El monte nativo se anuncia achaparrado y marca el comienzo de la cuña boscosa.
Un par de horas más tarde, un cartel indica el destino. Hay que derivar hacia el oeste para llegar
al pueblo. Son 17 kilómetros de asfalto irregular entre quebrachales, espinillos y campos ganados
al bosque para la siembra. Los baches obligan a la marcha lenta. La mano del hombre y los extremos
que impone la naturaleza hicieron que en La Gallareta se diera uno de los fenómenos más penosos de
los últimos tiempos. El desvío intencional del río Salado y la sequía extrema marcaron la pérdida
de un ecosistema singular. Quizás el más majestuoso y menos difundido de la provincia.
A ese fenómeno se le suma el perjuicio sobre las explotaciones ganaderas de la
zona que amenaza a miles y miles de cabezas de ganado vacuno. Sus propietarios deben recurrir a
métodos alternativos que no alcanzan a configurar una solución de fondo. La amenaza está latente y
sólo es cuestión de tiempo.
Al llegar al pueblo aparece imponente una inmensa chimenea de ladrillos, ubicada
entre los enormes galpones que pertenecieron a la taninera de La Forestal. Parece que el tiempo se
detuvo, todo está intacto y una breve descripción de un lugareño le da razón a las numerosas
edificaciones de estilo inglés.
"El apuro es porque aquí los tiempos y las distancias son distintos a los de
ustedes", explica la presidenta comunal Mirta Cena. Para llegar al lugar y observar el impacto del
corte del río resta recorrer 240 kilómetros a través del monte y polvaredas de hasta 30 centímetros
que dificultan el andar.
Después de unos cincuenta kilómetros dificultosos, se toma por un camino
construido sobre el albardón del Salado. A poco de andar el monte nativo da paso lentamente a las
palmeras yatay. Kilómetros más adelante sólo hay palmeras y cauces secos de lagunas con un bello
entorno que alguna vez sedujo a los turistas. Hoy es un páramo.
El Salado. El río Salado nace en Santiago del Estero e ingresa a la provincia a
la altura de Tostado. Desde allí surca la provincia hacia el sudeste. A la altura de la ruta
provincial 13 se transforma en el límite entre los departamentos Vera y San Cristóbal y luego entre
este último y San Javier. Su recorrido es sinuoso y alimenta al rico ecosistema del extremo sur de
los Bajos Submeridionales.
Hacia el sur recibe el tributo del río Calchaquí, y los arroyos Las Conchas,
Saladillo, Pantanoso y San Antonio, entre otros, y su caudal se acrecienta. Su curso sigue hacia
Esperanza y luego a su desembocadura en el Paraná a la altura de la capital provincial.
Al ingresar a la provincia, el río abastece de agua para consumo a la ciudad de
Tostado. Aunque a esta altura es pequeño, su caudal es constante. Al llegar a la ruta 13 se
encuentra con un desvío artificial hacia los bajos naturales El Monzón de la estancia La Verdecita.
Allí funciona un coto de caza visitado por turistas extranjeros.
Esa derivación se construyó hace unos 10 años y se transformó, por la fuerza del
agua y el paso del tiempo, en un paso que deriva el 70 por ciento del caudal total del Salado.
Aunque según los lugareños, el exceso de ese sistema, nuevamente tributaba aguas abajo al cauce del
río.
Hace dos años se construyó un desvío hacia el sur, a la altura de la ruta 13
para alimentar al sistema de los bajos de El Saladillo. Esta obra, junto a otras menores
improvisadas por productores desesperados terminaron por secar totalmente el cauce del Salado. En
unos 50 kilómetros, el río está totalmente seco. Vuelve a tener agua a la altura de la
desembocadura del Calchaquí.
Por ese motivo, desde la ruta 13 hacia el oeste los campos están anegados. Hacia
el este el escaso reflujo permitió la proliferación de juncales y espadañas. El paisaje cambia y el
cauce se transforma en una depresión seca que atraviesa una región que aparece ante los ojos
desolada.
"Acá antes había vida", resumió Kern, parado en el mismo cauce del río seco.
Desde hace ocho meses no pasa agua hacia el sudoeste y afecta a una extensión de unos 50
kilómetros. "Mientras llovía, aunque el caudal era escaso no notábamos tanto el problema y lo
atribuíamos a una probable escasez del sistema en general. Pero después comprobamos que en las
etapas iniciales el agua corría constante y con buen nivel".
La urgencia. El reclamo de los productores y los trámites ante las autoridades
provinciales para que la situación se normalice se renueva todos los años en los períodos de
sequía.
"Sucede que cuando vienen las lluvias todos nos olvidamos del tema", reconoce
Kern. "Ahora estamos en etapa de gestión y pedido de asistencia a las autoridades provinciales.
Hicieron relevamientos y sobrevolaron la zona en avión. El ministro Antonio Ciancio (de Aguas,
Servicios Públicos y Medio Ambiente) dijo hace pocos días que será inflexible con los que se
llevaron el agua y están promoviendo reuniones. Pero lo que necesitamos con premura es el agua",
dice casi con desesperación.
Con certeras definiciones, Kern grafica que los tiempos de las necesidades de
los animales y del ecosistema no son los mismos que los de los funcionarios. "Esto era un gran
humedal, pero venimos de una primavera y un verano muy secos. En otoño no llovió y la situación se
puso desesperante. Los campos están totalmente secos", dice el productor.
El origen del agua. El agua para la hacienda se logra a través de bajos
naturales —cañadas— que se nutren con los desbordes del río y las lluvias, de represas
—fosas construidas en los sectores más bajos de cada potrero—, o de perforaciones en
los terrenos ubicados sobre los márgenes del Salado.
"Normalmente se consigue allí buena calidad de agua por la infiltración del
curso del río a las napas del subsuelo, pero después de casi un año de río seco, los pozos se
salinizaron y los animales no toman más.
Aunque a costos altísimos, actualmente se realizan perforaciones hasta dar con
agua buena que permita proveer las aguadas y abrevar al ganado. "Se instalan bombas que alivian la
situación, pero esto es solamente por unos días, porque en general los pozos no proveen de buena
cantidad y se secan al poco tiempo", explican los lugareños, que buscan todas las alternativas para
lograr el abastecimiento.
La zona ya perdió mucho, pero tiene todavía más por perder. De no mediar
soluciones urgentes (ver página 36), el ecosistema de la zona corre peligro de extinción, y esta
vez sería irremediable.