Como fuerte gesto político, Javier Milei asumió la Presidencia de espaldas al Congreso y de cara a la plaza. Casi dos meses después, el paquetazo legislativo con el que pretende resetear a la Argentina chapotea en el pantano de su propio armado en la Cámara de Diputados. Y la calle le devolvió una de las expresiones de rechazo más multitudinarias y tempranas de la historia reciente.
Se entiende la furia y frustración que se apoderó del gobierno y que terminó con la primera crisis grave de gabinete. Más allá de las cuentas mágicas del vocero Adorni, el paro y movilización de las centrales sindicales plantó un mojón en la pelea política.
La calle, en su forma multisectorial, recogió el instinto de autodefensa de los múltiples afectados por el DNU 70 y la ley ómnibus. Y siguió la táctica de Sergio Maravilla Martínez en el dramático round 12 de la pelea contra Julio César Chávez Jr. Recibido el duro golpe de la elección de noviembre, eligió ir al cruce, aun viendo las estrellas, antes que escapar y ofrecerle al oponente la percepción de que el knock out estaba a mano.
En la primera evaluación, salió bien. Muy lejos todavía de convertirse en una maniobra ofensiva, la movida abroquela y contribuye a ordenar uno de los campos de la política. El que se ofrece como valla de contención de los sueños imperiales del presidente.
Es claro que no lo leyeron así los diputados peronistas tucumanos que se rindieron a la tentación del azúcar libertario sin disparar un tiro. Más bien salieron disparados ellos hacia la trinchera contraria. Justo cuando la oposición amigable de legisladores y gobernadores, esa extraña armada amalgamada apenas por su antikirchnerismo fantasmal, se descubría entrampada hasta extremos institucionalmente peligrosos en el abrazo fangoso de un presidente que la odia y desprecia.
La amenaza abierta y feroz del ministro de Economía y del propio presidente contra las provincias mostró los límites del colaboracionismo palaciego. Como en la reforma laboral que propone en su DNU, este gobierno no admite socios ni empleados con derechos. Quiere “colaboradores”.
No es, de todos modos, el mundo del trabajo en relación de dependencia el que preocupa especialmente a esta colectora del medio. De hecho, ya asoman las primeras tensiones entre los mandatarios provinciales y los sindicatos del sector público. Su foco está más bien puesto en la defensa de los empresarios rurales e industriales de cada distrito, amenazados no sólo por el aumento indiscriminado de las retenciones a la exportación sino por los múltiples cambios que el megadecreto y la ley ómnibus traen bajo el poncho. Los tironeos por el régimen de biocombustible se convirtieron en un ejemplo.
Pero la economía de los territorios, que Milei pretende ajenos al mapa de la Argentina que gobierna, no sólo está en riesgo por el paquetazo normativo sino por una política económica que busca la estanflación y que puede terminar ahogando incluso el alivio que podría traer entrado el año la excelente cosecha gruesa que se espera.
El miércoles, en la concentración de las centrales sindicales de Villa Constitución, los trabajadores de Acindar expresaron públicamente su temor por la suerte de los puestos de trabajo. El viernes, en la cartera laboral de la provincia, se realizó un audiencia pedida por la UOM de Firmat para plantear la inquietud por el futuro de los obreros de Vassalli. La obra pública está casi paralizada y en el sector educativo privado comenzaron los despidos disciplinadores.
Más allá de la narrativa que le bajó el precio a los números del mercado laboral durante la gestión anterior, el empleo sí empezará a ser un problema en serio si se revela que la promesa de Milei de “fundirlos a todos” no es solo para los Estados provinciales.
De promesas a amenazas, las extorsiones a cielo abierto ponen a la disputa política en un nuevo nivel de descomposición. Aquel slogan publicitario de “combatir a la casta” quedó enterrada en el enorme bazar de lobbies en el que se convirtió la Cámara baja durante la discusión de la megaley que envió el presidente. Sólo falta un diputrucho para completar en clave de comedia la remake de los 90. Con el sobrino, diría Marx, disfrazado con el traje grande del tío.