El paraguayo Jorge Recalde quedó envuelto en preceptos establecidos en el universo rojinegro. Su llegada a Newell’s respondió a las preferencias que moldean el ideario futbolístico del entrenador. A Gabriel Heinze no le gusta jugar con un nueve de área tradicional, y prefiere llegar al gol con juego asociado con los mediocampistas, donde el centrodelantero tenga la capacidad de lectura del partido y las condiciones técnicas para bajar unos metros y ser partícipe activo de los circuitos colectivos de ataque. En ese marco de expectativas de pizarrón, la apuesta del Gringo por el paraguayo se basó en las carácterísticas del Pollo, quien es volante ofensivo por naturaleza, pero que había actuado con centrodelantero en algunos tramos de su paso por Olimpia.
Sin quererlo, Recalde quedó preso de esa ambición táctica, del particular encuadre que surgió de pretensiones de laboratorio. Por sus antecedentes, su pasado y su estado de predisposición inclaudicable, el guaraní quedó bajo una polémica que muy probablemente, no merece y lo excede.
Pero de este tipo de debates se nutre esencialmente el fútbol. Donde no hay verdades ni certezas absolutas. Donde se gana y se pierde con todas las recetas. Donde todos los sistemas son válidos. Donde nada es irrefutable, ni descabellado. Ni siquiera la idea de jugar sin nueve tradicional.
Tras una salida agitada de Olimpia, Recalde arribó al Parque algo fuera de forma. Necesitaba una pretemporada completa y estaba rezagado en su puesta a punto en relación a la mayoría de sus compañeros. Eso lo hizo arrancar todavía lejos de su ciento por ciento.
En sus primeros compromisos, Recalde fue tomando ritmo y aprendiendo el libreto del Gringo en el transcurso de los partidos. Y, de a poco, se fue sacando la mochila de obligaciones, esa que le colgaron sin saber cuándo, y que en algún momento se transformó en tormento.
Mientras todos esperaban por sus goles, el Pollo nunca bajó los brazos, confió siempre en sus virtudes, y nunca alzó la voz en contra de nadie. Utilizó cada encuentro, cada oportunidad, para tratar de mejorar en relación al paso anterior. Respetando su perfil de batallador sin estridencias. Siempre apostando al tiempo de trabajo, como mejor aliado y consejero.
Y su lucha tuvo premio. Tanta determinación para esquivar discusiones estériles tuvo su recompensa. Es que el de la noche del domingo, frente a Godoy Cruz, fue el cuarto gol del paraguayo en 19 partidos defendiendo la camiseta rojinegra. Y, ahora, su presente le sonríe a su futuro, y le advierte que irá por más.
Sus gritos
El primer gol de Recalde tardó un poco en aparecer, por eso tanto murmullo en los inicios de esta historia. Esa conquista llegó en la 7ª fecha de la liga, de visitante, en un 1-1 con Colón en Santa Fe. A los 68’, estableció la igualdad, con un gran cabezazo al primer palo, tras un centro desde la izquierda de Pittón. Ese fue el momento en que empezó a despejar los cuestionamientos.
La segunda anotación llegó pocos días después, en el Coloso, por el 8º acto del torneo local. Fue en la victoria 1-0 sobre un encumbrado San Lorenzo. A los 77’, luego de un centro de Pérez Tica desde la izquierda, el Pollo definió con mucha clase, saltando, con un toque suave en el aire, con derecha. Esa fue una de mejores presentaciones colectivas de Newell’s en el Parque.
Y el tercero arribó hace poco. Lo señaló frente a Blooming, por Sudamericana, en Santa Cruz de la Sierra. Clavó el último de un 3-2 de visitante, que llegó a los 67’, tras una escalada de Méndez por derecha y cerró con un toque frontal. Ese gol fue clave para conseguir el pasaje a la siguiente instancia de la Copa. Ese fue el mejor partido de Recalde, desde su arribo al club, y para Ovación fue la figura.
Y el cuarto llegó ante Godoy Cruz, de local, por la 18ª fecha de la liga. Abrió el camino para un 2-0 ante su gente, a los 24’ de penal, con un potente disparo al medio y arriba, para asegurar el camino al triunfo. Y este diario lo dio otra vez como figura.
Así recorre Recalde su actualidad. Amigándose con el gol y con los hinchas, que ante el bodeguero lo premiaron con aplausos desde los cuatro costados. Lo tiene más que merecido.