En marzo de 2010, el astro futbolístico inglés David Beckham, entonces de 34 años, se desgarró el tendón de Aquiles jugando para el Milan de Italia. "¡Está roto, está roto!", gritó con desesperación al banco de suplentes. El traumatólogo Bert Mandelbaum, su médico en Los Angeles Galaxy, el equipo dueño de su pase, estaba mirando el partido por televisión desde California y vio "la agonía en su rostro", según recuerda. "Era obvio que era algo muy serio". Los exámenes posteriores confirmaron la magnitud de la lesión y, también, que Beckham se iba perder el que hubiera sido su cuarto y último Mundial de Fútbol, a disputarse en Sudáfrica cuatro meses más tarde.
En el vestuario, el jugador lloraba desconsolado. Y al día siguiente fue operado en Finlandia. Pero, acto seguido, decidió mirar para adelante, liderar su propia reconstrucción y programar paso a paso el regreso. "Todo el mundo pensaba que Beckham estaba terminado. Esa lesión, por lo general, demanda un año de recuperación", cuenta Mandelbaum a Más, en el lobby de un hotel porteño de Puerto Madero. "Pero él nos dijo que quería volver a las canchas en seis meses. Y, aunque no llegó para la Copa de Mundo, tuvo su mejor temporada en Los Angeles Galaxy y salió campeón en 2011 y 2012".
Para Mandelbaum, autor del libro motivacional The Win Within (El triunfo interior), médico de la selección de fútbol de Estados Unidos en cinco mundiales, integrante de la Comisión Médica de la Fifa en los Juegos Olímpicos de Río 2016 y codirector de Asuntos Médicos del Instituto de Ciencias del Deporte del Centro Médico Cedars Sinai, en Santa Mónica, el renacimiento de Beckham desde el abismo deportivo grafica la puesta en acción del "espíritu victorioso": una fuerza interior de los atletas de elite que les permite afrontar su recuperación. Y que también puede ser liberada y aprovechada por cualquier persona cuando enfrenta situaciones adversas.
—¿Todos tenemos un "atleta interior"?
—Exacto. A lo largo de la evolución, al desarrollar nuestro cerebro, fuimos capaces de crear herramientas para transformarnos en cazadores y no en presas. Y los mismos atributos que, en nuestro ADN, nos volvieron cazadores exitosos, están todavía en nosotros. En otras palabras, estamos genéticamente programados para ser predadores o exitosos en nuestro ambiente biológico. No hemos sido diseñados para el fracaso.
— ¿Y a qué llama "espíritu victorioso"?
—Es una respuesta física, mental y emocional a la lucha. Cuando estamos en una situación de estrés, nuestro cerebro trabaja para encontrar comida, hacer un refugio, resguardarse del frío o derrotar al enemigo. Es entonces que liberamos ese "espíritu victorioso". Y creamos una reacción que se vuelve un motor para aprovechar las oportunidades que se presentan.
—Un aspecto peculiar de su profesión es que ha conocido a muchos atletas de elite en su peor momento, cuando están lesionados. ¿Qué podemos aprender de ellos?
—La lesión seria en el deportista genera miedo, preocupación, desilusión, depresión y ansiedad. Se preguntan: "¿Volveré a ser lo que fui?" Sin embargo, los más dotados despliegan el espíritu victorioso para evaluar y afrontar esa lucha. Visualizan el regreso. Se van poniendo pequeños objetivos hasta lograr el gran objetivo. Cualquier persona puede tomar lecciones de ellos. Recuerdo, por ejemplo, al gimnasta olímpico Tim Dagget. Siete meses antes de los Juegos Olímpicos de Seúl 1988, durante un salto en caballete, sufrió una horrible caída con fracturas expuestas. Tuvo que someterse a cirugías e injertos de piel. Nadie pensó que se podría recuperar a tiempo. Pero él nos transmitió confianza: "Doctores, no se preocupen. Hay que animarse a soñar". Ese es el consejo: hay que animarse a soñar.
—¿Usted sugiere que las personas que enfrentan una adversidad deben hacerlo como los atletas frente a una lesión?
—Totalmente. Porque somos todos atletas. El desafío es el mismo. Todos tenemos las mismas aptitudes (para recuperarnos) aun cuando los Messi, los Beckham o los Daggett sean personas especiales. El rostro de alegría y la pose de la victoria también son iguales haciendo un gol en un Mundial o en un picado en Rosario.
—Otra clave parece ser la adaptación. En su libro, usted cuenta que un accidente le impidió seguir practicando su actividad física predilecta (running) y entonces se volcó al ciclismo.
—Me tuve que animar a soñar. Y tomar un camino diferente. "Yo puedo hacerlo", me dije. Me volví un ciclista competitivo. Y aprendí a disfrutarlo como disfrutaba corriendo. Como seres humanos, estamos criados para la adaptación. Eso también me lo enseñó Cliff Meidl. A los 20 años recibió una descarga de 50.000 voltios, tuvo que ser resucitado y sufrió quemaduras tan severas que casi pierde las piernas. Pasó por 14 operaciones e injertos. Pero él me dijo: "Yo voy a volver a competir". En lugar de correr, como hacía antes del accidente, empezó a remar. Y lo hizo tan bien que fue kayakista olímpico en Atlanta 1996 y llevó la bandera de la delegación de Estados Unidos en Sydney 2000. Eso también es el espíritu victorioso. Saber adaptarse y estar preparado para el cambio.
La pesadilla de los futbolistas
Desde Marcelo Ortiz y Franco Mussis hasta Fernando Gago y Darío Benedetto, una docena de futbolistas argentinos sufrieron durante el segundo semestre de 2017 roturas del ligamento cruzado anterior: una seria lesión de la rodilla que suele demandar como mínimo seis meses de recuperación. En marzo de este año se sumó Emanuel Mammana, quien tenía chances de ser convocado por Sampaoli para el Mundial. Para Bert Mandelbaum, quien vino al país para disertar sobre esta patología en el 54º Congreso Argentino de Ortopedia y Traumatología, la incidencia de esta lesión en el fútbol es muy alta y habría que tener "tolerancia cero" con ella. Recomienda no apurarse a volver a las canchas: "El riesgo de una nueva lesión entre los meses 6 y 9 es muy alto, y después baja". Y asegura que la adopción sostenida de cierta rutina de ejercicios que diseñó para la Fifa (por ejemplo, para aprender a aterrizar mejor después de un salto) podría evitar el 72% de los casos. "¡Ese es un número! Si yo pudiera prevenir el 72% de los casos de diabetes, infartos o ACV, no sería un médico, ¡sería un brujo!", exclama.