“Hay niños que están muy tristes pero saben que voy a pasar a cantarles y esperan ese momento” “Hay niños que están muy tristes pero saben que voy a pasar a cantarles y esperan ese momento”
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Gisela con su guitarra. La música como herramienta de cambio y propuesta para el bienestar de los pacientes en diferentes hospitales.
Foto: Silvia Carafa / LC
Lo curioso es que aún en lo laboral, está el rastro de la opción de vida de Gisela, ayudar a quienes atraviesan patologías físicas, emocionales o a los ancianos. Ilustra su vida con dos pasiones: dar alegría con sus instrumentos musicales y navegar en el río con su kayak.
Doce años atrás, llegó al Vilela con una convicción: dar al otro sin recibir nada a cambio. En ese momento no sabía que iba a generar propuestas tan originales como innovadoras para “aliviar vidas, en eso consiste mi trabajo, que no cura pero es paliativo, más que nada en las áreas críticas como oncología pediátrica o distintas áreas, pero con pacientes críticos”, comentó. El voluntariado del Vilela es una parte operativa del Hospital que llevan adelante 64 mujeres, con reglamentos y horarios. Ocupan una sala donde acopian ropas, pañales, productos para higiene y juguetes que distribuyen además de dar el desayuno a los pequeños de oncología.
”Pero con el tiempo, fui buscando otros recursos entendiendo que el niño que está allí, pierde muchas cosas pero lo que más duele es ver que pierden la continuidad de su infancia porque dejan de ser niños y se convierten en pacientes, eso me motivó a buscar un cambio”, enfatizó. Los nuevos vientos llegaron de la mano de sus estudios de música y de su capacidad de histrionismo que le permite inventar personajes, crear espacios imaginarios en la austeridad de las salas, repartiendo sombreros, capas o narices de payasos para convertir en coristas a los pequeños sin desprenderse de las vías de suero.
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Gisela Pavé estudia psicología, y hace más de 12 años que ayuda en el Hospital de Niños Víctor J. Vilela.
Foto: Silvia Carafa / LC
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Con la música por todas las salas
Ellos la esperan, y Gisela tiene la sensación que sucede tal como describe El Principito, <<si vienes, por ejemplo, a las cuatro de la tarde, a partir de las tres empezaré a ser feliz; a medida que se acerque la hora me sentiré más feliz>>. Ella lee esa inquietud en los cambios de semblante cuando se anuncia en la puerta o dando golpecitos en el vidrio con su nariz roja y su guitarra. La sonrisa es la invitación a entrar y allí comienza la magia que transforma el entorno y hace renacer la infancia, como ella sueña que suceda.
“Toda mi vida estudié canto, ejecuté algunos instrumentos, pensé porque no sumar la música a nuestro equipo de voluntariado, y a partir de allí, comencé a ir por las salas, golpeando la puerta o el vidrio, y preguntando si querían cantar conmigo, o contar un cuento para transformar un poquito la realidad”, explicó. Y dijo que, probado está, que esas incursiones lúdicas, con su guitarra y panderetas “tienen impacto favorable en la salud, en la recuperación, con reducción del estrés y la ansiedad. Hay niños que están muy tristes pero saben que voy a pasar a cantarles y esperan ese momento”.
“Mi función es acercar la música a quienes no pueden ir a escucharla o un juego a quienes no pueden hacerlo, soy la inquieta que está con la guitarra por todas las salas”, sintetizó. Esa es justamente la función que cumple en las cuatro horas que le corresponden como voluntaria, los lunes por la mañana y que le colman de tal modo el corazón que comienza la semana con una sensación inefable. “Recién acabo de llegar y estoy feliz porque hoy trabajé con tres niñitos en oncología, otro en terapia intensiva y un niño que recién había salido de una operación, que una mamá te diga gracias, le cambiaste el día, es lo más que te pueden dar”, contó a La Capital.
“Me transformé en una mejor persona, somos lo que nos sembraron en el corazón y creo que si puedo sembrar en el otro algún gesto de humanidad, algún vínculo a construir, más allá de lo que pueda hacer una canción o un cuento es la presencia del otro”, reflexiona. Y dijo que el trabajo que realiza es su aliciente y que la motivación sigue intacta después de doce años en el Hospital. Eso no es todo, el otro extremo de la vida también es centro de su interés. “Uno más o menos tiene el concepto de geriátrico, de la pasividad, en muchos lados considero que son depósito de sujetos, de subjetividades”, enfatizó. Y relató que en una de sus prácticas de observación para sus estudios de acompañante terapéuticos, estaba sentada en silencio mientras los ancianos la miraban. Entonces llegó la inspiración y entonó un tango a capela.
“A la distancia un abuelo comienza a cantar la letra completa, y se acerca una enfermera y me dice, no lo puedo creer porque no se acuerda ni el nombre, y cuando le preguntó al abuelo qué estaba haciendo él respondió estoy cantando el tango de mi vida y me hace poner feliz y se puso a llorar de alegría, allí comprendí que tenía que hacer algo”, explicó sobre la génesis de su proyecto de música con los ancianos, porque abría vías de emoción a las que no llegaban las palabras. Le puso nombre Arte y Salud en Geriatría que durante la pandemia funcionó a través de videollamadas y al que sumó a más de 150 músicos de la ciudad que también la acompañan cuando los convoca para el Hospital Vilela, relató Pavé.
“No veo otra forma de vivir que no sea ayudando, es mi motor, es mi felicidad, es mi deseo constante, lo que te vuelve es tanto que te sigue cargando de pilas para seguir, aunque el ser humano a escapar de las situaciones tristes, yo sin embargo siempre estoy metida allí y mi mayor deseo es la continuidad de ese dar”, acuñó.
La cocina de Lourdes
Mariana Mena y Daniela Famea pertenecen al grupo Madre Teresa de la basílica de Lourdes (Santiago y Mendoza), en el que también colabora Mima Galarza, del Banco de Alimentos Rosario (BAR), que logró cambiar la vida cotidiana de decenas de jóvenes en situación de calle. “Comenzamos con la pandemia, había mucha gente que estaba muy mal y el padre Juan José Estrade, pensó en abrir la iglesia a los pobres del centro que son los que muchas veces no se visibilizan, así asistimos a mucha gente. También estudiantes, jubilados y llegamos a dar 150 viandas diarias que nos enviaba la Universidad Nacional de Rosario (UNR) y las repartimos en la iglesia”, relató.
Cuando la cuarentena amainó, en Mariana, Daniela y el padre Estrade, ya había cuajado un proyecto. La gente se seguía acercando porque necesitaba ropa o ayuda para algún trámite, eso fortaleció la solidaridad nacida para la coyuntura y configuró el perfil del grupo Madre Teresa. “Ahora tenemos un grupo más reducido, con muchos en situación de calle, algunos abuelos y personas que viven en pensiones en condiciones que no son las mejores y tratamos de darle una mano”, explicó Mariana.
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Rosarinos sin techo buscan alimentos en la parroquia del Lourdes de Santiago y Mendoza.
Foto: Silvia Carafa / LC
“La población que en la actualidad viene a Lourdes todos los mediodías, ya tiene la vacunación por el Covid completa, les tramitamos sus documentos de identidad, o lo que van necesitando”, comentó, y sumó un detalle. Las personas en situación de calle no tienen teléfono por eso “les prestamos nuestros teléfonos para que tengan una revinculación con sus familias, que vuelvan hablar con sus padres, algunos con sus hijos, incluso usan nuestros teléfonos para poder conseguir un trabajo”.
El grupo al que asisten es heterogéneo, algunos viven en pensión a la que apenas llegan con un trabajo, otro grupo que está en la calle y no quiere ir a los refugios y otro grupo que sí va aunque no siempre es fácil convencerlo y que sostengan los horarios. “Ellos caminan todo el día, van a todos lados caminando, y es muy probable que algunos de ellos duerman en la puerta de cualquiera de nuestras casas”, describió y dijo que se trata de varones jóvenes, de 19 a 45 años, una población que no atiende casi nadie y que ya tienen un vínculo diario, un sentido de pertenencia muy fuerte con La Lurde a la que llegan buscando “algo”, evoca Mariana con entusiasmo al hablar de los 30 a 35 “muchachos” que reciben a diario.
Facturas calentitas y sensación de hogar
Cerca de las nueve de la mañana, una parte del grupo llega a la parroquia, preparan el desayuno, calientan y comparten las facturas del día anterior que les dan en las panaderías, luego limpian el lugar donde van a realizar las actividades, lavan sus ropas, una de las consignas es que se conserva porque no es descartable y van preparando el almuerzo para quienes llegan al mediodía. Después de almorzar vuelven a ordenar, hay dos días que tienen psicóloga y otro taller de panificación.
Pero como no sólo de pan vive el hombre, “los muchachos tienen bastante actividades artísticas, organizamos salidas recreativas, ya conocen casi todos los museos, han ido desarrollando una veta artística de a poco”, relató Mariana. “Lo que nosotros tratamos es ganarle horas a la calle, que no estén en una plaza tirados, fumando, porque nunca es buena consejera la calle”, enfatizó. Y dijo que son los mismos jóvenes quienes traen a sus amigos, pero si surge algún problema de convivencia con los recién llegados, el grupo opina sobre la permanencia o no.
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“Ellos ya consideran este espacio como su casa, el año pasado cuando fuimos al Concejo Municipal, preguntaron qué era para ellos Lourdes y ellos respondieron que era: su familia”, contó emocionada Mariana. Junto a ella trabaja Daniela Mima que una vez por semana lleva a los muchachos al voluntariado del BAR, Fernando y Jole ponen los autos y Lucio Marani les hace los anteojos a quienes los necesitan.
“Somos todos voluntarios, y también del BAR, somos un grupo que armó el Padre Juan Estrade, tenemos un convenio con la Municipalidad para algunos cursos y muy buen vínculo con la Universidad Nacional de Rosario, que becó al señor que toca el piano, que tiene 76 años, para que termine sus estudios en la Escuela de Música”, comentó.
Muchas personas que suman solidaridad con trabajo voluntario o donaciones de cosas, siempre les preguntan por qué hacen semejante tarea. “En primer lugar alguien lo tiene que hacer, además nunca nos costó hacerlo, siempre es una alegría, más allá de todo lo que puede pasar, al final del día uno siente que ganó, y como somos creyentes también creemos que nos guía el Espíritu Santo en nuestras actividades y por último, cada vez que uno da, sale ganando, damos amor pero recibimos el triple, también fuimos descubriendo cuál era nuestra capacidad de dar, no en lo económico, sino en lo afectivo, en la atención, en las horas que le prestamos a la escucha”, aseguró.
“Si tenemos que dar nuestro tiempo para que diez, cien o mil chicos coman, nos sentimos con el corazón enorme” “Si tenemos que dar nuestro tiempo para que diez, cien o mil chicos coman, nos sentimos con el corazón enorme”
La comida no se tira
Desde hace una década, el Banco de Alimentos Rosario (BAR), oficia de cadena de transmisión entre los alimentos con fecha de vencimiento cercana que donan las empresas y los comedores y merenderos de las zonas más necesitadas de la ciudad. Funciona a pulmón, nunca mejor aplicado el dicho popular, con decenas de voluntarios de todas las edades, que clasifican, envasan, distribuyen cuidando que todo esté como corresponde. En su sede de Carriego 360, acopian las donaciones, mientras van creciendo en solidaridad con el modelo de acción que definen como “ sistematizado, trazable, transparente y seguro”. Durante la cuarentena cumplieron un rol fundamental, articulando con la Municipalidad y demás organismos, prácticamente sostuvieron la llegada de alimentos a los barrios.
Son los creadores del ‘Gondolazo’ con la donación de alimentos mientras se hacen compras en los supermercados, la fiesta anual y demás campañas para sumar activos y voluntarios, y llevan entregados 5 mil toneladas de alimentos a organizaciones sociales. Hasta lograron abastecimiento de leche fluida que hasta la reparten con nombre propio. “Creo que uno llega al voluntariado y a donar su tiempo, siempre porque algo hace un click en su vida, es verdad que el tiempo no se puede comprar y cuando el tiempo que uno da dejó huellas positivas en otro, duplicaste el impacto positivo en vos”, explicó su presidente, Fernando Cáceres.
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Fernando Cáseres y voluntarios del Banco de Alimentos de Rosario que funciona en calle Carriego 360.
Foto: Silvia Carafa / LC
“Por ahí suena trillado pero quienes donamos nuestro tiempo, es mucho más lo que recibimos que lo que damos, gastamos tiempo en muchas cosas que dejan nada como el celular, la televisión, en tener relaciones vacías con gente vacías, en criticar, en hablar del otro, en pensar cosas que no son productivas, así que la diferencia en usar el tiempo para el bien hacia otro, es enorme, porque ahí sí que quedan huellas”, aseguró.
Cáceres, que está en el proyecto desde la primera hora, describe con satisfacción anécdotas de solidaridad. “La semana pasada me llegó un mensaje de una voluntaria, muy deprimida, donde contaba que había perdido a su esposo, que no le encontraba sentido a su vida y que cuando comenzó hacer voluntariado en BAR, volvió a encontrar el sentido a sus días”, relató. Y dijo que hacer voluntariado no te saca la tristeza pero te saca de la inactividad que provoca la tristeza. “Agradezco gastar el tiempo en hacer acciones solidarias con el Banco de Alimentos, y que eso genere impacto positivo en los demás, a los voluntarios no nos da lo mismo todo, que un chico coma o no coma, si tenemos que dar nuestro tiempo para que diez, cien o mil chicos coman, nos sentimos con el corazón enorme”.
Damas Rosadas
Desde hace 15 años, un grupo de voluntarias sostienen el trabajo de voluntariado en el Hospital de Niños Zona Norte y desde hace cuatro, asisten en lo que necesiten en la Maternidad del Hospital Centenario. Pero además también están presentes en distintas instituciones, como iglesias y escuelas, a las que les hacen llegar las donaciones que reciben y que no aplican en los hospitales. “Somos un grupo bastante grande así que podemos ayudar”, explicó su portavoz Mirta Acosta.
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Ayuda y solidaridad en el Hospital de Niños Zona Norte (HNZN).
Foto: Silvia Carafa / LC
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Jornada de solidaridad y ayuda de voluntarios del Hospital de Niños Zona Norte.
Foto: Silvia Carafa / LC
Nacieron como Voluntariado de Damas Rosadas, con sede en Buenos Aires, y durante cinco años mantuvieron ese vínculo hasta fortalecerse en la tarea hospitalaria y conformar un grupo con características propias. “Fuimos cambiando algunas reglas, nos fuimos abriendo mucho más a lo social, a otras instituciones, modernizándonos más”, relató sobre la génesis del grupo hasta constituirse en la Fundación Creando Sueños, aunque en las redes sociales siguen siendo Damas Rosadas porque es el nombre como se las conoció desde el principio.
Sentir la necesidad de volver
“Soy una idealista de los sueños, creo que son los que te mantienen vivo y vengo de una familia muy solidaria, de maestras rurales de escuelas rancho, yo mamé eso desde chiquita y para mi la única satisfacción es ayudar al que no tiene, aunque sea con una caricia o un apoyo en el hombro”, explicó Acosta y dijo que el voluntariado es un trabajo que se parece a muchos pero no es igual a ninguno, tiene sus propias reglas. “Somos una institución dentro de otra institución que es el Hospital y tenemos que respetar sus reglas, por ejemplo, hacemos cursos, erradicar ciertas palabras que pueden herir o angustiar a los pacientes, muchas cosas, pero en primer lugar es poner el corazón”, describió.
Pañales, chupetes, mamaderas, calzados, ropa para los niños, ropa interior para mamás o papás, artículos de higiene, libros de cuentos, son los elementos con los que asisten a los pequeños y a sus familias en los trances de enfermedad, por el grupo que hoy forman unas treinta mujeres, con expectativas de seguir incorporando más. Todos los días, de 9 a 12, se las encuentra en el Hospital de Niños Zona Norte, todas trabajan o estudian o hacen distintas actividades, “no es que no tenemos nada que hacer y vamos al Hospital, todas tenemos ocupaciones”, comentó.
“Hicimos una campaña con los chicos del Rotary y juntamos mil libros, y los repartimos en la puerta del Hospital, es algo maravilloso, algunos chicos salen llorando y cuando le damos el libro se les cambia la carita inmediatamente, este es un trabajo muy lindo, es extraordinario, te llena el alma”, dijo. Y asombró con la pasión que sienten por lo que hacen, “nos distribuimos en los días de la semana, la idea es que no veamos la hora en que llegue el día de volver, además de trabajar cada una con sus dones y talentos, en las distintas actividades, acomodar la ropa, ir a sala, leer cuentos”.
“Le ponemos pasión, en todos los detalles, por ejemplo, llamamos a la mamá por su nombre y no con el número de la sala, hay una necesidad enorme de ser escuchados”, enfatiza Mirta, a pocas materias de recibirse de abogada y con una licenciatura en curso sobre Derechos Humanos, estudios de idiomas y en las nuevas tecnologías para aplicar a las tareas que realiza. En medio de todas esas obligaciones, su preocupación ahora es que no tienen dinero para comprar telas polar y hacer las mantitas para la Maternidad del Centenario y sienten que no hace nada especial, sólo lo que el corazón le va indicando para hacer realidad sueños ajenos.
"La solidaridad: un recurso que por valioso no se vende, ni se compra, sólo se dona" "La solidaridad: un recurso que por valioso no se vende, ni se compra, sólo se dona"