El peronismo sufrió dos vendavales en un año. El primero fue el amplio triunfo de Maximiliano Pullaro en la Gobernación, que barrió al justicialismo de Concejos, municipios y la Legislatura. El otro fue la reforma constitucional, una bomba interna que detonó replanteos y reacomodamientos cuando, de a poco, acomodaban las sillas en la mesa.
Si bien cada una de las tribus trataba de hacer su juego después del desenlace de 2023, hubo un intento de unidad tras las elecciones partidarias. Pero el posicionamiento frente a la reforma desnudó las diferencias de criterio que ya se veían y hasta las ganas genuinas de construir un proyecto común, incluso de algunos que están dentro.
El peronismo y su mundo
En la conducción rescatan que se trató de una oportunidad aprovechada por el partido para pronunciarse con fuerza (“no a la reforma a las apuradas”) y con un posicionamiento opositor, después de un tiempo sin pantalla. La observación más fina indica que en un tema tan importante el peronismo terminó estando fuera de la foto reformista.
El contraste actual entre el PJ y Unidos es de ritmo de carrera: el peronismo pidió 90 días para tratar la ley, el oficialismo la sacó en una semana.
Mientras, hay una intención de la cúpula del PJ por volver a darle protagonismo al partido, algo que se vio en los discursos a lo largo de la sesión de la Cámara de Diputados. El dogmatismo de votar lo que defina la casa justicialista, más allá del convencimiento personal, estuvo presente.
Algunos lo aceptaron, otros, en un primer momento, también. Pero después decidieron lo contrario. Un puñado de intendentes jugaron por la reforma, con algún mínimo matiz, como para darle más gusto a la ensalada.
La reforma dejó bien marcadas las posiciones de aquellos que integran el partido, llámese senadores, La Cámpora, Movimiento Evita y el rossismo, frente a los inorgánicos y que tienen un pie fuera, es el caso de Omar Perotti, Marcelo Lewandowski y hasta Roberto Sukerman. Casualmente, los tres electores más importantes del peronismo.
Si Perotti fue gobernador peronista hasta hace un año, Lewandowski el candidato a sucederlo y Sukerman el de Rosario, y no quieren saber nada, hay entonces una crisis de identidad.
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La reforma constitucional generó tensión entre el PJ y el gobierno de Maximiliano Pullaro, pero también al interior del propio justicialismo.
Foto: Archivo / La Capital.
Son tres casos distintos. Sukerman defendió el debate de la reforma y, de paso, le pegó al partido: “El problema del PJ lo está buscando en otro lado y no está mirando lo propio”. El rosarino es constitucionalista, un dato nada menor para la elección de convencionales. La cuestión es si compite por el peronismo u otro sello.
Lewandowski no se metió de lleno en la reforma por más que el diputado de su espacio, Miguel Rabbia, la rechazó. En la semana previa, el senador nacional lanzó su espacio Activemos, “para recuperar las banderas del trabajo digno, del estudio y la movilidad social ascendente”. En el PJ provincial lo miraron de reojo y reaccionaron con ironía: “Quiere construir un peronismo sin peronismo”.
El caso de Perotti es particular. Su espacio terminó siendo parte del proceso de reforma -a excepción de su exministro de Economía Walter Agosto-, algo que el partido no le perdona y hasta sigue afilando a la guadaña. “Hay que ver todavía qué hacemos con los peronistas que votaron en contra de lo que se acordó”, avisan en la cúpula pejotista.
Claramente había un round adeudado del PJ contra Perotti. Cuatro años de disociación partidaria, y encima ahora con un respaldo a la reforma que impulsaba Unidos, fueron mucho para los dirigentes. “El peronisno no existió con Perotti de gobernador, no hubo vida política, no quiso”, reprochan.
La diputada y exvicegobernadora Alejandra Rodenas sacó a relucir el concepto de disciplina partidaria en el recinto y hasta habló de traición. “Las bancas son de los partidos o alianzas. El que gana una, no es dueño de ella. La gente te vota porque le prometiste algo. Y después votan al revés y votan lo que quieren. Eso es una distorsión del mandato popular”, rezongó en LT8.
Lucila De Ponti, del Movimiento Evita, fundamentó en el recinto su rechazo en esa disciplina partidaria: “No es una cuestión de valentía sino que una forma parte de un espacio colectivo, con tradición militante y en el marco del cual se piensan y toman decisiones, y a veces coinciden con lo que individualmente creemos y otras no. Pero hay una elección de pensarse de modo colectivo”. Claro que suena llamativo al ser autora de un proyecto de reforma.
Reformistas culposos
El radical Martín Rosúa, de protagonismo en la construcción de la ley, fue más picante y habló de “reformistas culposos” que definió en aquellos que dicen “hay que reformar, pero no ahora”.
“En el fondo, quieren que nada cambie”, cuestionó. De esa calificación está corrido el perottista Marcos Corach, quien acompañó la ley y fue más allá que el propio radical: "El debate, más que una oportunidad política, es una obligación moral".
Con esta ley también quedó en claro que los senadores peronistas ya no son árbitros de los gobiernos, como ocurrió en alguna oportunidad.
Hasta se diferenciaron en la Cámara alta siendo tan solo cinco. Dos faltaron: el perottista Alcides Calvo y el resbaladizo Eduardo Rosconi. Quizás ahora el silbato se lo ponga en la boca el radicalismo del Senado.
Un justicialista díscolo atacó con veneno: "Mirá vos, cuando los senadores peronistas acordaban con el socialismo estaba bien, pero ahora está mal acordar por la reforma".
Lo que viene
La gran pregunta es qué ocurrirá en el futuro con el peronismo. En febrero será el cierre de listas para los convencionales. Los partidos deberán presentar una sola grilla porque no habrá Paso. El que no quiera ir por dentro del partido lo deberá hacer con otro sello y en esa empiezan a pensar los electores mencionados.
Solo 60 días para resolver una dispersión importante y un año electoral clave. ¿Unidad en dos meses? “Si acordaron la candidatura a gobernador en tres horas, ¿por qué no?”, dijo sin real convencimiento un dirigente.