Newell’s apostó por un proceso que intenta crecer y ganar sustento (hacia adentro y hacia afuera) a través de la diferenciación con el ciclo anterior. La entidad leprosa buscó nuevos ejes, pautas y direcciones de funcionamiento, a través de una reestructuración de todo el fútbol rojinegro, en todos sus niveles. En ese marco de acuciantes necesidades de cambio, la dirigencia eligió la figura de Mauricio Larriera como nuevo comandante para una cruzada que lo primero que se debía era sacarse el propio lastre del pasado reciente de encima, y además tenía que convencer y entusiasmar para animar a los suyos al desafío de recobrar el protagonismo perdido. En ese escenario, el clásico de este domingo, a las 19.45 en el Parque, representa la primera gran prueba de fuego para muchos.
Sin la disputa de torneos internacionales, en esta temporada todas las responsabilidades y obligaciones se construyen alrededor de la competencia doméstica. Todo se enfoca en ese ámbito y no aparecen otras metas. Y el enfrentamiento ante Central seguramente definirá gran parte de la suerte rojinegra en este primer semestre.
Por su condición intrínseca, por las estadísticas que ya hace rato se transformaron en gestos de reclamos y deudas pendientes, y por el poderío de sus efectos inmediatos, el clásico no es un partido más, y Larriera lo sabe mejor que nadie. Lo comprende, incluso por encima de su intención de establecer aires de serenidad en cada mensaje, en cada rueda de prensa.
Si obtiene un triunfo, la versión de Newell’s que está tratando de moldear el DT podrá volver a posicionarse y a encarrilarse detrás de una referencia positiva que puede adquirir rasgos basales para este ciclo que todavía no pudo despegar a pleno.
Que arrancó encandilando a propios y extraños y luego, en el peor momento, se llenó de dudas por dos tropezones inesperados y por la expulsión de Ever Banega en el partido previo al clásico.
Si gana puede llegar a conseguir un envión de carácter emocional decididamente crucial en una instancia donde cada paso necesita de un guiño de confirmación para vestirse de estímulo de gran relevancia.
En esta Copa de la Liga, una competencia corta y que otorga chances hasta sus pasajes finales, un buen resultado puede mantenerlo en el lote de los que están peleando el grupo B, dentro de zona de clasificación.
Un éxito en el Coloso sería también una invitación a creer en los objetivos trazados en los comienzos de este proceso.
Quedan secuelas
En tanto, si vuelve a perder todo se complica mucho más. Una nueva caída luego de dos derrotas consecutivas (con Racing 0-4 en Rosario y con Estudiantes 0-2 en La Plata) puede llegar a convertirse en un túnel, con la posibilidad de extenderse y de salida muy dificultosa.
Los clásicos suelen dejar secuelas y por eso en esta ciudad los trámites de esos partidos suelen reflejar ese grado de tensión y de expectativas. Esa efervescencia suele desembocar en duelos de vuelo bajo, donde es muy difícil llevar adelante la hoja de ruta planeada sin tener que esquivar escollos de ocasión.
Y los tres puntos generalmente se van para el que mejor aprovecha las pocas oportunidades que salen a escena. En ese sentido, las huestes rojinegras exhiben muchos valores, incluidos Larriera y los refuerzos, que afrontarán por primera vez este tipo de situación. Y habrá que ver cómo responden ante esta exigencia, tan distintiva de la pasión futbolera rosarina.
Un revés en este clásico estiraría interrogantes muy inoportunos que llegaron por culpa propia, y ese tiempo de cicatrización de heridas podría conspirar contra la idea leprosa de tratar de estar entre los que pelean por algo, hasta el final.
Si bien, por su ubicación en el calendario, este duelo ante Central en el estadio Marcelo Bielsa no asoma como posta determinante, es mucho lo que hay en juego. Será un examen en el que hay que dar la talla y dar muestra de coraje. Sobre todo con la baja obligada de Banega. Y en Newell’s lo saben.