Empieza la última aventura rumbo a un Mundial de Lionel Messi, el mejor jugador del mundo. Y no es una más. Arranca su “tour” despedida de las grandes citas futbolísticas. Como la mega-estrella que es, cada partido por eliminatorias que dispute tendrá un tono de adiós, de cuenta regresiva hasta el pitazo final de su brillante carrera. Este jueves por la noche en el Monumental, ante Ecuador, comenzará su “último baile” con la selección, con la camiseta que ama, con los colores que se hizo carne, con la casaca con la que mordió el polvo y lloró y, también, con la que besó la gloria y se convirtió en leyenda. Leo jugará su sexta eliminatoria sudamericana, una marca tremenda y que lo define como un animal competitivo y un profesional ejemplar dentro y fuera de la cancha.
Y saliendo de su zona de confort, que fue el título de Qatar, Messi seguirá jugando justamente en el barro de las eliminatorias sudamericanas, un torneo largo, chivo, friccionado y a veces dramático. Sobran los ejemplos de clasificaciones angustiantes del equipo argentino, incluso con Leo en cancha, como antes del Mundial de Sudáfrica 2010 con Diego Maradona al mando o en la antesala de Rusia 2018 en la gestión de Jorge Sampaoli.
Hay que aclarar que esta vez hay mucho más margen porque clasifican las primeras seis selecciones y la séptima va al repechaje, de las diez que juegan en Sudamérica. No parece complejo.
Igual el rosarino no para y sigue destilando energía y pasión para renovar una y otra vez sus objetivos y no sentarse a disfrutar la gloria alcanzada. Así es Messi, un líder que se construyó a medida que fue domesticando a la pelota hasta hacerla parte suya. Y si llegará a jugar el Mundial de Estados Unidos, México y Canadá de 2026, hoy nadie lo sabe. Lo que no se puede negar es que el diez comienza el camino hacia esa meta junto a sus compañeros y que va por más gloria después de la gloria.
Messi, con 36 años, ya tiene en el lomo cinco Mundiales y la consagración de Qatar lo elevó a la estatura de héroe futbolístico, de personaje ilustre para toda la eternidad. Su rostro feliz así lo demuestra. La alegría con la que juega en Inter Miami, con la sonrisa que grita los goles y con la empatía con que abraza a sus compañeros en los festejos. Leo está feliz. Está pleno y mientras tenga la nafta de la competitividad en el tanque seguirá marcando la diferencia como ningún otro.
El crack de la selección argentina consiguió lo que sólo logran los mejores. Que el público vaya a ver los partidos fundamentalmente con el deseo de observarlo a él. De poder disfrutar a partir de ahora de sus últimos rayos de luz futbolística en duelos oficiales y por los puntos, como será el de Ecuador en el repleto estadio Monumental.
Leo sabe mejor que nadie lo que genera y por eso siempre entrega el máximo. Sube a los aviones de madrugada para entrenar al día siguiente con sus compañeros y en la jornada del partido salta a la cancha a dar su mejor repertorio.
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El diez podría parar la pelota y entregarse a las mieles del éxito eterno, del confort de tener la foto con la copa del mundo, pero sabe que todavía el equipo lo necesita como líder, como bandera y como referente para terminar de formar a los pibes que tomarán su posta en breve.
“Que la gente confíe, no los vamos a dejar tirados”, fue la frase de Messi tras la derrota en el debut mundialista en Qatar frente a Arabia Saudita. Y él mismo ahora no les suelta la mano a sus compañeros y sigue siendo el capitán del equipo en este renovado camino que se inicia rumbo a un nuevo Mundial.
Leo jugó las eliminatorias de cara a los Mundiales de Alemania 2006, Sudáfrica 2010, Brasil 2014, Rusia 2018 y Qatar 2022, cinco desafíos donde logró el objetivo de llegar a la cita ecuménica. En 2014 fue subcampeón del mundo y en 2022 logró la máxima coronación. Ahora comienza otro camino para la Scaloneta, que deberá sostener el gran rendimiento de los últimos tiempos, con el DT Lionel Scaloni como el encargado de ratificar todo lo bueno y, a la vez, ir encontrando variantes y recambio para mantener la intensidad y efectividad del equipo campeón del mundo.
Y además, si bien las eliminatorias pintan accesibles, a veces pueden complicarse y sobran los ejemplos.
En este complejo proceso, el DT también tiene una ventaja que se llama Messi. Para aglutinar a la tropa, para sostener el hambre de gloria y para torcer siempre el límite un metro más allá de lo posible. Porque de eso se trata el fútbol y la vida, de intentar siempre dar un paso más allá de lo conocido cuando el camino parece llegar a su fin. Incluso ir por más gloria después de haber logrado la gloria. Como lo hace Messi cada vez que sale a la cancha y acaricia la pelota. Hay un gol más, una genialidad más, un disfrute más.