Eduardo Coco Oderigo es el entrenador de Los Espartanos. Hace seis años fue a un penal. Un amigo le había pedido conocer una cárcel y como él trabajaba como abogado penalista no le costó acompañarlo. Su amigo se fue, pero hubo algo que a Coco no lo dejó en paz. Le afectó profundamente ver a tantos chicos jóvenes tras las rejas, sin nada que hacer, tristes y desesperados. Y se le ocurrió una cosa: podía enseñarles jugar al rugby.
Él había jugado al rugby en el San Isidro Club (SIC) hasta los 35 años y entrenaba algunas divisiones, pasión que comparte con su profesión. Sin esperar mucho habló con el director del penal de máxima seguridad de San Miguel y le hizo la propuesta. Allí mismo concretaron y a la semana siguiente empezó en una cancha de tierra, sin palos ni líneas demarcatorias.
Preguntó cuál era el pabellón más peligroso y le indicaron que era el 12. Allí los homicidios eran moneda corriente, al igual que las drogas, los robos... Coco se acercó y los invitó a la cancha. El primer día empezaron diez. “Me preguntaron cuándo seguíamos y, sin pensarlo, les dije que volvería todos los martes”, confiesa. Así fue. Desde 2009 hasta hoy Coco no faltó nunca a los entrenamientos y no sólo eso, sumó a sus amigos, empresarios y a gente del mundo del rugby para que lo ayudaran.
Así consiguió las primeras casacas y los botines. La perseverancia, el amor y el desinterés hicieron que los jóvenes depositaran toda su confianza en el entrenador. Alguien al fin pensaba en ellos. “Creo que mirarlos a los ojos, escucharlos y sentirte parte, jugar en la cancha, ser uno más es clave”.
Estímulos. Junto con el entrenamiento surgió un espacio de espiritualidad en la cárcel. “Un día traje a mi amigo Damián Donnelly y le pedí que les diera una charla motivadora y fue bárbaro. A los chicos les gustó y a él también porque volvió y pensó en hacer algo espiritual. Planteó la posibilidad de armar el desayuno y rezar el rosario. Con el desayuno salió todo bien pero cuando Damián les dijo que quería rezar el rosario, quedaron sólo dos”, recuerda Coco.
Pero la curiosidad y la necesidad pudieron más. De a poco se fueron sumando los otros y ahora lo hacen todos. Se generó un espacio para hablar de lo que les pasa, para compartir un momento y reforzar la unidad.
Luego se abrieron más actividades y ahora los miércoles hay un grupo que va a compartir unos mates y a jugar a las cartas, y los jueves hacen yoga. A esto se suma el entrenamiento diario de 17 a 18.30.
Una nueva casa. “Yo veía que los chicos hacían mucho esfuerzo en la cancha pero después volvían a la realidad de la cárcel, entonces pensé en que tuvieran un pabellón propio. Costó bastante, pero aquí está”, reconoce feliz mientras abre los brazos en el corazón del pabellón Esparta.
Se armó un lugar donde se viven las reglas de la cancha, donde rige el respeto mutuo, la importancia del diálogo, donde no puede haber peleas, armas ni drogas. La regla es clave y todos la respetan, es la condición para ser un espartano. Hoy es el pabellón de mejor conducta del penal.
A Coco lo llaman de todo el país. Ya armó un equipo en La Pampa y prometió venir a Rosario en mayo para alentar a que esta iniciativa también se replique en la ciudad.
¿Por qué el nombre? Surgió en la cancha. Un día, uno de los jugadores que todos los días veía la película 300, se puso a gritar “Somos los Espartanos, no tenemos dolor, no tenemos sufrimiento”, y así nació y quedó para siempre.