“Quiero que me vean la cara, yo no soy la persona que dice el cartel”. “No le debo nada a nadie, no tengo problemas con nadie”. “Mírenme bien. Se los pido por favor, no baleen mi casa porque vive lo más sagrado que tengo: mi familia”. Frases como estas se multiplicaron a medida que la balacera extorsiva iba acaparando más lugar como modalidad delictiva tanto en las noticias como en la vida cotidiana de los barrios rosarinos.
Sucede que en el mundo del hampa actual “el error” parece tener un lugar primordial dentro de las seis caras de la perinola que rige la vida diaria, sobre todo en los casos de aprietes con ataques a balazos. Ese error tiene distintos valores según de qué lado de la balacera toque estar, pero uno de los peores lugares para padecer esa falla de este juego perverso el de la víctima que no hizo nada que amerite el apriete y siente la necesidad de explicarle al mundo, incluido sus timadores, que ella es ajena a cualquier conflicto.
Si bien no existe una estadística que contenga “el índice del error”, la semana que se cierra hubo al menos tres casos, sin muertes ni heridos de ninguna índole, en los que personas que sufrieron ataques a balazos buscaron que los medios de comunicación certificaran públicamente su versión de los hechos; en pedidos que podían sintetizarse en estas afirmaciones: “No sabemos qué hay detrás”, “No tenemos problemas con nadie”, “No sabemos por qué nos balean” y “Esto pudo ser una masacre”.
Ruidos en la merienda
Entre los casos que ganaron la luz pública Natalí fue la última protagonista de un ataque a balazos contra una casa que debió salir a explicarle al mundo que ningún integrante de su familia está metido en alguna fulería que justificara una balacera. Fue la tarde del viernes en su modesta casa de pasillo de Avellaneda al 6600, a metros de las vías, en una de las partes más pobres del pauperizado barrio Tío Rolo.
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“Estábamos merendando en casa —relató— y de golpe sentimos un ruido y después detonaciones. Primero pensamos que era una moto pero enseguida los vidrios comenzaron a estallar por todos lados. Nos tiramos al piso y nos escondimos en una pieza alejada. Ahí vimos que Morena (en alusión a su hija de 17 años) empezó a agarrarse el brazo”.
En el lugar también había una nena de tres años. “No sabemos por dónde viene esto. Lo que sí sabemos es que no tenemos problemas con nadie. Yo no dejo que mis hijos salgan, que anden callejeando. Soy una mujer que, como mi marido, vivimos trabajando para poder vivir. Y nos pasa esto”, resumió la mujer, antes de enumerar: “Tengo a mi hija baleada, la tele baleada, los espejos baleados, los vidrios estallados, el techo. Tiraron a matar. Fuimos hasta la fiscalía a hacer la denuncia, pero nos dejaron solos. No sabemos adónde ir o qué hacer”, reflexionó la mujer. El frente de la casa recibió 15 impactos calibre 9 milímetros.
Diálogos tumberos
Menos de 24 horas antes una escena similar se registró en Gorriti al 5500, en barrio Ludueña. A unos 100 metros del “kiosco de Claudia”, un punto de venta de drogas donde Lidia Mabel Mensegué, de 43 años, fue ejecutada de cinco tiros el miércoles 23 de marzo de 2022.
En Ghandi al 5500 una casa de chapa y madera fue atacada a balazos calibre 40 (una munición más ancha y pesada que la de 9 milímetros) el miércoles pasado. Al menos 20 disparos perforaron el frente y atravesaron la vivienda en la que estaban una mujer y su hijo.
En ese lugar dejaron una nota en la que trataban de “traidor” a Franco Matías “Milanesa” Almaraz, hampón del barrio condenado a 20 años por un homicidio y tres intentos. La misiva refiere a un tal “peruano” como “gil”. Los investigadores infieren que “el peruano” no es otro que Julio Andrés Rodríguez Granthon, condenado a 12 años por narcotráfico y acusado de haber instigado el crimen del ex concejal Eduardo Trasante.
“Dejaron una nota para un tal «Milanesa», que no sabemos quién es. Por los comentarios de vecinos, nos dicen que es un hombre que mató a varias personas y que tiene un pariente que vive por acá. Por eso habrán querido dejar un mensaje”, explicaron desde la familia que vive en el lugar.
“Decidimos hacer notas con la prensa para que ellos mismos, o sea los que tiraron, se den cuenta de que se equivocaron de casa. Nosotros no molestamos a nadie, no tenemos problemas con nadie”, concluyó la hija de la dueña de casa.
Horas más tarde, en una casa de deportes de Presidente Perón al 3500 se registró un ataque a balazos contra el frente. También allí dejaron una nota en la que tratan al “Peruano” de “sapo”, lo cual en la jerga callejera significa ser un soplón, delator o traidor.
Carteles contra carteles
A lo largo de este año hubo otros casos que sobresalieron, dentro del rubro del horror, por haber llevado a la víctima al límite de su propio ingenio para dejar las cosas claras. El pasado martes 28 de febrero dos días después de que el supermercado de la familia Rocuzzo fuera baleado con cartelería tumbera en Lavalle al 2500, una escena similar ocurrió en Ayacucho al 6200. Allí balearon la casa de una maestra y dejaron un cartel: “Arami traicionaste a la mafia, pagá las cagadas, comunicate. La próxima vamos a lo de tu mamá”.
Entonces la maestra de 38 años que vive en esa casa con sus dos hijas de 1 y 3 años, colgó en la puerta un cartel escrito en cartulina rosa para aclarar las cosas. “Yo no soy Arami. Se equivocaron! Mi nombre es Cecilia, soy maestra y alquilo hace un año y medio acá. ¡Tengo dos bebés!”.
“La policía me dijo que ponga el cartel y salga en los medios para aclarar que no soy quien buscan. Tenemos miedo, no dormimos acá. Las balas atravesaron 30 metros, al lado de la puerta está la pileta en la que siempre están mis hijas. Siempre llego a las 20, ayer llegué antes, si no me encontraban en el pasillo”, concluyó.
Un pobre tipo sin trabajo
En julio de 2020 una familia de Paraguay al 6000 llamó a la producción de uno de los noticieros de la tele para que le mandaran un equipo periodístico a raíz de un ataque a balazos del que había sido objeto el frente de su casa y su auto. “Esto no era para mí. A quien lo hizo le pido que vea que no tenemos nada que ver. Hace 35 años que vivo acá. Toda la vida fui camionero, me jubilé hace dos años. No tengo problemas con nadie. Esto no era para mí. Somos familia Rocca”, expresó el vecino cuya vivienda había sido baleada por dos tipos que pasaron en una moto y dispararon con calibre 9 milímetros.
En mayo de 2019 había sido el turno de un vecino de Cafferata al 3900 al que le dejaron, en un segundo ataque armado, un cartel que rezaba: “Las deudas de droga se pagan. Tienen hasta el miércoles para dejar las casas. Con la mafia no se jode”.
El vecino enfrentó a las cámaras del noticiero diciendo que él no era la persona a la que iba dirigida la amenaza. “Se equivocó esta gente. Yo soy un pobre tipo que no tengo trabajo. No me alcanza ni para subsistir. Si mi señora no labura prácticamente ni comemos. Y ahora nos pasa esto”, explicó al borde de un ataque de angustia y nervios.