A mediados de la década del 80 el nombre de Heriberto Vega se hizo un lugar en los expedientes policiales a partir de una acusación por homicidio y robos calificados reiterados. Desde entonces hasta la actualidad la vida de este hombre acumuló una veintena de antecedentes penales y se dividió en partes iguales entre las calles y las prisiones santafesinas. Es que Vega parece ser un malhechor compulsivo. Delinque, va preso, sale, vuelve a delinquir, lo detienen y así sin parar. Fue protagonista de hechos pesados de la historia delictiva, aunque en los últimos tiempos su quehacer se redujo a episodios menos violentos pero igual de rimbombantes. Fue después de que lo sometieran a una delicada operación cardíaca en la Fundación Favaloro. Su última caída data de hace un par de semanas, cuando junto a un menor asaltó una clínica de la zona sur. Pero claro, el corazón de Heriberto ya no da para huir a la carrera y terminó tras las rejas con el botín en las manos. Ahora espera una vez más que la Justicia defina su destino.
La última caída. El pirmer martes de agosto, poco después de las 14.30, dos hombres ingresaron a la clínica Benigno Cachero, en avenida San Martín 4298. Parecían padre e hijo que llegaban a pedir un turno para algunos de los médicos que atienden en ese centro de salud. Pero cuando se acercaron al mostrador, amablemente, demostraron que sus intenciones eran otras. Exhibieron armas de fuego y amenazaron a las empleadas a cargo. Entonces, la tranquilidad del lugar se convirtió en un pandemonio. Uno a uno trabajadores y pacientes fueron esquilmados y empujados a ingresar a uno de los consultorios donde fueron encerrados junto al titular de la clínica. Sin embargo, en medio del desorden uno de los pacientes logró escapar hacia la calle.
El paso oportuno de un móvil del Comando Radioeléctrico hizo que el pedido de ese paciente sea escuchado. Entonces, los policías ingresaron a la clínica tras pedir refuerzos. La voz de alto resonó en el local. Brian P., de 17 años, arrojó al piso el revólver calibre 38 que portaba y se entregó. Heriberto Vega, quien ya pisa los 60 años y la maldita operación al corazón, intentó escapar hacia el patio del centro de salud en busca de una salida. Pero no lo logró y terminó acorralado por los uniformados. Arrojó la pistola Browning 9 milímetros que llevaba y el botín robado. Terminó con las manos esposadas en un calabozo de la comisaría 15ª, desde donde se dio intervención al juzgado de Instrucción 7ª, a cargo de Juan Andrés Donnola. El magistrado le imputó tentativa de robo calificado, portación de arma de fuego, agravado por la presencia de un menor. A pesar de que la defensora oficial pidió la excarcelación, el magistrado se la negó y Vega sigue tras las rejas.
Pero ¿qué hacía Vega en la calle y robando cuando en 2006 había sido condenado por un violento atraco al Consulado de Paraguay en Rosario? La respuesta está en un fallo de la Cámara de Casación Penal de la Nación que en abril de 2010 hizo lugar a un planteo de la defensora oficial Matilde Bruera, quien asistió a Vega en el juicio oral en el cual fue condenado.
Golpe diplomático. El 1 de diciembre de 2005, dos hombres llegaron al consulado paraguayo, en la planta alta de Mitre 780, a metros de la peatona Córdoba y en pleno microcentro de la ciudad. Eran las 15.30 y el centro estaba atestado de gente. A punta de pistola maniataron con precintos a la representante diplomática, Elisa Marlen Galaverna, y a su hijo, Lautaro Osella. Tras ello se alzaron con 6.800 pesos y 3.350 dólares antes de emprender la huída. Pero mientras los maleantes iban escalera abajo para ganar la calle las víctimas se asomaron al balcón del consulado y gritaron pidiendo ayuda. Heriberto Vega llegó a la vereda y empezó a caminar, pero su débil y recién operado corazón le jugó una mala pasada. No fue muy lejos y quedó paralizado ante la presencia de un policía de civil que pasaba por el lugar y actuó ante el pedido de la cónsul.
Su cómplice, Pedro Isaac Guerrero, otro pesado del hampa y con su salud en mejor estado, desató un delirio en su intento de escape. Se subió a un taxi y amenazó con un arma al chofer para que arranque. El conductor se asustó y bajó del auto. Entonces el malhechor hizo lo mismo y salió a la carrera por la peatonal con su pistola en las manos. Un policía, de los tantos que llegaron al lugar, empezó a perseguirlo en medio de la gente. Hubo un par de disparos y el delincuente logró esfumarse. Lo apresaron veinte días más tarde en su casa de barrio Acíndar tras ser apuntado por el hijo de la cónsul en un álbum fotográfico.
El juicio oral y público por ese hecho lo llevó adelante el Tribunal Oral Federal 2, a cargo de Jorge Venegas Echagüe, Betariz Barabani de Caballero y Omar Digerónimo. Mientras el fiscal Miguel Rodríguez Vallejos dio por acreditada en abundancia toda la secuencia atribuida a Vega y Guerrero y pidió altas condenas para los acusados, la defensora oficial Matilde Bruera solicitó la anulación del proceso al entender que parte de los hechos juzgados eran de competencia provincial y que ningún testigo había acreditado el haber presenciado la detención de Vega, ni haber oído los gritos de la cónsul y su hijo en el balcón, ni haber visto el dinero secuestrado a su cliente, ni a Guerrero huir y arrojar el arma en la peatonal. Los jueces condenaron a Vega a 7 años y medio de prisión, pena que se unificó a una anterior en 18 años. Por su parte, Guerrero fue sentenciado a 10 años de cárcel.
En la calle. El fallo condenatorio llegó a Casación apelado por la defensora oficial y ante la negativa del juez de Ejecución Penal del Tribunal rosarino de otorgarle a Vega el beneficio de las salidas transitorias. En ese sentido, la abogada sostuvo que "la segunda condena impuesta a Vega (por el robo al Consulado) respondió a un delito cometido en oportunidad de habérsele concedido a Vega la posibilidad de cumplir su anterior sentencia (la de homicidio en ocasión de robo) fuera de un establecimiento carcelario" cuando así correspondía ya que "había cumplido la mitad de la pena, no tenía otra causa abierta, presentaba conducta ejemplar dentro de la cárcel y tanto el organismo técnico criminológico como el consejo correccional del presidio opinaron que merecía un concepto favorable respecto de su evolución y sobre el efecto beneficioso que las salidas podrían tener para su futuro personal, familiar y social".
Ante eso, el 14 de abril de 2010 la Sala I de la Cámara de Casación Penal sostuvo que "el hecho de que (Vega) haya violado una detención domiciliaria varios años atrás, período en el que cometió un nuevo hecho, cuya pena se unificó con la condena anterior, no resulta impedimento legal para la obtención de salidas transitorias". "De lo contrario (agregaron los camaristas), Vega quedaría afuera del régimen progresivo de ejecución de la pena que garantiza su regreso paulatino y no abrupto al medio libre, a fin de lograr la resocialización del condenado, fin primordial de la ejecución de la pena". Por eso, ni más ni menos, el personaje en cuestión estaba en la calle y pudo volver a delinquir, esta vez en una clínica de la zona sur rosarina.