Edith Rivero tiene 44 años, vive con su marido y sus dos hijos de 19 y 24. Pero allí no acaba su familia. Desde hace doce años es responsable de uno de los hogares de Hoprome. En este momento tiene tres chicos (llegó a tener 12 en algún momento), que son como sus hijos. La hacen sentir más joven porque vuelve a la rutina escolar, la obligan a salir a la plaza y a contarles cuentos antes de dormir. Ella vino desde Formosa y al poco tiempo decidió abrir esta casa que es un hogar para quien lo precisa. "Empecé y no salí más", confiesa contenta y recuerda enseguida al padre Tomás Santidrián, que fue muchas veces a su casa para comer con ellos, celebrar el cumpleaños de los chicos o simplemente para pasar un rato.
Sus hijos se criaron con chicos que la Justicia derivaba a su casa y, cuenta Edith, jamás cuestionaron a sus padres por esta decisión.
Cada mañana levanta a los tres chicos que ahora viven con ella (los nombres en esta nota no son los reales, para reservar la identidad). Uno de ellos es Juan de 14 años, que tiene discapacidad intelectual, el otro es Santiago, de ocho, y el más pequeño es Joaquín de 7. Estos dos últimos van a la escuela del barrio, pero Juan va a una especial.
"Conozco sus historias, Juan (tiene 14 años pero parece de 6) tiene a su mamá con problemas de adicción y fue violado. Sé que no va a volver con su familia. Es bueno y muy cariñoso...", cuenta Edith con una sonrisa.
"La mamá de Santiago tiene un importante retraso mental y él es producto de una violación. Durante un tiempo estuvo viviendo con un abuelo, en una casa muy precaria, y allí intervino (la Subsecretaría de) Niñez. La mamá ahora está internada. A Santiago lo está atendiendo un psicólogo porque tenía problemas auditivos y recién ahora con sus ocho añitos está empezando a decir unas palabras. Me acuerdo de que cuando llegó se quedaba quieto en un lugar y no se movía, pero de a poco vimos que le gusta mucho pintar y dibujar. ¡Es un amor de chico!", continúa Edith, que confiesa que Santiago es muy celoso, que la abraza y les dice a todos los demás "ella es mía". "Estos chicos me protegen y con mi marido miran partidos de fútbol, comparten salidas y si necesitan hablar de hombre a hombre le piden charlar a él", menciona.
El más chiquito, Joaquín, tenía a su mamá presa. El papá lo abandonó en la calle junto a una hermanita de dos años. Por eso la Justicia decidió que lo llevaran a la casa de Edith.
La separación
El día más duro es el de la separación. "Pero cuando se van, muchos me llaman y me preguntan cómo estoy, y me vienen a visitar. Trato de saber cómo les va en la vida, porque lo que más quiero es que estén bien", relata con una emoción que no puede disimular.
En el barrio (Cullen y Zuviría) la conocen como "mamá gallina". Tiene una casa grande con los dormitorios en la planta alta y abajo el comedor cocina y un patio grande.
A Edith no le extraña tener una mesa llena de gente a su alrededor. Se crió en una familia grande, de nueve hermanos. Como es la más grande siempre se ocupó de cuidarlos. "Cuando te gusta lo que les hacés sos feliz. Yo los llevo al doctor, vamos al cine o hacemos picnics. Como hago con mis propios hijos. A veces los fines de semana también vienen sus hermanitos a visitarlos". Una historia de amor, que se escribe día a día. Y para siempre.