La cultura occidental comprende al conjunto de normas y valores, costumbres, formas de Estado y Derecho, asociado a Europa. Asimismo, a áreas de su influencia por conquista y colonización; a las que le siguiera una inmigración con esa misma mentalidad.
Compuesto su contenido por una filosofía, una literatura y los sistemas político-legales desarrollados en su historia; en su tronco, por los pueblos greco-latinos; y en sus ramificaciones, por migraciones de celtas, germánicos y eslavos que invadieran y que se asentaran en su territorio; además, por la religión católica con centro en Roma; a la que siguiera más tarde la protestante; y al Este, la ortodoxa.
Filosóficamente entonces, inspiración primera lo fue la Antigua Grecia, caracterizada por un racionalismo, expresado como mitología primero pero extendido paulatinamente a todos los aspectos de su vida; y en general y en cada una de sus etapas: la filosofía helenística, la escolástica medieval y la Ilustración moderna; también por la doctrina de esa misma Iglesia romana, la que, una vez admitida por el Imperio, ejerciera durante siglos fuerte influencia.
Con una organización social con base en el derecho romano y mediante el empleo de argumentos racionales; con que se vieron favorecidos, tanto el libre pensamiento como el ejercicio de derechos individuales.
De modo que conceptos como derechos humanos, democracia, igualdad, tal y como hoy son entendidos en el mundo, tuvieron su origen en esta civilización.
Así, culturalmente, demos por entendido que la cultura occidental ha nacido en la Antigua Grecia y se ha extendido hacia Occidente. Siendo sus mayores contribuciones, quedó dicho, en el ámbito de la filosofía pero también del conocimiento matemático y científico. Es que a Grecia la continuó la Antigua Roma, que contribuyera por su parte con otras disciplinas, además del ya referido derecho y de la organización del Estado en general.
Con una religiosidad que se acentuara en la Edad Media pero sin perjuicio de aprovechar en su doctrina aquella racionalidad antigua, si bien adaptada a la fe; con la creación de universidades y la conservación de obras y conocimientos de la Antigüedad. Estudios retomados también, en la media luna meridional de Europa, por los árabes que la conquistaran durante la Edad Media, al extenderse desde Oriente próximo hasta el Sur de España.
Tradición cultural con antecedente literario asimismo, que se remonta a mucho antes, al Cercano Oriente, de donde procediera la escritura: la cuneiforme, el jeroglífico (cuyas figuras expresaban la realidad del egipcio, si bien místicamente interpretada: si hasta las palabras mismas, eran por ellos consideradas sagradas) y el alfabeto (al que los griegos añadieron las vocales a fin de suprimir ambigüedades). Todo lo cual permitió una transmisión más precisa del conocimiento.
Y sin olvido todo ello de otro gran afluente a esa continuidad cultural, que aportó idioma y costumbres asimismo, representados por los pueblos que con sus familias penetraron en los Balcanes y el Norte de Italia, avanzando luego a Occidente, procedentes del Norte y Este de Europa (el Kurgan, Anatolia), desde 1.000 años (a.C.) atrás, emparentados entre sí por un probable origen común de sus lenguas: la indoeuropea. Que tales fueron los celtas, germánicos, eslavos…
Tradición y a la vez continuidad posibles porque, aún más atrás en el tiempo y desde hace cinco milenios, por el Sur del Próximo Oriente y de manos de los sumerios, se las proveyó del más bello instrumento cultural: la escritura, estilizada como la fuera como caligrafía por los musulmanes, tenida por ellos como la forma artística más elevada con que Alá les transmitiera su mensaje. Instrumento indispensable para conservar el pensar y transmitir la información sin necesidad de la presencia. Surgida a partir de trazos y pinturas en cuevas y sobre rocas; y cuando más tarde en el Neolítico se fundaron los primeros centros poblados de una cultura urbana. Con la que llegaran a expresarse hasta verbos de acciones humanas y ello mediante tan sólo signos; la que, simplificada que fuera, llegara a manifestar parecidas ideas para todos; esto es, una escritura ideográfica y por último, e imitando el sonido, otra fonética.
En letras consideradas sagradas y reservadas a los sacerdotes en un principio, en imágenes sustentadas en la fe y el razonamiento, ambos desarrollados en incidencia recíproca. Instrumento prolongado por los acadios y rápidamente aplicado al semita (al fenicio, al árabe, al arameo, al etíope…).
Y en definitiva, ¿en quién se personifican las referidas confluencias entre razón, lenguaje y expresión, sino en el hombre actual? Individuo sin embargo solitario y perdido en muchedumbres, a la vez que ansiosas y deprimidas éstas, desesperanzadas y escépticas. ¿Será que es así como se cierran para poder reabrirse, los ciclos históricos? Si también el helenismo concluyera en escepticismo… Resumo a Diógenes, un representante: sentimos, consentimos, reconocemos y convenimos… pero no sabemos.
Tal la paradoja a que la razón filosófica, aquí en contraste con la religión, parece habernos conducido: ni redención ni Jardín del Edén. Tan sólo esta humilde verdad: que toda nuestra vocación de universalidad y nuestro afán de reconocimiento, fenecen con la extinción de nuestra individualidad orgánica… y nuestro deber no obstante de haber contribuido en vida, a la idea de un “universal concreto” que nos nutriera como comunidad cultural y cívica, en concordancia con la concepción del mundo que con cada ciclo histórico se abre.
Y en relación a nuestra Patria, ¿Estaremos cumpliendo o por el contrario traicionando… aquel sueño de poblar e ilustrar, de los padres fundadores?
(En la imagen, Juan Bautista Alberdi, autor de la recordada frase "gobernar es poblar").