Determinar qué es novedad y qué es pasado en torno al proyecto de Cambiemos es un desafío que los cientistas políticos toman con fruición analítica. Hay, para algunos, señales claras de que es un evidente retroceso respecto del proceso que dominó el kirchnerismo en los últimos 12 años, una restauración conservadora que busca reposicionar a las élites dominantes en sus privilegios perdidos, un giro social hacia la derecha en un contexto regional que en bloque inclina el plano para ese costado. El politólogo Juan Bautista Lucca adscribe a esos conceptos, pero le reconoce a la vez cierta innovación al macrismo: una nueva relación entre líder-masa y mostrarse como un partido desafiante del esquema tradicional de partidos .
"Cambiemos es el nuevo rostro del viejo neoliberalismo, pero con una nueva prédica en términos de lo político", resume Lucca. Para el docente e investigador de la UNR y el Conicet, ese aspecto tiene una dinámica interesante, que hace equilibrio en una relación directa con el ciudadano, sin intermediarios (por caso, el famoso "timbreo"), pero que necesariamente tiene que actuar con los otros estamentos del poder para gestionar, como son los gobernadores, la mayoría de cuño peronista, y un Parlamento en minoría.
—¿Que le aporta de nuevo Cambiemos al sistema político argentino?
—Es difícil de establecer si Cambiemos es algo completamente nuevo. Desde el sentido más común, uno escucha voces que dicen que es el retorno a los 90 y otros que dicen que es una nueva avanzada de otro tipo. Pero el PRO ya tiene características que son innatas de la dinámica política contemporánea.
—¿Cuáles son esas características?
—La relación líder-masa se denostó en términos de populismo como algo peyorativo. Sin embargo, a partir de los 70, pero con más énfasis en los 90 y sobre todo en el contexto regional de los últimos años, este rasgo es algo estándar de todos los gobiernos latinoamericanos, incluso de los europeos noroccidentales, donde el líder hace una apelación directa a la ciudadanía. Eso implica una estrategia que Cambiemos sí toma fuertemente y la quiere potenciar aún más, que es la individualización de lo colectivo. La idea del PRO es disgregar el electorado para tratar de desvincularlo de cualquier atadura o enraizamiento identitario previo. Y en esa coyuntura pasar por la zaranda con un nuevo perfil, hablando de "tú a tú" y no tanto de "nosotros". Quiere que el electorado lo siga, pero hace de lo volátil el síntoma posmoderno por excelencia.
—¿No identifica el surgimiento del PRO como un emergente de lo que fue la crisis de los partidos en 2001?
—La característica nueva que tiene el PRO es que pudo configurar una expresión de derecha, conservadora, que salvo la Ucedé, Cavallo o López Murphy, no había tenido una relevancia y no había logrado superar el umbral de ser el tercer partido. En ese sentido, sí es algo nuevo en el sistema de partidos: una fuerza de derecha que se coloca como el partido desafiante del sistema. Y es un partido desafiante porque trata de imponer un nuevo eje de la competencia, que es justamente "el cambio" al statu quo, que en este caso lo representa el kirchnerismo.
—Y el uso de las redes sociales también como plataforma...
—Uno de los elementos muy interesante de observar es que el PRO está todo el tiempo tratando de establecer una dinámica directa en la relación dirigente-ciudadano, sin intermediaciones, como el timbreo: voy, te visito, me saco la foto, la subo a las redes sociales y genero una sensación de proximidad. El problema es que eso es muy fácil de hacer en un tiempo electoral, ahora en momento de la dinámica política y de la gestión uno necesita de los poderes estatuidos para poder gobernar. Ahí es donde rápidamente el PRO es Cambiemos, porque aprendió mucho más rápido de lo que sus socios le estaban enseñando, porque entendió que debía arreglar y estableces una relación con los gobernadores, que en su mayoría son peronistas, o con el propio Congreso, donde está en minoría.
—El PRO para poder ganar armó una alianza con la UCR ¿Ve sinergia entre los dos socios principales de Cambiemos?
—Desde la teoría, lo peor que le puede pasar a un partido nuevo es aliarse con un partido tradicional, porque morigera todo su impulso inicial. Ahora lo que tiene el PRO en este punto es que entendió su rol y posición dentro de Cambiemos, que no era la cola de león, sino la cabeza de ratón. Y en ese sentido, el aprendizaje de Cambiemos no es la experiencia que le puede aportar la UCR, sino más bien el reconocimiento de cuál es la dinámica de gobierno del peronismo.
—¿Qué es entonces lo que vino a romper Cambiemos en este esquema?
—Como en sus políticas públicas, y en la dinámica ideológica y política, está tratando de volver un paso hacia atrás.
—¿Se puede hacer una analogía con el menemismo, que fundamentó su poder cabalgando en el clima de época, que era la teoría del fin de las ideologías?
—Ya sabemos que decir que no hay ideología es en realidad una posición completamente ideológica. En mi opinión, Cambiemos es claramente representativo del viraje regional de las políticas públicas de la derecha. En ese sentido, no es ingenuo el posicionamiento de la canciller Malcorra respecto del Mercosur, y que los aliados sean Paraguay y Brasil, donde allí hay una reacción de las élites conservadoras. Y Argentina está enmarcado en la línea ideológica de aquellas élites, que buscan dar un paso atrás en cualquier transformación social y política que se haya dado en los últimos años.
—Macri siempre dice que esto es un cambio cultural, de pasar de una economía subsidiada a una más competitiva, de decir la verdad aunque duela...
—Ahí es donde se da una línea de interpretación sobre en qué medida esto no es volver a los 90. Para el gobierno no importa que tengamos casi 10 puntos de desocupación porque eso es la plataforma de despegue. Pero cuando plantea el cambio cultural se abre un doble juego: de desestructuración de lo preestablecido (un montón de políticas públicas previas se tratan de desmontar), pero también es una búsqueda de reinstaurar ciertos axiomas, como que lo importante es el éxito, obtener más ganancias y productividad, porque eso después va a derramar sobre el resto. El problema de ese discurso es que ya lo tenemos muy conocido. Por ejemplo, le echa la culpa a los trabajadores de que ponen palos en la rueda. Los trabajadores no tienen que ser, para ellos, el motor de la economía a través del consumo interno y de accesos a bienes, entonces ya las negociaciones colectivas no son preponderantes. Ese cambio cultural tiene mucho de regresión y de conservadurismo. Es reaccionario en ese punto.
—¿Una suerte de noventismo disfrazado?
—En todo caso es un nuevo rostro del viejo neoliberalismo, con una nueva prédica en términos de lo político, que no responde a una crisis de los partidos del 2001 sino que tiene que ver con la transformación de la representación en términos globales. La habilidad está en que Durán Barba lo entendió más rápido que el resto. Esta cuestión de que no es ya tan importante el partido, sino el isologo. Lo importante es ganar elecciones. El PRO apuesta a que la ciudadanía tiene que ser entendida como un mercado electoral. Entonces, tratar de borrar toda marca cultural que establecía cierto tipo de ciudadanía o expresiones colectivas es justamente la batalla cultural que están dando. Trata de romper esas identidades colectivas.