Gonzalo Echenique tuvo la mejor escuela para aprender un deporte grupal: Su propia casa. Allí y en el club se criaron juntos los doce hijos de la familia Echenique. Doce hijos, ocho hermanas, y cuatro hermanos, él es el décimo. “Todos de la misma madre y padre”, aclara. De esa cuna del centro rosarino surge uno de los mejores jugadores de waterpolo que hay en el mundo y que juega en el máximo club al que se puede aspirar: el italiano Pro Recco. Y esa vida en equipo desde sus primeros días hace pensar que quizá le permitió su juego, un juego solidario en el agua, donde hay que dejar por fuera el ego y, usando sus palabras, dejar la piel por el de al lado.
El vínculo de Gonzalo, o Chalo como lo apodan, con el waterpolo tiene mucho que ver con su historia familiar. Es que siendo tantos en su casa, de tres pisos, siete piezas y muchos baños ubicada en boulevard Oroño y Urquiza, su madre los llevó horas y horas al club Gimnasia y Esgrima. En el verano los doce llegaban al club a las diez de la mañana y se iban cuando caía la noche. Cada día. Por lo cual si o si había que hacer un deporte para sostener el tiempo. Y el agua la sintió casi como su ambiente natural, su madre dice que a los tres años ya aprendió a nadar. “Siempre me gustó el medio, me siento cómodo en el agua. Me gusta mi momento de tranquilidad, cuando nado estoy en mi mundo. Estoy tranquilo ahí, nadie me puede sacar. En casa con once hermanos, meterse al agua y no escuchar a nadie era un espectáculo”, dice y ríe.
Los Echenique iban eligiendo distintos deportes en GER. Hicieron natación, nado sincronizado, vóley, fútbol, tenis y Gonzalo se inclinó primero por natación hasta los doce años y luego pasó al waterpolo, siguiendo a su hermano Ignacio y a sus amigos. Su entrenador de natación no quería que lo dejara, porque con sólo 12 años ya tenía varias medallas colgadas, e incluso había obtenido un récord argentino, porque fue veloz en el agua desde siempre. Pero fue en el waterpolo fue donde conoció lo mejor y logró que lo todo deportista sueña: poder vivir muy bien del deporte profesionalmente. En su caso, como ocurre en general en waterpolo, esa meta la logró en Europa.
Un casi zurdo con suerte
La primera vez que tomó la pelota al salir de natación y pasar al waterpolo sintió que era su golpe de suerte. En lugar de tomar la pelota con la mano derecha, que es con la que hacía todo en su vida, la tomó con la izquierda. No sabe por qué, pero pasó y pasa. Y eso es una suerte porque ser zurdo en waterpolo es un privilegio, porque siempre hay muchos más diestros. Entonces, para la posición que él debía jugar, había menos postulantes, tanto en Argentina como en el mundo. “Es una suerte porque en el waterpolo e incluso en el deporte en general los zurdos somos los menos, entonces se necesitan más. En el waterpolo si no hay zurdos se juega a mano cambiada o invertida lo que es mucho más difícil y yo soy derecho para hacer todo, no sé hacer nada con la izquierda fuera del agua”, asegura.
Su evolución en el waterpolo fue meteórica, era chico porque tenía 12 años pero siempre lo ponían en categorías de mayores, porque la velocidad que traía desde la natación lo posicionaba distinto. En poco tiempo ya estaba en el seleccionado juvenil de Argentina y un tiempo después jugaba en primera para la selección nacional de waterpolo. Con sólo 15 años lo llevaron a jugar a Canadá y con los juveniles recuerda haber ido a su primer mundial en Los Ángeles. Allí se maravilló con el nivel que tenían los jugadores de los países del este. “Hacían cosas que nosotros nunca habíamos visto, eso técnicamente es muy bueno, cuando a vos de chico te enseñan los movimientos correctos. Mundialmente los más fuertes en este deporte con los que llegan desde Serbia, Hungría, Croacia. Físicamente son gigantes y técnicamente están a otro nivel, siempre están un paso adelante”, define.
En ese punto es donde Sudamérica tiene mucho por aprender. Tal como relata Gonzalo en esos países “los movimientos los aprendes a los ocho años y quizá acá los ves recién a los 20. Y hoy sigue siendo así. No se enseña el waterpolo como se tiene que enseñar en categorías menores. Esto se está empezando a modificar un poco pero en Argentina este deporte es aún muy amateur. Acá el jugador tiene que pagar para hacer el deporte mientras que en Europa te pagan por jugar. Esa es la gran diferencia. Allá le enseña gente que estudió waterpolo, acá les enseña el que está”, lamenta y agrega que quizás Brasil está un poco más preparado, porque llevan entrenadores profesionales y jugadores a enseñar la técnica en sus clubes.
De techo en techo
Una vez que había llegado a lo máximo que podía hacer en Argentina, que fue jugar el Panamericano con la selección de primera en Río de Janeiro, Gonzalo entendió que su nueva meta estaría fuera de país. Era el año 2009, estaba haciendo una clínica de waterpolo con un jugador catalán en el club Regatas de Santa Fe cuando lo buscó en los vestuarios y le pidió que lo ayude a llegar. Y así fue, a los tres meses se lo llevó a jugar a un equipo cerca de Barcelona. Jugó en el Club Natació Sabadell donde lograron ganar la Copa del Rey y la Súper Copa de España y de ahí lo llamaron para el mejor equipo de España, el Atletic Barceloneta. Con este último ganaron ese año todas las competiciones que jugaron, hasta incluso la Champion, que nunca la habían alcanzado. El nivel era realmente muy alto. Pero al poco tiempo, tras incluso haber jugado con la camiseta española en la selección del país ibérico, lo llamaron del máximo club de Europa: el Pro Recco. La tentación era enorme, debía dejar esa camiseta para cambiar de país, tras hablar con sus entrenadores y jugar en los juegos Olímpicos para ellos, hizo las valijas y a Italia fue.
“Para que se entienda, llegar al Pro Recco es como llegar al Barza o al Madrid en el fútbol. Es el lugar donde querés llegar como jugador, es el techo donde querés llegar. Ahora lo que me toca es mantenerme, pero es el mejor equipo de waterpolo del mundo”, explica para quienes no conocen este deporte. El primer año para ese club no lo hizo en Italia, sino que tuvo que volver a viajar para ir a Croacia, al club Primorje Rijeka, porque en ese momento en Italia el plantel estaba completo. Pero el Recco lo quería, por lo cual lo contrató para sumarlo una temporada después, en el 2016. “Croacia fue duro, pero aprendí mucho porque había jugadores técnicamente muy buenos que incluso eran campeones olímpicos”, recuerda.
Una vez que se instaló en Génova para jugar para el Pro Recco, le tocó un nuevo reto. Porque justo en su posición había dos jugadores zurdos que eran asombrosos. “Eran serbios, uno era el mejor del mundo en esa posición y el otro era el segundo mejor del mundo. Al principio no podía jugar mucho, pero esa competencia me dio la fortaleza para lograrlo. Yo quería jugar”, dice. El primer año en momentos cruciales le tocó verlos desde la tribuna, pero al siguiente año alcanzó su meta: fue titular. “Con esfuerzo y las ganas que tenía de estar ahí llegue a superar a los dos. O quizás yo tenía el juego que el entrenador necesitaba. Ellos eran muy anárquicos, enormes y tiraban la pelota desde cualquier lado al arco. Yo fui más compañero, de pasar más la pelota, de tener una visión de juego grupal, de ayudar más, dar una mano demás. También pasó que yo soy muy rápido nadando y ellos dos eran más lentos. Entonces en ese momento el técnico me necesitaba”, piensa.
Una vez más prima la cuestión grupal en el juego, algo que Gonzalo conoce bien. Dice que una de las mejores cosas que le deja el waterpolo son las amistades. Volver a Rosario y encontrarse con todos sus amigos del club, ir a la cancha de Newells con ellos, y en Italia también lo logró porque en el Recco hicieron un grupo que se llevan muy bien en el agua y fuera de ella. “Yo no soy problemático, es difícil que tenga un problema con alguien. Allá convivimos con gente de muchas nacionalidades y hemos conseguido ser una familia además de un grupo de buenos jugadores”, cuenta.
A Gonzalo se lo ve humilde, siempre hablando en equipo de cada logro y sólo habla de sí mismo cuando se lo piden. En ese marco, a la pregunta de por qué cree que logró llegar tan alto en su deporte, responde: “Creo que soy muy bicho, anticipándome a lo que puede llegar a pasar. Y por supuesto me ayudó mucho ser veloz y zurdo”. Acerca del futuro, dice que los próximos tres años seguirá viviendo en Génova y jugando en el mejor club del mundo porque tiene un contrato firmado. El desafío en el Recco es mantenerse en el nivel que está. Pero luego su futuro es incierto porque se tomará el tiempo para pensarlo y decidirlo. Tiene 32 años, aún le queda juventud para seguir mostrando lo que mejor sabe dentro y fuera del agua.