“Va a ser nuestro ángel”. “Trabajó en la parrilla un buen tiempo. Se llevó mi corazón, era como un hijo”. “Tuvo muchas mujeres pero pocas novias, le gustaba pescar, cocinarle a sus amigos”. “Mi hijo fue toda su vida un hombre recto, buen amigo, gran hijo y pacífico.” Vecinos, dueños de un bar, amigos y la madre de Sebastián Cejas cuentan quien era el hombre que medía 1,87 metro y pesaba 135 kilos y al que todos llamaban “Oso”. Tenía 38 años y una “mamita”, como él le decía, a la que amaba. Un típico vecino de Tablada, amigo de los amigos y componedor de discusiones y peleas. Un tipo con códigos que intimidaba con su fingida cara de malo.
A la 0.40 del martes pasado Oso estaba junto a su madre Ana María en la puerta del Hospital Español, en Sarmiento y Gaboto. Ella cuenta que estaban “en el auto, esperando a mi marido que se dializaba a esa hora porque tenía tos y por el protocolo del Covid 19 le dieron ese turno. No sé de dónde salieron cuatro fulanos, hechos unos locos, gritando y pegándole al auto. Uno de ellos abrió la puerta y me sacó. Otro tiró un tiro para que los taxistas que estaban parados allí no se acercaran. Yo quedé inmóvil. Tres forcejearon en el auto con mi hijo. No pude hacer nada para ayudarlo porque estaban locos”, relata Ana María desde el mismo Hospital Español, donde está junto a su marido bajo observación porque presentan síntomas compatibles con coronavirus mientras su otro hijo, Fernando, está aislado a la espera del resultado de un hisopado.
Tras el disparo letal Oso quedó sin reacción. Los cuatro delincuentes se subieron al Chevrolet Onix y huyeron. Sebastián fue ingresado a la guardia del hospital y murió una hora después. El jueves encontraron el Chevrolet que le robaron en un galpón de Ituzaingó al 6300, se estaba “enfriando” porque “quemaba” y había que hacerle papeles “nuevos” para venderlo o sacárselo de encima.
Oso nació y se crió en Tablada, en Necochea y Presidente Quintana. Allí vivieron sus abuelos y Félix, su padre. “Los padres de Félix eran carboneros y él trabajó en Prefectura Naval. Es gente de trabajo de toda la vida”, recordó un vecino que hace 63 años vive frente a la casa de los Cejas.
Mientras habla, Ana María se agita y tose, síntomas del coronavirus que la acecha en la peor semana de su vida, y recuerda que está suscripta al diario hace varios años. “Quiero que todos los que no lo conocieron sepan quien era mi gordo, Sebi. De chiquito lo culpaban de todo por que era grandote y era al primero que veían. Ahí se hizo un hombre al que no le gustaba pelear ni nada de eso. Le encantaba comer y cocinar, pero siempre me alababa cuando yo cocinaba. De chico trabajó y a los 17 le empezamos a pagarle un curso de chef, pero la cosa se puso fea y no pudimos seguir pagando. Le gustaba pescar y era amigo de todos en Tablada, en este barrio tan estigmatizado y en el que nunca tuvimos problemas con nadie”, cuenta mientras recupera aire.
“Con el padre le decíamos: nene es hora de que te vayas de casa, vamos a tener que hacer como con los pichones y empujarte para que aprendas a volar. Era un hombre organizado que vivía en casa por que él decía que no podía formar una familia todavía. El gordo tenía adoración por su sobrina y por los hijos de sus amigos, que siempre se comportaron como buenos amigos”.
Ana María recuerda cosas de Oso. “De chiquito gateaba hasta la bicicletería de don Juan. Él lo sentaba en la puerta y ahí se quedaba. Ese vecino lo hizo de Rosario Central, pero no le gustaba mucho el fútbol, era más de comer. Su proyecto de hace dos años era poner un local de viandas para empresas”. Y el miércoles 23 sus amigos iban a poner los azulejos reglamentarios en ese local, pero no llegaron a hacerlo. A Oso lo mataron un día antes.
“Este es nuestro barrio y todos nos conocemos. Cuando vinimos del cementerio teníamos carteles en la puerta de casa en los que nos daban ánimos. A Sebi tuvimos que cremarlo para que estuviera con nosotros, siempre va a ser mi gordo. Cuando me abrazaba yo le decía: despacio que me vas a aplastar”.
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Fernando Cejas tiene 42 años y está aislado en su casa tras el contagio de sus padres de coronavirus. Sin embargo recibió a La Capital manteniendo la distancia de rigor en el momento en que salía hacia el hospital frente al cual mataron a Oso para ver a sus padres. “Nadie nos dice nada en Fiscalía. Apareció el auto pero no lo queremos ni ver. De mi hermano que decir. Una vez yo era chico y me la puse con el auto en la entrada de la casa de un vecino. Le dije al gordo y él habló con el vecino, le dijo que no se hiciera problemas y estuvo un par de días arreglándole todo. Ese era Seba”.
También recuerda que “abandonó en tercer año la secundaria y al tiempito se puso a trabajar. Tuvo muchas mujeres, pero pocas novias. Le gustaba cocinar, pescar, reirse. Tuvo varios trabajos: en seguridad de boliches, trabajó en Willie Dixon y conoció mucha gente”. Oso tenía varios grupos de amigos: los de “Venas de Asfalto”, motoqueros que se juntaban a comer y hacían viajes; los de la parrilla donde trabajaba; los del rock; los del barrio.
Javier vive enfrente de la casa de los Cejas. Es el padre de Nazareno y es de los amigos de siempre de Oso. “Desde que nació era un buen pibe el gordo, muy laburante”. De pronto sus ojos se llenan de muerte. “Ayer llegó el hermano del cementerio y se cruzó con la urna de sus cenizas. El gordo era tan chiquito ahí, en una cajita de madera, calentita”.
Javier recuerda cuando jugaban a las bolitas en la calle y a la pelota en la canchita de Grandoli y Biedma. “Teníamos 8 o 10 años y cuando se armaba la rebatiña el gordo se paraba y empezaba a separar a los que se peleaban. En la cancha era igual. Eramos más grandes y cuando se armaban los quilombos primero te hablaba bien, pero si no, los agarraba de a uno y los separaba”.
“Su pasión era cocinar y estar con amigos. Va a ser nuestro ángel y vamos a acordarnos siempre de su cumpleaños. Cada 11 de febrero la cuadra se llenaba de motoqueros y Oso cocinaba para todos. Una vez se estuvo por juntar con una piba, compró muebles y ella estuvo una semana en la casa. Era un gran hijo, iba a todos lados con los padres, los atendía y se desvivía por ellos”.
Nazareno no tiene más de 12 años, es hijo de Javier y lo recuerda con sonrisas. “Me jodía, ponía cara de malo y me corría. Es una familia legal”, dice el nene.
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Mario es para todos el “Mono” y fue amigo de Oso los últimos 15 años. “Nos conocimos en un ciber de Colón y Ayolas. Ibamos una vez por semana a pescar frente al Monumento a la Bandera o al Club de Pescadores y después nos juntábamos a jugar a las cartas. A él no le gustaba perder y se enojaba. Empezó a hacer seguridad en los boliches de casualidad, una noche que a un conocido le faltó el patovica, y después lo llamaban siempre. Era re pacífico pero mejor que no lo provocaran, te hablaba bien dos veces y después, como a cualquiera, no le gustaban las cosas raras”. Mono se ríe y recuerda cuando Oso le armaba las cañas de pesca. “Me decía que siempre renegaba conmigo. Ahora estoy destrozado. Siento bronca e impotencia”.
Como un ángel de Tablada queda Sebastián Oso Cejas en los ojos de sus amigos, como un hombre digno que nunca imaginó que la batalla final sería tonta y evitable.