En el barrio la conocían y la llamaban Lucía, pero ese no era su nombre real porque hasta la había obligado a cambiarlo a lo largo de los más de 20 años que la mantuvo en cautiverio en la casa de Santiago al 3500. En esa cuadra que está a 50 metros de bulevar Seguí y a 200 del country del Club Provincial, muchos sabían de los maltratos y ayer sólo se animaron a señalar con la mirada la puerta por donde la mujer logró salir sola por primera vez y así escapar el pasado 8 de mayo pasado; una fuga que siguió con una denuncia presentada diez días más tarde y la detención de su pareja, un hombre de 57 años, el último miércoles. Privación ilegítima de la libertad, agravada por el vínculo, el contexto de violencia y amenazas, y el tiempo fueron motivos de la imputación que O.R. recibió durante la mañana de ayer en una audiencia en el Centro de Justicia Penal, donde también se definió que continuará detenido preventivamente por los próximos 60 días.
Con poco más de 20 años, y en el inicio de la relación con el hombre, la mujer llegó al barrio y se dio a conocer como Lucía. En la casa que está sobre Santiago al 3558/60, de revoque a la vista y aberturas blancas, vive el padre de O. R., y en una vivienda a la que se ingresa por un pasillo lateral, se instaló la pareja. La mujer dejaba atrás a un hijo, hoy ya adolescente, al que tampoco pudo ver en estos años.
Según su propio relato, primero en una casa de protección y días más tarde a la Justicia, siembre hubo “violencia y amenazas”, e incluso recordó que los primeros tiempos de cautiverio “los pasó atada con una cadena a la pata de una cama”. Con el paso de los años, ganó “libertad” dentro de la casa, pero “jamás salía sola, siempre lo hacía con él, desde un mandado cualquiera hasta sacar la basura a la puerta”.
Ya había intentando escapar en otra oportunidad. Fue saltando por una ventana, pero terminó internada en el Hospital de Emergencias Clemente Alvarez (Heca) y de allí, volvió a la vivienda de barrio Cura.
Los intentos de su propia familia, una hermana e incluso sus padres, de ir a buscarla también fueron frustrados. El hombre llegó a echarlos de manera violenta. E incluso en las comunicaciones telefónicas que la mujer pudo mantener con los familiares era él quien le marcaba qué era lo que tenía que decir. En las últimas horas, la víctima no sólo se reencontró con su familia, sino también con su hijo, con quien había interrumpido violentamente su relación.
La fuga
La fiscal de la Oficina de Violencia de Género, Luciana Valarella, señaló a La Capital que la mujer logró salir de la casa el 8 de mayo pasado, aprovechando que su pareja estaba en el baño y no había colocado uno de los candados que siempre trababan la puerta.
No haber estado atada desde hacía un tiempo le permitió salir a la calle, tomar un taxi hasta la estación de servicio de Pellegrini e Italia, y desde allí comunicarse con una hermana. A partir de ese momento, se inició el contacto con la Dirección de Atención de Violencia de Género y pudo ser alojada en un centro de protección de víctimas.
Denuncia e imputación
Ya fuera del alcance de su victimario y con 43 años, pudo contar lo que le sucedía y decidió, acompañada por un equipo, radicar la acusación diez días después en un Centro Territorial de Denuncia, que elevó el caso al Ministerio Público de la Acusación (MPA).
“Hicimos una primera entrevista a las 72 horas, pero lo principal fue poner en marcha un relevamiento para contextualizar el relato de ella”, indicó Valarella, y agregó: “Allí vimos que la hacía usar otro nombre, que nunca salía sola y nos pusimos además en contacto con su familia, fundamentalmente con su hermana, quien también ofreció un relato coincidente”.
Todos esos elementos fueron los que le permitieron a la fiscal allanar la casa el miércoles y detener a O. R, el hombre que mantuvo cautiva a la mujer durante dos décadas. Ayer en la audiencia, Valarella le imputó el delito de privación ilegítima de la libertad agravado por el vínculo, la violencia, las amenazas y la prolongación en el tiempo; un trámite en el que el juez Héctor Núñez Cartelle aceptó la calificación de la Fiscalía y dictó prisión preventiva efectiva por el plazo de 60 días.
“Es muy baja”, dijo la fiscal sobre la pena que le corresponderá cumplir a O. R. en caso de ser condenado, y señaló que se trata de “una figura que prevé entre dos y seis años de prisión, una condena que para nada refleja el padecimiento de la víctima”. En este contexto, adelantó que “la investigación continuará de modo de ver si hay otros elementos para sumar a la causa”.
Los vecinos dijeron que sabían que “algo pasaba”
En la cuadra de Santiago al 3500 no hubo sorpresa. A medias, o no tanto, todos sabían que “algo pasaba” en la casa a mitad de la calle. Incluso hubo quienes señalaron que fueron públicos los gritos, las discusiones e incluso algún golpe en la vereda, siempre por parte del hombre hacia la mujer que en el barrio era conocida como Lucía, el nombre que le obligaba a usar.
“Vinieron hace 20 años y siempre vivieron ahí, tenían un trato distante”, comentaron los vecinos siempre solicitando a La Capital mantener el anonimato porque “el resto de la familia sigue allí” y porque “es gente complicada”, según sus argumentos.
Los habitantes de la zona ratificaron que la mujer no concurría sola a ningún lado. “Siempre iba con su pareja, nunca sola, y era poco el diálogo que mantenían”, comentaron. Incluso una persona llegó a decir que Lucía deslizó, como pudo y alguna vez, un pedido de ayuda que no fue escuchado. “Nadie se quería meter con él”, concluyeron.