Manuel Paniagua Alexenicer empezó a desplegar las alas. El tenista de Roldán de 13 años consiguió en las últimas semanas ser el número 1 del país, siendo el primer año en su categoría sub-14.

Después de tres torneos, el tenista de Roldán logró alcanzar el puesto número 1 en la categoría sub-14
Por Pablo Mihal
El tenista roldanense Manuel Paniagua Alexenicer empieza a madurar en su juego y lo traslada a los resultados.
Manuel Paniagua Alexenicer empezó a desplegar las alas. El tenista de Roldán de 13 años consiguió en las últimas semanas ser el número 1 del país, siendo el primer año en su categoría sub-14.
Tres semanas, tres torneos: dos en Salta, uno en Cochabamba. Fue una travesía que lo transformó. En el Nacional G1 de Salta venció al número uno del país en semifinales y al número dos en la final. Campeón en singles y dobles. Luego, en el Sudamericano jugado en la misma provincia, volvió a coronarse. En Bolivia alcanzó la final de dobles y, aunque la perdió, regresó con una mirada distinta: la de quien empieza a entender que las derrotas, a veces, son apenas otro nombre para el aprendizaje.
A los tres años, cuando los otros aprendían a pronunciar su nombre, Manuel devolvía pelotitas con una naturalidad que asustaba. Sus padres lo llevaron al CECA, el Centro de Entrenamiento de Cristian Amsler, que funciona en el Centro Cosmopolita Unión y Progreso de Roldán donde lo recibieron como se recibe a un visitante del futuro: demasiado pequeño para estar ahí, demasiado grande para no estarlo.
La escuelita empezaba con niños de cuatro años, pero hicieron una excepción. Desde entonces, Manuel creció entre canchas de polvo, raquetas más altas que su cuerpo y un rumor persistente de torneos, rankings y viajes que iban llenando los calendarios familiares. Fue campeón provincial invicto a los 10 y se coronó campeón nacional sub-12 a los 11, logro reservado históricamente a jugadores de proyección internacional.
El tenis corre por su sangre como un río inevitable desde el mismo 23 de febrero de 2012, el día que nació. Su madre, su tío, su abuelo Oscar: todos habían golpeado alguna vez una pelota. De hecho, su abuelo, quien le dio su primera raqueta, con ochenta años, sigue despuntando el vicio en GER. Manuel siguió ese camino y si bien jugó un tiempito al fútbol, mostrando las habilidades de un cinco tradicional, lo suyo era el tenis.
El apoyo de su familia, Leticia, su mamá, Darío, su papá y Malena, su hermana, es vital. Su vida es una mezcla de sacrificio y rutina. Estudia en el Colegio Immanuel Kant, en San Jerónimo y cuando hay torneos se ausenta por semanas; pero al volver, los profesores le toman los exámenes para que no se atrase. Entrena tres horas por día, de lunes a sábado, buscando su mejor perfil y a sabiendas de que su techo todavía está muy alto. “Hay un montón de cosas que puedo seguir mejorando”, dice con la calma de quien ya ha entendido que la cima nunca se alcanza, solo se persigue.
En su gusto tenístico prefiere a Carlos Alcaraz, quizá porque en él ve una proyección posible: juventud, desparpajo, alegría dentro de la furia.
Su clásico es Juan Assi, su amigo. En dobles se entienden con una sincronía que parece telepática producto de los cinco años que juegan juntos; y en singles, se ganan y se respetan mutuamente.
Pero más allá de los rivales, Manuel parece disputar algo más profundo: una batalla consigo mismo, con la necesidad de ser cada día más preciso, más disciplinado, más completo. Cuando habla de sus metas lo hace sin solemnidad: quiere ganar un Grand Slam, ser el número uno del mundo, jugar en Wimbledon. No lo dice como una fantasía, sino como quien anuncia un viaje ya decidido.
A la hora de evaluar a su pupilo, Cristian Amsler, destacó con una mezcla de afecto y severidad: “Manuel es un jugador completo. Tiene muchas cualidades técnicas, domina prácticamente todos los golpes y en este momento el gran desafío es ordenar todas esas herramientas que él tiene y darle un orden táctico. A partir del paso del tiempo, de su madurez, está empezando a hacerlo y por eso su juego está empezando a rendir. Quizás un tiempo atrás jugaba con mucho ADN, a lo que sentía y muchas veces al no tener un patrón táctico más definido, los partidos se le complicaban y no sacaba los resultados esperados. Hoy está más ordenado tácticamente, está más disciplinado, escucha más. Está madurando. El gran desafío que tiene ahora es manejar su espíritu competitivo, los momentos del partido, algo que lo está empezando a hacer mejor y que se está notando en los resultados”.
Hoy por hoy Manuel es un jugador con cualidades distintas a la media y con una gran proyección. El presente de él es muy bueno y las cosas que está haciendo están al nivel de tenistas que han llegado a lo más alto, pero todavía falta mucho por recorrer.
Para ello, como remarcó su entrenador, “tiene que salir de su zona de confort, hacer el esfuerzo que esto requiere. El próximo paso es también ser más prolijo fuera de la cancha, no solamente rendir dentro de ella. Tiene que saber que tiene que tener hábitos para comer mejor, cuidar su físico, sus descansos, sus rutinas, algo en lo que ya estamos trabajando. No alcanza solamente con pegarle bien a la pelotita de tenis, sino que tiene que darle un conjunto de cosas a su carrera. Si bien es chico, tiene que empezar a manejar todas esas cuestiones que son las que en los buenos jugadores marcan la diferencia”.
“No hay que creerse el mejor, sino trabajar como el mejor”, le repite insistentemente Amsler y Manuel lo entiende. Sabe que el talento no alcanza, que los golpes bonitos no ganan partidos. Que la diferencia está en los hábitos, en la resiliencia, en la manera en que se enfrenta el cansancio o la derrota.
Mientras mira de reojo el 6to Nacional y el Cosat que se disputarán en Neuquén en noviembre, Manuel, ese niño que nació con una raqueta en la mano ya comenzó a escribir, golpe a golpe, su propia versión del destino.




