¿Sirvió para algo el paro general? Toda acción política para algo sirve, aunque sea algo módico, y por supuesto depende del objetivo que hayan tenido los impulsores. Más allá de la imagen negativa de la dirigencia sindical –no solo de la CGT- y del eventual uso político de la huelga, hay varias aristas para observar, aunque no cambien sustancialmente el escenario político, que seguirá pasando por el Congreso durante el resto del mes.
En primer lugar, un paro de magnitud –ni gran éxito, ni gran fracaso- pone a la principal central sindical en el centro de la escena política nacional, con todo lo que eso implica para una situación en donde se habla del desdibujamiento de la oposición.
En segundo término, la huelga sirvió para administrar la natural tensión interna en la conducción entre radicalizados y dialoguistas, que se notó en las declaraciones del 1º de Mayo: entre la intransigencia de Pablo Moyano y la moderación de Gerardo Martínez. ¿Por qué no hubo movilización cuando se trató la reforma laboral en Diputados?
La tercera cuestión se refiere al protagonismo que quiere recuperar el sindicalismo peronista en Unión por la Patria. Como ya ha sucedido varias veces en los últimos 40 años, cuando la rama política entra en crisis, la rama sindical tiende a ocupar el espacio vacío. Más aún cuando tiene una cuenta pendiente por la escasa participación de candidatos de origen gremial en las listas legislativas nacionales. ¿Mensaje a Cristina y La Cámpora? ¿Kicillof es su “nuevo mejor amigo”? Hubo pocas expresiones de parte de “la política” en la jornada sobre el paro general: ¿fue acordado o se corrieron para no quedar pegados con gremialistas desprestigiados?
El cuarto punto es la competencia que se le viene presentando al sindicalismo peronista desde la izquierda. Este sector a veces compite mano a mano con la representación tradicional en las comisiones internas, desplazando la lógica de negociación con la patronal. Ya se lo vio en su momento con el largo conflicto en el sector de neumáticos. Los gordos no se pueden quedar dormidos.
Luego, no debe olvidarse que estamos frente a la mayor fragmentación del mundo sindical en las últimas décadas. Ese proceso no es coyuntural, sino estructural, y representa todo un desafío a la gran pregunta de quién lleva la batuta en la conducción del conflicto.
Una vez anunciado el paro era difícil volver para atrás para que nadie quedara como dialoguista frente al gobierno, aunque éste redujo severamente sus pretensiones de que la reforma laboral sea también una reforma sindical, como la quiso Alfonsín en su momento. La muñeca de Pichetto en Diputados hizo que el oficialismo no se metiera en camisa de once varas y perdiera lo que tanto le costó construir.
En definitiva, aún desprestigiada, el paro expresó a la mitad del país que desaprueba la gestión Milei con mucho fastidio, que es muy pesimista sobre el futuro, que sintió alivio cuando se cayó la ley ómnibus, pero que no ve líder convocante. No es la mayoría, pero sí es “la otra mitad”. El oficialismo, por su parte, le habló a la mitad que lo apoya, a los “elijo creer”, a los optimistas, a los que creen que el esfuerzo vale la pena, y que considera totalmente improductivo el paro: nada cambiará.
Lo que viene
El tablero general no se modifica por el paro, se lo considere o no exitoso. Está claro que Milei es un fundamentalista que nunca va a dar el brazo a torcer, y mucho menos por una huelga sindical, bajo el argumento de “la gente votó esto”. En todo caso, habrá que ver si la presión de la CGT a algunos senadores da resultado. Quienes obedecen a sus jefes políticos/gobernadores, difícilmente cambien su agenda de intereses permanentes –el dinero para sus provincias- por una presión, un paro o un escrache. Como decía el mítico “Chueco” Mazzón: “Hay algo peor que la traición, el llano”.
Un último comentario es que el sector menor de 30 años, más proclive al libertario, es el más ajeno a las estructuras sindicales, porque es el que sufre la mayor informalidad, se inserta más en el sector servicios, es donde más autónomos hay y carece de afectividad hacia las estructuras de representación tradicionales. En ese punto, Milei le está hablando más a un presente y eventual futuro, y el sindicalismo a un presente complicado y al pasado, sin que esto signifique un juicio de valor.
En síntesis: una movida que no mueve el amperímetro del escenario, y que representa un gran desafío a la CGT sobre cómo sigue la película.