La misma filosofía y forma de trabajar repitieron sus hijos, quienes hasta el día de hoy hablan entre sí en italiano. Y esos mismos pasos siguió su nieto.
Así se convirtieron los tres en renombrados restauradores de las más importantes iglesias e inmuebles históricos de Rosario, la región, otras provincias del país y el exterior.
La Capital los visitó en el taller. Una casa que ni cartel tiene en su frente, por lo que es imposible imaginar que adentro trabajen a sol y a sombra y con música de fondo, solo tres personas que dejaron sus huellas, en varios rincones de esta ciudad.
Pusieron manos a la obra en el Palacio Fuentes (puerta principal, restauración de columnas del primer piso y pátinas y pintura artística en cielorraso del hall de entrada del Palacio Fuentes, actual Museo Internacional de la Democracia), en los vitraux de un oratorio de la Catedral, en los mosaicos y ornamentos de la Fuente de los Españoles en el parque Independencia, en los decorados y estucados de varias mansiones de bulevar Oroño.
También repararon objetos de la residencia de Angel Guido (restauraron una vieja fuente de agua para los caballos), intervinieron el mural del Aeropuerto de Fisherton (el de la virgen patrona de Rosario), realizaron una labor inmensa con los techos vidriados de la Legislatura de Santa Fe, cuyas piezas trasladaron hasta el taller). Restauraron iglesias de Corrientes, Entre Ríos, Formosa y Santa Fe, los murales de más de una escuela e innumerable cantidad de panteones.
En la vida y en muerte, en todo lo que atraviesa el arte, los Fantoni hacen magia.
Lámpara Tiffany con impronta Fantoni
Una prueba de que los Fantoni se animan a los desafíos la relata Juan Augusto cuando recuerda que un cliente le pidió una vez, con una foto en mano, que le hiciera una lámpara Tiffany (un diseño art nouveau de vidrio diseñada por Louis Comfort Tiffany).
"No sabía cómo podía realizarla sólo con la imagen, pero en un viaje a Europa, donde nadie devela demasiado los secretos, fui a un taller en Holanda, me dieron algunas puntas y la hice. Vendí varias Tiffany-Fantoni hasta que empezaron a importarlas de Brasil y China por dos pesos y ya no las hice más", se ríe, antes de aclarar que lo de "Fantoni" es un chiste, ya que los tres artesanos se meten con tanta pasión en su trabajo que, las más de las veces, se olvidan de firmarlos y ponerles el año de realización.
Bernardetta, ex responsable del departamento artístico de la empresa de vajilla Verbano y la especialista en color del taller, cuenta que en este lugar supieron pintar vidrios, mosaicos y cerámicos con esmaltes ingleses, alemanes, estadounidenses y franceses.
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Pero "nada de eso es posible comprar hoy por el precio", reconoce, aunque no se doblega.
"Nos arreglamos con lo que hay y logramos resultados de buena calidad: acá todo es prueba y error y los resultados parecen que son buenos porque seguimos trabajando con importantes obras", aseguró la mujer que supo compartir mesa de niña con Angel Guido, cuando su mamá -Adriana, también nacida y criada en la zona rural de Emilia Romagna- lo invitaba a comer al arquitecto creador del Monumento.
Aquella chiquita llamada realmente Bernardetta María Giovanna, a quien en el DNI argentino la tradujeron y rebautizaron como "Bernardina María Juana", es hoy la impronta femenina del taller Fantoni. La misma que siendo pequeñita se animó a reprender a Guido por hacer ruido al tomar la sopa.
La anécdota surge con algo de pudor cuando los hermanos Fantoni cuentan que su padre lo tuvo de cliente a Guido, pero también a otras familias burguesas de Rosario, como la del ingeniero Pedro Cristiá, con un valioso patrimonio arquitectónico y artístico, que repararon y conservaron. Hasta restauraron el vitral de la casa Buxadera en Rosario; el hombre que para esta familia de artesanos fue casi un prócer del vitraux y el vidrio: Salvador Buxadera.
También entre los clientes más fieles hubo y hay más de un representante de la curia: José Sartori, les pidió la ejecución de vitrales para la Catedral de Roque Sáenz Peña (Chaco) y el ex arzobispo de Rosario, Jorge López, "uno de los pocos religiosos que entendía algo del valor de las obras que tenía en su arzobispado", aseguró Bernardetta, también les solicitó restauraciones.
Obra religiosa acá y allá
"Nuestros padres eran muy religiosos y nosotros hemos vivido más adentro de las iglesias, trabajando, que en nuestras casas", confiesa Juan Augusto. Enumera un listado sin fin de obras realizadas en murales y vitrales de las iglesias San Antonio de Padua, San Ramón y Natividad del Señor, de Rosario; Virgen de la Merced, de San Justo o Carmelitas Descalzas, de Pueblo Esther; San Pedro, de Cañada de Gómez, Nuestra Señora de Luján, de Bigand, entre otras tantas.
"Es una pena ver cuánta obra religiosa de alto valor histórico y artístico hay tirado en las iglesias y se podría reparar", desafía Fantoni a quien quiera escucharlo.
El tercero y más joven de este equipo de artesanos, Gustavo, no solo aprendió de estos oficios y sus técnicas, mirando desde pequeño a su madre y a su tío, sino que es el que cuando no hay herramientas a mano, las inventa.
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En un rincón se ve cómo le dio forma a una máquina para cortar madera, o cuenta cómo se las ingenió para hacer una bomba hidráulica para uno de los tres hornos del taller, donde las piezas llegan a los mil grados, o armó un sistema de caños para trabajar el yeso de las bases de unas columnas a las que les habían robado el bronce.
"En Europa cada artesano en un taller hace una parte específica del trabajo. En un vitral intervienen unas ocho personas entre el artista que diseña la obra, el que hace las plantillas, el cortador, el que pinta el vidrio, el que los coloca. Acá nosotros hacemos todo, hasta me subí a 30 metros de altura a colocar láminas de oro en la nave de una iglesia", señala Juan Augusto como un valor y característica de la labor argenta.
Mientras él cuenta, su sobrino suma para esta nota una actividad más a todas las detalladas: se transforma en guía para las visitas y hace paso por las distintas salas y patios del taller mostrando los últimos trabajos o los que se están realizando.
"Estas cabezas son réplicas de dos robadas", dice mientras muestra las piezas. "
"Estas son tapas de electricidad antiguas, este es un vitraux en reparación de un panteón familiar importante en El Salvador", describe mientras lo saca de una caja y acerca a una ventana para que se vea cómo los rayos de sol se tiñen de azul, rojo y amarillo al traspasar la obra.
"Este es un león reconstituido pieza por pieza de la Fuente de los Españoles", dice al sacar la goma blanca que lo recubre y con los que se hicieron los moldes. "Estos son muebles de campo que se pulieron, se les hizo un tratamiento con cera de abeja y se recuperaron las molduras de metal", describe mientras muestra un ropero de nogal y una cómoda Mir Chaubell con mármol.
"Estos son doce pináculos de la Fuente de Los Españoles que se copiaron de los originales y se esmaltaron, y estas son plantillas de ciervos de cobre y bronce que estamos recreando porque se los llevaron de una iglesia", concluye.
Aunque no para de mostrar serigrafías y libros donde se publicaron los trabajos (y el que le regaló Guido a su abuelo, especialmente dedicado y autografiado: se titula "Latindia: renacimiento latino en Iberoamérica" y es de 1950). También comenta sobre las herramientas que usan, exhibe los rincones atiborrados de frascos con venecitas y tarros con decenas de pigmentos, pinceles de todos los tamaños, vidrios de diversas texturas, maderas y metales.
Obra y más obra. Como en un taller medieval, pero en Rosario.