En una elección atravesada por la incertidumbre, algo es seguro: el debate de esta noche será clave. Sergio Massa y Javier Milei lo saben. La moneda está en el aire. Y hoy puede definirse de qué lado caerá.
Por Mariano D'Arrigo
En una elección atravesada por la incertidumbre, algo es seguro: el debate de esta noche será clave. Sergio Massa y Javier Milei lo saben. La moneda está en el aire. Y hoy puede definirse de qué lado caerá.
Serán 110 minutos intensos. Mezcla de los espacios de discusión pública que acompañan a la democracia desde su nacimiento en Atenas con show televisivo en la era de la hegemonía audiovisual.
Machetes, afuera. Candidatos clavados en su atril, afuera. Massa y Milei estarán más sueltos pero también más expuestos. Deberán exprimir todas sus aptitudes en un contexto de máxima presión. Desde la memoria hasta el manejo del lenguaje corporal, igual o incluso más importante que la comunicación verbal.
A lo largo de dos horas ambos tendrán que mostrar templanza para domar, al menos por un rato, su animal interior. Massa, al tigre confiado que se relame ante una presa aparentemente fácil. Milei, al león salvaje que muestra los colmillos y asusta a las distintas especies que viven en la jungla que pretende gobernar.
Cualquier desliz puede ser mortal para sus pretensiones. Millones de personas estarán del otro lado de la pantalla. Los dos debates anteriores promediaron 39 puntos de rating. Una audiencia gigantesca para estos tiempos, comparable con la atención que despierta un evento deportivo. Sumadas, las dos señales que transmitieron la final entre Argentina y Francia en el mundial de Qatar alcanzaron los 63 puntos. Hoy Massa y Milei buscan un gol que vale doble: por la lógica del balotaje cada voto que suman lo pierde el rival.
Los comandos de campaña pero también los militantes silvestres capturarán cada palabra, cada gesto, para armar placas y clips para las redes sociales. Allí se libra una batalla decisiva de la campaña. Con recortes que, como el maquillaje, tratan de resaltar las virtudes y camuflar los defectos.
El formato importado de Brasil tendrá dos protagonistas que buscan, a su modo, interpretar el papel de Lula y Bolsonaro. Massa, como el viejo caudillo del Partido de los Trabajadores, busca pararse en la divisoria democracia versus autoritarismo y apela a una ancha coalición política para derrotar a su adversario.
Milei actúa en el rol del excapitán del ejército brasileño. El outsider que se abre paso con la crisis del centroderecha tradicional y reúne distintas broncas —de clase, geográficas, de género– bajo el paraguas del rechazo a la fuerza que lideró el ciclo progresista de los 2000, con notorios signos de agotamiento. El PT allá, el peronismo acá.
Hasta ahí llegan las similitudes. Massa no tiene el carisma que Lula no pudo transferir a quienes debieron ocupar su lugar y la alianza amplia que pretende construir por ahora sólo es un boceto. Otra diferencia crucial: no es el opositor en ascenso sino el candidato del oficialismo en una economía con más de 140% de inflación y cuatro de cada diez personas bajo la línea de la pobreza.
A diferencia de Bolsonaro, que era un diputado marginal pero tenía una carrera política, Milei es todavía un novato en la pelea grande por el poder, no cuenta con el respaldo de amplios sectores de las Fuerzas Armadas —más allá del speech procesista del candidato y su compañera de fórmula– y su personalidad genera aún más interrogantes que el excéntrico antecesor de Lula.
Como en el boxeo, en la estrategia de combate figura cómo y dónde pegar para explotar los puntos débiles del adversario.
“Massa va a explicar sus propuestas y va a ser muy punzante para que Milei explique sus contradicciones. Lo va a tratar de interpelar para que explique sus ideas, que son horribles”, considera un referente de Unión por la Patria.
La situación exige una administración cuidadosa de la fuerza para que el asedio no se convierta en bullying y ponga al libertario en el lugar de víctima. Una sociedad que se siente sistemáticamente agredida por la política podría identificarse con él.
Siguiendo el manual, el líder de La Libertad Avanza tratará de arrinconar al ministro-candidato-presidente en ejercicio como responsable del descalabro económico. “Milei no tiene que cometer errores. Si empata, gana”, dice un armador opositor convencido de que la velocidad de la suba de precios pega bajo la línea de flotación de cualquier fórmula oficialista.
Las expectativas mandan. En Santiago del Estero y en la UBA se esperaba que Milei derrapara y mantuvo la línea. Después de algunas apariciones erráticas tras las generales, no son pocos los que esperan —y desean— que su psiquis se derrumbe en vivo y en directo como un Jenga.
Si no sucede, será una victoria del minarquista. De todos modos, esta noche el nivel de dificultad será superior.
“Sorprendería que una persona que no se pudo concentrar en un estudio de televisión se banque dos horas de tensión altísima sin el soporte papel, que fue su bastón en los debates anteriores. Fue una buena jugada del equipo de Massa y muy amateur de parte de Milei aceptar eso. Podría haber sido una excusa para declinar”, dice el consultor Lucio Guberman, con una larga lista de campañas en su CV.
En este caso, los costos del faltazo —la pérdida de espacios de publicidad a una semana de las elecciones y quedar en un lugar incómodo ante los indecisos—, pueden ser inferiores al daño de empantanarse en alguna respuesta.
El amateurismo que se le valoró a Milei hasta las Paso encontró su techo en las generales y puede ser un lastre en la fase final del casting presidencial.
Cómodo con el traje de presidenciable, Massa deberá darle verosimilitud a dos ejes centrales de su campaña. Una es la promesa de montar un gobierno de unidad nacional, que supone una deskirchnerización progresiva de su propuesta. La otra es que puede encauzar la demanda de cambio y garantizar estabilidad, tanto en el plano económico como en el político.
Además, el debate puede ser la señal que están esperando votantes que eligieron otras opciones en las generales para terminar de definir qué boleta agarrarán el próximo domingo en el cuarto oscuro.
“Hay gente que quiere votar a Massa y le cuesta muchísimo. Necesita ese último justificativo, espera un error de Milei y con el miedo se valora más el statu quo. Igual, pasa lo mismo a la inversa, hay quienes esperan solvencia de Milei para convencerse de que no se están tirando al vacío”, dice un operador del no peronismo.
Antes del mano a mano de esta noche, Agustín Rossi y Victoria Villarruel animaron una especie de partido de reserva. Seguido por dirigentes y politizados, el cruce entre ambos candidatos a vicepresidente calentó la previa del encuentro principal.
Los balances son opuestos. Mientras en el búnker libertario están convencidos de que la compañera de bancada de Milei apabulló al jefe de Gabinete, en el peronismo creen que la visita a TN dejó pura ganancia.
“Ella afirmó que quiere a los genocidas sueltos, algo que le cae muy mal a cualquier persona democrática, y la dejó picando en tres temas económicos: el cortar relaciones diplomáticas con Brasil y China, el origen de los dólares para la dolarización y la privatización de YPF y Vaca Muerta. Massa lo va aprovechar”, dicen desde el entorno de Rossi.
Parados solos en el escenario, Massa y Milei protagonizarán un evento histórico. A cuarenta años del regreso de la democracia, la suerte de la elección más importante desde 1983 puede sellarse esta misma noche.
jueves 28 de noviembre de 2024