"En un primer momento me daba la impresión de que estaba en una película de ciencia ficción. No podía creer lo que nos estaba pasando. Y eso que yo estoy acostumbrada a escuchar hablar de virus, de pandemias (su marido e hijos están en el ámbito de la salud) pero ¡que nos tocara tan íntimamente, en este país, en esta ciudad, algo que venía de tan lejos, me dejó helada! Tenía la sensación de que estaba en un sueño del que pronto iba a despertar". Dalmar Fay se presta con gusto a la charla con LaCapital y repasa las distintas etapas que atravesó emocionalmente en estos meses.
Psicóloga, docente, graduada en infancia y educación inicial, ha dedicado su vida a la escuela y todas sus implicancias. Aunque se jubiló, sigue leyendo y formándose.
Con siete nietas y tres hijos, más un montón de actividades semanales y con una personalidad curiosa y súper activa, solía tener escasos momentos para estar tranquila. La pandemia la alejó del reloj y la encontró redescubriendo su propia casa y mucho de su interior.
"Todo esto que está pasando me permitió resignificar el espacio y el tiempo. Y aunque tuve la oportunidad de viajar mucho hoy digo como nunca que mi casa es mi lugar en el mundo", expresa.
Rodeada de recuerdos, de fotos, de numerosos objetos que atesora por su significado, Dalmar, que el año pasado festejó sus 80 años, volvió a detenerse en cada uno de ellos. "En este tiempo sin tiempo rescato cada lugar de mi casa. Acá está todo lo vivido".
"En estos meses pensé mucho en mi infancia. Vinieron a mi memoria esos días en lo que salía de la Pestalozzi a las 5 de la tarde y tardaba una hora en llegar a mi casa porque volvíamos caminando con una barra de amigos y amigas por Mendoza, sin apuro", menciona.
"Como he trabajado muchísimo, el reloj marcaba mi vida rígidamente. A la mañana iba a la escuela a dar clases, después era profesora en el Normal y dos veces por semana a la noche iba al profesorado a Villa o al Instituto 16 y regresaba a las 12 de la noche. Hiciera frío, calor, y en épocas durísimas como las de la dictadura. Aunque yo iba con ganas y amaba lo que hacía fueron décadas sin parar. El jueves, por ejemplo, entré a mi dormitorio en un día tan gris y destemplado y me dije: tengo la ventaja de no salir si no quiero, y tuve una sensación muy agradable", recuerda.
Para no perder el contacto con sus nietas con las que tiene una relación sumamente estrecha, Dalmar estableció lo que denominó "delivery al revés": las chicas le piden algunos menús especiales y ella los prepara y se los manda. "Estos mimos culinarios me dan mucha alegría. Yo no era una persona de estar en la cocina y descubrí que me gusta y que puedo ser creativa. Me están saliendo platos buenísimos", dice.
Eso sí, extraña un montón los abrazos: "No veo la hora de fundirme en un apretón con Ema, la más chica, de sentir su bracitos", detalla con emoción. También echa de menos el taller al que va hace 26 años en el que trabaja la relación con el cuerpo. "Tenemos un grupo hermoso en el Taller del Angel. Yo, que siempre amé bailar y moverme y fui muy musical tenía una relación medio olvidada con mi cuerpo hasta que encontré este espacio y todo cambió para bien", cuenta.
De la cuarentena, Dalmar rescata otro aspecto positivo: antes hacía actividad física un par de veces a la semana y ahora me muevo todos los días: "Bailo, hago clases por internet, camino por mi casa".
Luego de contar sus experiencias, la educadora, reflexiona especialmente sobre el impacto del nuevo coronavirus en la vida de todos: "No me gusta el hecho de perder las libertades responsables y personales que todos debemos tener. Creo que este virus es absolutamente devastador para la normalidad del mundo, y desde ya me preocupan la incertidumbre y sus consecuencias".