La historia política argentina es pendular, cíclica, circular. Nada es para siempre. Salvo el peronismo, como concepto abstracto, que siempre termina absorbiendo sus propias franquicias: hoy el kirchnerismo, ayer el menemismo.
Por Mauricio Maronna
La historia política argentina es pendular, cíclica, circular. Nada es para siempre. Salvo el peronismo, como concepto abstracto, que siempre termina absorbiendo sus propias franquicias: hoy el kirchnerismo, ayer el menemismo.
El escandaloso y grotesco episodio que tuvo a José López como protagonista provocó una herida casi mortal al espacio creado por Néstor Kirchner allá lejos y hace tiempo, al menos como alternativa de poder. Las características del personaje, su filiación a Néstor y Cristina desde antes de los 90, su rol como direccionador permanente de la obra pública impide que, esta vez, pueda señalarse a López como un cuerpo extraño en un cuerpo incontaminado de la estructura de poder que, nacionalmente, se instaló durante 12 años.
El conteo de plata del entorno de Lázaro Báez y los casi 9 millones de dólares de López están unidos en espectacularidad por el desenlace visual de las historias: ya no se trató de analistas políticos y periodistas de investigación batiendo el parche sobre las causas judiciales o revelaciones en papel, esta vez todo apareció envuelto en formato visual. Una imagen vale más que mil palabras, aunque esa definición sea un proverbio de la era analógica.
El desbande y la desazón. El kirchnerismo se debate hoy con dos realidades: el impúdico desbande de algunos dirigentes que siguen conservando cuotas de poder y la desazón de los militantes y adherentes genuinos que, con convicción, pensaban que el Nunca Menos era un capítulo superador de gobiernos repletos de corruptelas. Confundir a López, Báez, Boudou y Jaime con los miles de militantes K sería un acto de deshonestidad intelectual.
El problema radica en que esta vez no se le puede echar culpas a la teoría del entorno o del cerco, como sucedió muchas veces en la historia del peronismo. López, Báez y Jaime nacieron políticamente con Néstor y Cristina, fueron brazos ejecutores de un proyecto pensado para 20 años, que quedó abortado por la biología, en el caso del ex presidente, y la corrupción en el caso de algunos de sus funcionarios y/o contratistas de obra pública.
El desbande, que inició Diego Bossio en la Cámara de Diputados empieza ahora, a extenderse como una gran mancha de humedad. El ejemplo más pulimentado, empírico y desfachatado es el del ex gobernador tucumano, José Alperovich, quien con su esposa, Beatriz Rojkés, disfrutaron como pocos de las mieles del kirchnerismo. "El kirchnerismo se terminó y con Cristina nunca tuve buena relación", dijo Alperovich, con rostro pétreo.
El recientemente fallecido Torcuato Di Tella dijo en el 2002, en una entrevista con LaCapital, con prístina claridad y sin ponerse colorado. "Los peronistas somos lo que los tiempos quieren que seamos". El matrimonio Alperovich pone en ejercicio aquella definición. No será el primero ni tampoco el último.
Para Mauricio Macri el escándalo del monasterio es una bendición, justo en tiempos en que los pavorosos tarifazos empezaron a mellar la adhesión con sectores de la sociedad que, incluso, votaron a Cambiemos. La situación económica seguirá jugando en cancha inclinada para los asalariados, pero el gobierno ganó tiempo y puso al peronismo a la defensiva.
Sin embargo, la lectura política deberá comenzar a ir más allá de lo inmediato. A la Casa Rosada no le conviene que el kirchnerismo quede enterrado definitivamente, como hubiera pretendido López con su millonada. El laboratorio de Olivos, más temprano que tarde, deberá fogonear la dispersión de la oposición para instalarse en el nuevo tablero electoral, que juega su partida definitiva con las elecciones legislativas de 2017.
Mosaicos peronistas. Hoy, el otrora "movimiento nacional organizado" es un festival de la dispersión y, en ese abanico, tallan el kirchnerismo, Sergio Massa, Juan Manuel Urtubey, los gobernadores, Daniel Scioli y una lista extensa de no alineados. "De acuerdo a lo que nosotros medimos el apoyo el kirchnerismo tiene un 25 por ciento de adherentes en todo el país", dijo a este diario una fuente oficialista, con los números en la mano. "No les alcanza para volver al poder, pero no hay otro sector interno que sume ese porcentaje", resumió la fuente.
Claramente, a Macri le conviene que el kirchnerismo se mantenga en pie, aun trastabillando, evitar la unidad del PJ y hacer crecer a la centroizquierda. Pero esas son alquimias, más propias de laboratorios políticos que de cumplimiento real.
Si el kirchnerismo se transforma en un movimiento en fuga, aparecerán nuevos actores tirando el mediomundo en ese lago.
Ni lerdo ni perezoso, Miguel Lifschitz ya parece haber limpiado la red para pescar en esas aguas: "Ya no hay margen para que el peronismo vuelva. Fue una situación bochornosa y brutal de corrupción que no hace más que mostrar una realidad sistémica y generalizada que se construyó en la Argentina de la última década".
La reconfiguración del peronismo tras la caída del último sub-ismo no será fácil ni rápida. Lo dijo con todas las letras el gobernador Urtubey el mismo día en que López fue atrapado con las manos en la masa, y no de los ravioles que les solía preparar en el convento la hermana Alba, una monja de 94 años, tal como narra el periodista Roberto García. Según el salteño, el liderazgo en el peronismo ya no se dirimirá en 2017, sino camino al próximo turno presidencial.
Massa, Urtubey y Scioli han quedado como los expendedores de futuro, aunque en porciones módicas. El ex gobernador bonaerense tiene un antecedente que para el peronismo es como un símbolo de deslealtad: fue derrotado.
Ahora la clave para los gobernadores no será instalarse nacionalmente merced a un triunfo en las elecciones de mitad de mandato, sino mantener los territorios comarcales.
Los viejos fantasmas. Toda la saga de La Rosadita, la búsqueda de plata con excavadoras en las estancias de Báez y el revoleo de casi 9 millones de dólares sobre la pared de un convento obliga más que nunca al gobierno de Macri a mejorar la gestión y vincular a la sociedad. Si la situación empeora, no hay ningún sucesor al alcance de la mano. Con más de 3 años de gestión por delante, hay quienes dicen que estaría más cerca el fantasma del 2001 y el "que se vayan todos" que la posibilidad de creer en una referencia inmediata.
El futuro de Cambiemos se decidirá en dos planos: la cuestión económica y el porvenir de los ex funcionarios acusados por gravísimos hechos de corrupción. Lo expresa hoy el ministro de Justicia Germán Garavano, en una entrevista con este diario: "Lo que hay que decirles a los jueces es: «Señores, todo muy lindo, pero eleven los casos a juicio»".
Ahora que cayó el último tótem, en la política argentina está todo por hacerse. Y todo por mejorar.