La reiteración de señales mafiosas convirtió al crimen del farmacéutico Fabián
Llinares en un hecho absolutamente inusual que aún permanece rodeado de misterio. Hoy se cumple un
año de la ejecución del hombre de 40 años, quien apareció atado y con un bollo de papel en la boca
dentro del baúl de su auto, en barrio Alvear. Lo habían estrangulado con una soga y junto al
cuerpo, como un mensaje, había una bolsa con cocaína y psicofármacos. Tres meses antes el
comerciante había sido baleado, y lo que entonces se tomó como un delito contra la propiedad cobró
otro sentido a partir de su asesinato, por el que aún no existen sospechosos.
La escena del crimen estaba sembrada de elementos que convirtieron el asesinato
de Llinares en un episodio distinto a los otros 112 homicidios que hubo en Rosario a lo largo de
2007. Poco después, durante la investigación del homicidio, se produjo un hecho inusitado: el
desplazamiento de uno de los encargados policiales de la pesquisa, al descubrirse que estaba
implicado en una relación con la esposa de la víctima. Eso provocó malestar en el juzgado, que
delegó el caso en la Tropa de Operaciones Especiales.
Por encargo.En un primer momento, para los investigadores estaba claro que se
trató de un crimen mafioso ligado a la venta de estupefacientes. Con el correr de los días, sin
embargo, surgió la hipótesis de que alguien habría encargado el crimen de Llinares por
circunstancias personales o pasionales. En ese caso, los signos "mafiosos" podrían haber sido
plantados para confundir la investigación. Pero nada de eso, pese a numerosas medidas juidicales
dispuestas al respecto, encontró sustento en una acusación concreta.
El hallazgo de psicofármacos en el baúl llevó a pensar que se trataría de una
venganza por el posible tráfico de esas sustancias por parte de la víctima. De hecho, al declarar a
horas del asesinato, su viuda dijo que Llinares incursionaba en la venta al menudeo de fármacos sin
receta. La inspección del Colegio de Farmacéuticos, sin embargo, no detectó ninguna irregularidad
en la farmacia que la víctima administraba desde hacía ocho años en Alem y Garay. "El negocio
estaba en regla y era correctísimo en todo sentido. Sólo se encontró una cajita de Lexotanil sin
justificar", dijo la semana pasada a este diario una fuente judicial.
Como se desconoce en qué lugar mataron al farmacéutico, el juez Jorge Eldo
Juárez buscó rastros de sangre en su casa con un reactivo que la detecta hasta meses después de
haber sido limpiada. Pero no se halló ni una marca. Una de las medidas más recientes fue el pedido
de copias de un expediente que se abrió en julio pasado en el juzgado Correccional Nº 5, luego de
que la viuda de Llinares denunciara en la comisaría 16ª haber sufrido amenazas.
Mientras tanto, la Justicia tramita la herencia de los bienes que el padre de
Llinares había cedido al farmacéutico y que, según fuentes judiciales, se repartiría entre su viuda
y el pequeño hijo de ambos.
En el baúl. El 29 de septiembre de 2007 un llamado anónimo condujo a la policía
a calle 24 de Septiembre entre Cafferata y San Nicolás, en barrio Alvear. Allí, junto a una columna
y sobre la vereda, estaba estacionado desde hacía varias horas un Volkswagen Bora color gris con
las luces encendidas.
Lo que no era más que una escena extraña se convirtió en macabra cuando uno de
los efectivos abrió el baúl del vehículo. Boca abajo, con las manos atadas hacia atrás y las
piernas flexionadas, estaba el cuerpo del farmaceútico Fabián Llinares, quien entonces tenía 40
años. La autopsia reveló que murió por asfixia por estrangulación y se detectó que presentaba un
traumatismo en el pómulo izquierdo y otro en la nariz.
Del vehículo no se habían robado nada y junto al cuerpo se halló una bolsa de
nailon repleta de troqueles y blísters de psicofármacos, varios gramos de cocaína y un paquete con
picadura de marihuana. Lo que pudo reconstruirse es que Llinares había cerrado su farmacia de
barrio Tablada a las 19.30 de la tarde anterior. El lugar donde apareció muerto doce horas más
tarde está a 35 cuadras del negocio. ¿Qué pasó en ese lapso? Aún es un misterio oscuro.
La mujer del farmacéutico dijo entonces que no se alarmó por su ausencia porque
su marido solía ausentarse por varias horas sin llevar su celular, salidas que según ella atribuía
a "cosas de trabajo". El día del hallazgo del cuerpo ella le dijo a los investigadores, en una
declaración filmada, que a su marido lo habían mandado a matar.
Un balazo. Por eso se interpretó que había sido una advertencia el ataque que
Llinares había sufrido el sábado 9 de junio del año pasado. Ese día la pareja de Llinares salió a
realizar algunos trámites y en un momento llegó en bicicleta un joven de unos 18 años. A los pocos
minutos se escuchó una detonación desde el interior de la farmacia y testigos vieron escapar a un
muchacho. Llinares recibió un impacto calibre 9 milímetros que le entró por el brazo izquierdo, le
atravesó la zona intercostal y le fracturó el antebrazo derecho. En su recorrido por el cuerpo, la
bala le afectó el hígado y un pulmón.
Llinares estuvo muy grave. Perdió dos litros de sangre y estuvo varios días en
terapia intensiva bajo asistencia de un respirador mecánico. Los vecinos reaccionaron indignados
ante lo que atribuyeron a un hecho de delincuencia común y ente los medios de comunicación rezaron
el bendito eslogan de la inseguridad barrial. Con la muerte del farmacéutico tres meses después,
ese ataque previo se consideró parte de otra trama, aún oscura, y que a un año de la ejecución
permanece sin develar.
Triple crimen
El crimen de los empresarios Sebastián Forza, Damián Ferrón y Leopoldo Bina en
General Rodríguez y su presunta conexión con el tráfico de efedrina llevó a los inevstigadores a
indagar si la muerte de Llinares tenía relación con ese negocio ilegal. Hasta el momento ningún
elemento respalda esa posibilidad.