Las manos hablan y nos hablan. Es muy difícil pensarnos sin ellas. Realizan los actos más nobles como así también los más crueles. Están continuamente presentes en nuestra existencia, desde la funcionalidad social hasta en la esfera de nuestra última intimidad. La alegría, el amor, el odio, la tristeza y la angustia se expresan con ellas. También corrompen y son corrompidas. Las manos son nuestro universo comunicacional con nosotros mismos y con los demás.
Con el Covid 19 las manos, que tanto queremos, están molestando. Se las mira con recelo y fastidio. Porque se han convertido en vehículos físicos de contagio del virus coronavirus Sars-Cov 2.. ¡Cuántas veces hay que lavarlas, cuántas desinfectarlas y cuántas veces acordarse de lavarlas antes, durante, y después que tocamos cada objeto!
¡Ay las manos! Las dos manos, los diez dedos se juntan y son muchos más que los miembros superiores de nuestro cuerpo. Ellas, las manos, siempre están presentes en el mapa de nuestra humanidad. Hoy las miramos con recelo. Las miramos antipáticamente. Saber que nos pueden contagiar nos genera miedo. Miedo a nuestras manos. Podemos llegar a tocar nuestras caras 3000 veces al día, contagiándonos y contagiando. Pero, también nos dan la oportunidad que lavándonos con agua y jabón podemos expulsar el virus.
Hubo muchas historias de las manos, las manos de Homero, de San Francisco de Asís conectándose con la naturaleza, las de Leonardo Da Vinci son sus singulares inventos, las Miguel Angel Bunonarroti con su David, el famoso dedo índice del héroe de San Martín señalando la cordillera de los Andes. También hubo malas y siniestras manos como las de Hitler y de Mussolini. No obstante, la lamentable y errática apreciación que Heidegger le hizo a Jaspers, sobre las manos de Hitler, manifestando su admiración por las mismas.
Las manos asimismo han hecho maravillas del mundo, veamos el Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes Saavedra, William Shakespeare con su Hamlet, Edward Jenner descubriendo la vacuna de la viruela, Marie Curie y Pierre Curie con sus descubrimientos sobre el radio, Alexander Fleming descubriendo el antibiótico, Mahatma Gandhi con sus manos tejiendo la paz, y las impresionantes manos de René Favaloro creando el bypass. Podríamos abundantemente seguir enumerando.
Necesitamos más y buenas manos para los habitantes de la Tierra. El Covid 19 nos marca la solidaridad necesaria sin opciones al egoísmo depredador. Estamos todos, se dice, en la misma nave. Pero, unos están en la bodega y otros en la hermosa proa del barco. Se requiere de justicia social y ambiental en forma inmediata, para que todos estén en la proa del barco de la Tierra y luchar con vida contra la pandemia.
Hay aproximadamente 180 millones de pobres en América Latina, y se calcula que 113 millones viven en villas miserias, villas de emergencia, favelas, ranchos o barrios populares. Son categorizaciones urbanas que esconden una durísima realidad: la pobreza rayana en la miseria.
En la mayoría de esos lugares tampoco hay acceso integral al agua, como sucede en la villa 31, la 1-11-14 y Villa Azul, en Buenos Aires, o la Rocinha, en Río de Janeiro. La historia se repite distintamente también en los grandes cordones urbanos de Lima, Santiago y Caracas. Se calcula que en la Argentina habrá este año 750 mil nuevos niños pobres y en el mundo 86 millones de nuevos casos, donde hay pobreza no hay agua.
La lucha contra el Covid-19 requiere del acceso al agua potable para los desposeídos y también del Derecho al Lavado de Manos (DLM) como derecho humano esencial para evitar la propagación de la enfermedad. Es necesario que en todos los países se establezca específicamente éste derecho.
También necesitamos, nosotros la humanidad, que la futura vacuna de la Covid 19 sea pública, gratuita y al alcance real de todas las personas, tal como plantea el Ágora de los Habitantes de la Tierra (AHT) en el Manifiesto 2020. Los Estados de la Tierra y la ONU, deben despatentizar y desmercantilizar la futura vacuna por la democracia sanitaria. Vacuna humanizada es la vida salvada.
Es de buena mano humanizarnos, así ahuyentamos al interés y al cálculo.