahí es donde me empiezo a correr de algún sector del feminismo que plantea que lo hombres somos privilegiados.
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Portada del libro editado por Laborde.
—Decís “ser varón duele, aunque nos digan que somos privilegiados”, y referenciás a Rita Segato. ¿De qué manera se sufre la masculinidad en el modelo patriarcal?
—En este modelo. Si como varón no tenés ciertos atributos, no sos potente, no tenés dinero, no sos exitoso, te gustan los varones, o te autopercibís varón pero naciste con otro sexo, todo esos elementos te van a devaluar. Por ejemplo, en el 82 cuando a Galtieri se le ocurrió invadir Malvinas y mandar a los pibes de 18 años a la guerra, imaginate uno que dijera “yo tengo miedo de morir”. Ese mandato de tener que ir a defender la patria y ofrendar la vida tiene que ver con una descartabilidad del cuerpo del varón que es atroz, y eso no te pone en un lugar de privilegio. Uno asume que al varón le corresponde defender a la manada, la patria. Ser un cagón, como se le dice a un hombre cuando tiene miedo, significa ser un varón que está devaluado.
—¿Esa descartabilidad del cuerpo de la que hablás no la percibís más en el caso de las mujeres?
—No digo que no haya una descartabilidad del cuerpo de las mujeres, no niego que eso existe, lo que digo es que también miremos esa descartabilidad del cuerpo del varón. Si hay un barco que se hunde primero hay que salvar a las mujeres y los niños, entonces en algún punto el cuerpo del varón es descartable y eso no se cuestiona. Después claramente entran otras variables que hacen que el cuerpo de la mujer sea oprimido.
—¿Cómo ves que se ha posicionado el sistema educativo respecto a este modelo en crisis y a la redefinición de las marcas que construyen la masculinidad?
—Creo que las gestiones directivas en las instituciones educativas son las que realmente hacen la diferencia. Hay un marco normativo que sí ha cambiado, el hecho de que se hable de la ESI y que eso genere incomodidades yo lo ubicaría dentro de la conflictividad y las tensiones propias de los cambios culturales. Personalmente no reconozco que haya grandes cambios a la hora de enseñar otras formas a los chicos y las chicas. En las escuelas, por ejemplo, hay una especie de organización de las actividades lúdicas donde el varón continúa estando afuera, en un lugar activo, de movimiento. Eso se ve mucho en el secundario, en educación física. Y creo que hay lugares donde podés hacer una intervención con perspectiva de género, pensemos juegos donde participen varones y mujeres de manera igualitaria, pensemos también en los espacios y a qué juegan nenas y nenes, y por qué no proponerles jugar con otras cosas. En esto de que haya espacios y juegos para nenas y nenes hay claramente una marcación genérica.
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Eduardo Marostica es psicólogo, docente universitario y capacitador en género y diversidad.
Celina Mutti Lovera
—Que la ESI no pueda implementarse eficazmente en todo el territorio habla de un modelo que se resiste a ser sustituido.
—Acá en Santa Fe la ley comenzó a implementarse efectivamente en 2013. En 2009 se hacen las primeras experiencias con el equipo ESI y en 2013 se implementa efectivamente a nivel ministerial en las escuelas, entonces ni siquiera llegamos a diez años. Pienso que de acá a diez años más estos temas van a estar mucho mas avanzados e instalados. Es una generación de por medio la que tiene que transitar este tema, entre la instalación, la resistencia y las nuevas formas. Es una cuestión de tiempo y de políticas públicas. La presupuestación es muy importante, porque si no le asignás presupuesto va a depender de las gestiones directivas y de los proyectos docentes.
—Hoy se habla mucho de educación emocional, ¿qué opinión te merece este concepto?
—No quiero se peyorativo, creo que son corrientes pedagógicas y algunos nichos donde hay una expectativa de comercialización. Educar significa alimentar, cuidar. Pero cuando hablamos de educación se toma la acepción escolarizada, la del aula, casi de una manera aséptica. No entiendo a alguien que quiera cuidar a otra persona sin que haya afecto de por medio, las emociones siempre están. Hay que desarrollar una expresividad afectiva cuando se tejen relaciones en el aula o en el ámbito institucional educativo, no creo que exista enseñanza y que te importe un perno lo que le pasa al otro. No es posible educar sin afectividad, no puedo escribir en el pizarrón y desarrollar contenidos sin tener en cuenta cómo está mi grupo de estudiantes. Si un chico tiene frío en invierno, ¿vas a hablar de educación emocional? No, tenés que ponerte en los zapatos del otro y entender que si el pibe tiene frío no puede prestar atención, esas son cuestiones de sensibilidad, de afectividad y de cuidado. Cuando hablamos de ESI también hablamos de la afectividad, porque la sexualidad es una forma más de expresarnos. Aparece la educación emocional como una herramienta pedagógica para aportar a la convivencia, y creo que cuando vos entendés la educación desde esta concepción del cuidado es imposible desvincularlo de la efectividad.
—En tu libro hablás del jugar en la infancia y reflexionás sobre cómo desde este espacio se abonó un orden heteronormativo rígido. ¿Cuánto avanzamos como sociedad en quebrar ese ordenamiento que establece roles bien diferenciados?
—No sé si se avanzamos mucho, ojalá que sí. Donde podés intuir que la cosa sigue manteniéndose es, por ejemplo, en los maternales, nivel inicial y primario de la enseñanza, donde encontrás una participación de profesionales trabajadoras mujeres muy alta. Hay una cuestión de los saberes genéricos que se juega ahí, donde operan sexismos que no han cambiado. No veo que haya muchos maestros jardineros. Conozco un caso que lo cuento en el libro y el chico era mirado como un potencial abusador, puesto bajo sospecha solo por ser varón. Veo mujeres que disputan los territorios de las ingenierías, pero no veo varones en los jardines maternales.
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Marostica pone el foco en la baja cantidad de jóvenes varones que elijan estudiar para ser maestros de nivel inicial.
—Le das un espacio a las vocaciones y profesiones. En general, las ligadas al cuidado del otro son altamente feminizadas. ¿Aprender a cuidar es un pendiente que debe contemplar la nueva masculinidad?
—Sí, totalmente. Cuidar es una tarea devaluada, eso se ve en lo salarial, y en estas profesiones hay una altísima participación de mujeres. Cuando vos pensás en buscar a alguien que te cuide a tus hijos no se te cruza por la cabeza buscar a un pibe para que lo haga. A los hombres no nos formaron para cuidar, socialmente son tareas devaluadas. Hoy veo a los varones más ocupados en las cuestiones de la crianza, pero seguimos sin pensar en contratar a un varón para cuidar niños, porque tampoco aceptás que un varón joven entre a tu casa. La tarea de deconstrucción es de varones y mujeres.
—Abordás el tema de la diversidad a través del relato de algunas transiciones dolorosas. ¿Cómo superar la negación del otro y en el mejor de las casos la tolerancia, para avanzar hacia el respeto?
—Uno de los chicos trans con los que hablé me dijo que cuando les planteó a sus padres (a los que ya les había blanqueado que era lesbiana), que iba a comenzar una transición, ellos le preguntaron: “¿Hasta dónde querés llegar?”. No me gusta el termino tolerancia, creo que simplemente se trata del reconocimiento del otro y para eso hay que dar un paso en conocer y correrse de los prejuicios. La cultura patriarcal sigue anquilosada y cuando se producen estos cambios se generan resistencias mayores, como se ve en la gente que toma estas transiciones de algunas personas como una provocación. Quienes hacen una transición son personas que lo único que quieren es vivir en armonía con sí mismas.
—Me quedo con eso de conocer al otro para avanzar hacia el respeto
—Deberíamos permitirnos eso, lo que pasa es que tenemos una tendencia atroz a etiquetar al otro. El discurso de la tolerancia dice “a mí no me importa lo que vos hagas, te tolero, estás ahí, hacé la tuya que yo no me voy a involucrar con vos”. Con este discurso lo que generamos es apatía. En cada transición hay una historia de dolor por el no reconocerse, se trata de conmoverse por lo que le pasa al otro y no hace falta tener educación emocional para eso.