"Hay días en que me quiero matar. No sabés lo que es esta enfermedad. Yo vivo en un primer piso, en la casa de mis viejos; pasan los días y no puedo verlos porque no puedo bajar y ellos no pueden subir la escalera", confía Fabián Ricci, de 50 años, un ex centrodelantero de Gimnasia de Jujuy y de equipos del campo, en Máximo Paz, que hace ocho años pelea contra la esclerosis múltiple, ese monstruo silencioso que avanza, inexorable, como aquella definición del Diego cuando la enfermera yanqui lo encanaba de la mano, en el doping del Mundial 94: "Me cortaron las piernas".
Ojos verdes, pelo largo y sonrisa de antaño, vaquero, camisa azul, campera gris Nike y zapatillas, el Gringo Ricci habla en la mesa de café con sus amigos que nunca preguntan como si todavía jugara con ellos en aquel memorable equipo de siete del Club River de acá, que no se cansaba de ganar torneos en los bravos pagos de los barrios Azcuénaga y Villa Urquiza, en el cercano oeste rosarino.
"En 2006 manejaba un taxi. Una noche de enero estaba parado por Alem, en el semáforo de Pellegrini, cuando vino un patrullero y me chocó de atrás. Me dio tal golpe, que terminé en el otro carril de Pellegrini, menos mal que no venía nadie, si no, no contaba el cuento", recuerda el Gringo el comienzo de sus desdichas.
"El cana que manejaba me dijo que se le trabó el borcego en la pedalera. Después me pagó el arreglo del auto, para zafar en la policía, y no lo vi nunca más. Igual que a los tres últimos abogados porque no tenemos para pagar y tuvimos que hacer una declaratoria de pobreza. El único abogado que se ocupó en 2006 fue el doctor Moreno, que se murió. Después tuve otros tres, que hicieron lo mismo: me hicieron firmar un papel, me pidieron unos pesos para los gastos y después no aparecieron más", narra Ricci su periplo antes de enfermarse.
—¿La enfermedad fue consecuencia del accidente?
—Eso no lo sabemos. Se me empezaron a dormir las piernas cuando caminaba. Fui a un traumatólogo por la espalda y me encontró una hernia de disco. Y en 2008 un neurólogo me pidió una resonancia de cráneo y me diagnosticaron esclerosis múltiple.
—El accidente te cambió la vida.
—A raíz del choque, perdí la posibilidad de seguir trabajando. Yo tenía una granjita en la casa de mis viejos, en el pasaje Marconi, del barrio Azcuénaga, donde había dejado a mi señora y yo trabajaba con el taxi. El doctor Renzi padre me derivó al doctor Cristian Calvo Vildozo, un neurólogo de primera que me atiende cuando lo llamo a cualquier hora, quien me dijo: "Esta enfermedad es una compañera que vas a tener toda la vida. Hay que ponerle muchas ganas".
Amigos de fierro. "Me diste en oro un puñado de amigos", reza la sabia letra de "Cafetín de Buenos Aires". Y algo de eso le pasa al Gringo Ricci, a quien acompaña en las malas una banda de unos 20 amigos de la infancia del barrio Azcuénaga. Una vez por mes, los muchachos del viejo equipo de siete, junto a otros del barrio, se juntan en el Club River o en el Club Defensores de Villa Urquiza. "Hacemos un pollos asados con ensalada, somos unos 20, más alguno que lleva a otro, con una tarjeta mínima, y lo que queda se lo damos al Gringo", cuenta el Corto Javier, el alma mater del grupo de amigos.
"En 2014 lo cargamos en la Scenic que tengo para llevar discapacitados y lo llevamos a una consulta con la neuróloga Norma Dessi, una directora del Hospital Italiano de Buenos Aires porque había una droga experimental que podía darle resultado, que en ese momento salía como un millón de pesos por mes, pero cuando fuimos a consultar con el médico del Pami nos dijo que no servía", recuerda el Corto.
"Un año le pagamos la pileta en Nueva Era, donde hacía rehabilitación con un kinesiólogo que lo atendía personalmente, y ahora lo llevamos dos veces por semana, los lunes y los viernes, a kinesiología", agrega.
—¿Qué pedirían para su amigo?
—Lo ideal sería conseguir un montacargas, o el mecanismo y nosotros hacemos el resto de la obra, para que pueda subir y bajar del primer piso de su casa, y un kinesiólogo diario. Y que el juez que tiene el juicio desde hace diez años resuelva el caso porque el Gringo tiene un 70 por ciento de discapacidad y no puede volver a trabajar.
"Todo esto lo hacen por todos los goles que les hice hacer", se ufana el Gringo, con la sonrisa pícara del pibe de antaño que vive en sus ojos verdes.