Era una procesión, como pocas veces se había visto antes. La misa de los sábados la daban cada quince días esos muchachos, todos muy jóvenes, que empezaron a reclutar fieles como hacía años no pasaba allá por Sorrento y Victor Mercante. ¿Cuánto hacía que un equipo así no sacudía la modorra del transitar monótono por los caminos del ascenso? Pero ese once que sale de memoria, como corresponde a los que han hecho historia, surgió sin que nadie lo previera demasiado. Quizás nunca habían imaginado hacer tantas olas ni haber contagiado tanto. En los tiempos en que los hinchas se ufanan de ser ellos los convocantes, aquel conjunto sí que era un imán que llamaba a simpatizantes del fútbol, de cualquier camiseta por igual. Mucho más a los propios, claro, aunque ellos no necesitaran de semejante magnetismo. Era un equipo de talento, exquisitez, juventud, solidez y pragmagtismo. Un equipo que ilusionaba, generó alegrías, marcó hitos y, casi, casi, se da el gusto de dejar al club en primera. Un equipo made in Rosario, del paladar de buen juego. Un equipo que llenaba el tablón y hacía mover el tablón. Un equipo de tablón, al cabo. Del Tablón Bautista.
Como sin querer queriendo, se fue formando ese Argentino en el comienzo del 83. Casi todos pibes, porque más pibes eran en aquellos años cuando se tenía entre 21 y 22 años. El año anterior se había ido con los ascensos de Villa Dálmine y los primos de Central Córdoba, así que esa Primera C estaba sólo representada en la ciudad por el equipo salaíto bajo el mando de Bautista, que también hacía su estreno en barrio Sarmiento. Hacía décadas que Tiro Federal había dejado de competir y hacía mucho, desde los años del regreso a principios de los 70, que no tenía un equipo tan competitivo en esa divisional. Es más, nunca había sido campeón en AFA.
Por eso, porque empezó a hacerse notar en los resultados pero mucho más en el juego, ya se hablaba en ese 83 del equipo chico de la ciudad que jugaba a lo grande. Y tendría dos años para agigantar su recuerdo hasta transformarse en leyenda, como aquel team subcampeón del 45, el de otra época, el que recién se insertaba en el mapa nacional pisando muy fuerte y así lo seguiría hasta que la AFA lo bajó compulsivamente a la tercera categoría, junto a Córdoba y Tiro.
Aquel golpe, la desafiliación en el 62 por cuestiones económicas y el regreso a la tercera categoría en el 70 habían mellado las posibilidades del club. Por eso lo que siguió fue una década de volver a empezar, de asentarse, de tratar de crecer con jugadores que no podían tener una dedicación exclusiva al fútbol porque el club no podía pagarles. Así tomó Bautista, aquel jugador de Central que llegó a marcar al mejor Pelé del Santos, un plantel novel de chicos. Unos que trabajaban en el ferrocarril, otros en una pilchería o en una panadería, algunos llegados de los grandes de la ciudad, como casi siempre, para que puedan mostrarse y los que ya estaban en el club. No estaba previsto semejante comienzo, mucho menos el final y en el medio, un transitar con muchos festejos pero casi todos trabajosos. Pero así fue. Y los dos primeras fechas que fueron de visitante, con un empate en Ensenada ante Cambaceres y una victoria en Ezeiza sobre Tristán Suárez, marcarían todo el norte del campeonato. Tanto, que sólo perdería la punta en la fecha 14ª, cuando dejó el invicto en la Isla Maciel ante San Telmo.
Antes y después siempre estuvo arriba, aunque por el acoso constante de Almagro y Talleres de Remedios de Escalada, más muchos arbitrajes cuestionables, recién pudo celebrar su primera vuelta olímpica en la fecha 38ª, la última con goleada sobre Defensa y Justicia en Florencia Varela por 3 a 0. Esa, más un 5-0 sobre Barracas Central en el Olaeta de la 7ª jornada y un 3 a 0 a Flandria, fueron casi las únicas de un torneo donde, lo dicho, casi todo se definía con la paciencia de un orfebre, por demolición y la mínima diferencia. Porque así jugaba Argentino, sin desesperarse, sabiendo que el desnivel llegaría. Y más de local, donde ganó todos los partidos, aún el que empató 1 a 1 con escándalo ante Defensores Unidos, pero se lo dieron ganado por la mala inclusión de un jugador.
La coronación en Varela fue un acto de estricta justicia histórica. Argentino volvía la B, la divisional de la que fue bajado en el 50 luego de campañas excepcionales: un 7º puesto en el primer año, el 44; el subcampeonato de Tigre en el 45, al que goleó 5 a 0 en una última fecha a la que llegó sin chances porque la había perdido en la penúltima jornada con la derrota en Remedios de Escalada; el 7º del 46, el 4º del 47 y el 48 y el 11º del 49. Todo porque la AFA, como ahora con la superliga, quería un campeonato de élite y dejó sólo a 12 clubes en la segunda división, bajando a dedo a los que no eran de Buenos Aires y los menos convocantes.
El equipo de la coronación del 83 fue recordado, claro, pero mucho más el del año siguiente en la B retocado con algunos jugadores.
El del inicio espectacular con 5 victorias al hilo (4-2 a Armenio, 2-1 a All Boys, 2-0 a Tigre, 2-1 a Morón y 5-1 a Chicago, que llevó a La Capital a titular que Argentino era "el fútbol").
El de la conmoción ciudadana, el que obligó a mudar la localía al Gigante de Arroyito para recibir en la 8ª fecha, invicto y único líder, a la gran novedad que era Racing, que había descendido por primera y única vez. El del 4 a 3 tras levantar un 0-2 en un estadio en el que no cabía un alfiler y que quedó como un hito, un mojón en la historia salaíta, pero también entre los partidos más recordados del ascenso.
El que entonces era rotulado como "La maravilla de la B" en el ambiente nacional. El que luego de esa explosión fue reconocido por todos los medios de Buenos Aires que contaron su humilde historia, al punto que la entonces muy popular revista El Gráfico juntó en su cobertura ese triunfo con el de Newell's sobre Boca y el empate de Central ante Vélez con Liniers con 8 hombres, que le dieron a ambos la clasificación a la 2ª fase del torneo Nacional.
El que quizás por eso mismo, por su tremenda juventud e inexperiencia, sintió el peso de ser la sensación, perdería 4 al hilo y llegaría a 9 sin ganar. El que se iría recuperando con vaivenes, venciendo de nuevo a Racing en Avellaneda entre otros grandes triunfos. El que clasificaría en la penúltima fecha, la 41ª, con su victoria en Lomas de Zamora a Los Andes 2 a 0. Y el que se aseguraría en la última quedar delante de Gimnasia en la tabla general y tener ventaja deportiva para el choque de cuartos del octogonal por el 2º ascenso a primera. Sí, a primera.
El que quedó, al cabo, a 7 minutos de pasar a semifinales ante el Lobo que luego ascendería. Todo por un penal que Manuel Jacome cobró por una falta fuera del área, que fue el 1 a 1 en el segundo tiempo, por otro que no dio a Franchoni y por ese maldito desvío en la espalda de Miniello tras el remate de Ingrao que fue el 1-2 de la eliminación, haciendo inútil aquel cabezazo de gol en el primer tiempo de Herrero, el que junto a Miniello y Trebino se habían unido para jugar en la B. Justo ante Gimnasia, al que había vencido los dos partidos del torneo, 1 a 0 en La Plata y 2 a 0 en el Olaeta, donde jugó siempre de local excepto en aquella victoria sobre Racing y las derrotas inmediatas ante el increíble Deportivo Español y Defensores de Belgrano.
No sería igual el 85, Bautista se iría pronto del club (y dos años después definitivamente con sólo 46 años) y quedarán en la memoria los dos nuevos triunfos sobre Racing, que debió quedarse otro año más en el ascenso por culpa de Gimnasia. La historia no le guardaría otro capítulo así de inolvidable.
Vilche; Miniello, Monti, Belén y Corbera; Bertolini, Montero y Jansa; Bastía, Trebino y Herrero. El once más Marinucci, que jugó mucho también de 3, más el gran aporte de Saavedra, Radrizzani, Nocelli, Martino, Franchoni, Pizzicotti, Pollesel y Poy en esos años, quedaron grabados a fuego en la historia de un club que hoy cumple 105 años y que Ovación recuerda con este pequeño homenaje a aquellos muchachos que agitaron el tablón. A los bravos muchachos del Tablón.