El 11 de diciembre se presentó un gigantesco pastel de cumpleaños en Bali para
festejar el 10º cumpleaños del Protocolo de Kioto. A 10 años de su nacimiento, este tratado sobre
emisiones de gases invernadero sigue siendo el más ambicioso instrumento regulatorio para enfrentar
el calentamiento global. Pero ni el enorme pastel ni el ruido de la fiesta pudieron opacar el
sentimiento de frustración que marca los días finales de la conferencia de las partes que se
desarrolló en Bali.
El objetivo central de ésta no es afinar un nuevo tratado. Sin embargo, la reunión
debe concluir con un mapa para que en los próximos meses la comunidad internacional pueda avanzar
hacia un nuevo tratado, más robusto y efectivo que el Protocolo de Kioto. Faltan sólo tres días
para que concluya la conferencia, y todavía no hay nada firme.
El secretariado de Naciones Unidas para el cambio climático decidió publicar el
borrador de declaración final desde el fin de semana. Ese texto debe ser discutido por los
delegados de 185 países participantes para llegar a una conclusión este viernes. El secretariado
pensó que al dar a conocer un proyecto de declaración presionaría a los principales responsables de
las emisiones de gases invernadero. Por eso en el borrador figuraba ya una meta cuantitativa: para
el año 2020 las naciones desarrolladas estarían obligadas a reducir los niveles de emisiones de
gases invernadero entre 25 por ciento y 40 por ciento con respecto a los niveles de 1990.
El Panel Intergubernmanetal sobre Cambio Climático (IPCC) calcula que ese nivel de
reducciones es necesario si se quiere limitar el cambio de temperatura promedio global a dos grados
centígrados. Incrementos superiores marcarían un deterioro en los niveles de bienestar de miles de
millones de personas en todo el mundo, pero los más afectados serán los países pobres.
Las metas cuantitativas fueron promovidas por la Unión Europea, pero fueron
rechazadas tajantemente por Estados Unidos, Japón, Canadá y Australia. La delegación estadounidense
declaró que fijar una meta cuantitativa era irrealista y tendría efectos dañinos en el futuro.
Añadió que para Washington lo principal es definir una ruta para los próximos dos años, más que un
marco de referencia preciso y metas cuantitativas, con lo que nuevamente dejó ver sus tácticas
dilatorias al insistir en que los datos del IPCC están marcados por la incertidumbre y no
constituyen una referencia científica robusta e inapelable. Una cosa es clara: mientras la economía
estadounidense se prepara para una fuerte recesión, su rechazo a invertir en mitigar el cambio
climático es absoluto.
Los países europeos han sostenido en Bali que se necesita una meta cuantitativa
para llamar la atención sobre la verdadera dimensión del problema y para iniciar el largo proceso
de cambio tecnológico que permitirá reducir las emisiones. Las mutaciones tecnológicas tendrán que
llevarse a cabo en las industrias intensivas en energía, en los medios de transporte y en el sector
residencial y municipal. Se trata de un proceso de cambio sistémico y la Unión Europea considera
necesario arrancar desde ahora si se quiere evitar que las concentraciones de gases invernadero
rebasen el nivel de las 450 ppm para el año 2050 y que el aumento de temperatura supere los dos
grados centígrados.
Desgraciadamente, las metas cuantitativas desaparecieron de la última versión del
borrador de declaración final en Bali. Nuevamente prevaleció la posición irresponsable de Estados
Unidos.
Mientras tanto, las iniciativas se multiplican en desorden al acercarse el final de
la conferencia. Rusia propuso que las naciones en vías de desarrollo adopten compromisos
voluntarios sobre reducciones de emisiones. Esos compromisos podrían implicar metas de reducciones
agregadas o por sectores, o metas de eficiencia energética (por ejemplo, reducciones en intensidad
energética por unidad de PIB). La propuesta rusa añade la posibilidad de que esas metas voluntarias
estén condicionadas a la disponibilidad de ayuda financiera y tecnológica del exterior. Australia y
Japón se han pronunciado a favor de la iniciativa rusa, pero China e India están en contra.
La semana pasada corrió el rumor en Bali de que el GEF, fondo para el medio
ambiente mundial que reside en el Banco Mundial, se encargaría de administrar todos los recursos
financieros dirigidos a los países en desarrollo para sus planes de mitigación y adaptación. Ese
rumor no fue confirmado, pero los países ric os estarían contentos con un arreglo de ese tipo: el
GEF sería un poderoso mecanismo de presión para que los estados del sur arreglen su política
económica al ritmo que le gusta al Banco Mundial. China y el G77 han manifestado un rechazo rotundo
a este tipo de arreglos, pero esa pugna entre norte y sur no es un buen presagio para el futuro
régimen sobre cambio climático.
Diez años de vida del Protocolo de Kioto. Poco que celebrar y todos lo vamos a
lamentar. Extraña fiesta de cumpleaños, la conferencia en Bali. Todo parece más bien un confuso
velorio cuando el difunto está a punto de despedirse.