El abastecimiento de alimentos se había complicado en medio de la cuarentena establecida para contener el brote de fiebre amarilla. Los efectos de la Guerra del Paraguay fueron catastróficos en término epidemiológicos, al sumar cólera y tifus, y 1871 fue el año en que el Rosario debió cerrar su puerto, montar un cordón sanitario en el Arroyo del Medio y aislar a todo aquel que quisiera pisar la ciudad.
Se mencionaban en los diarios de la época la falta de algunos artículos de uso cotidiano como yerba y café, y la prohibición de la venta de frutas frescas en las calles de la ciudad.
De todos modos, el abasto tenía pocas normativas sobre dónde, cómo o con quién conseguir los insumos y, en emergencia sanitaria, mucho menos. No había leyes antimonopolios ni de defensa del consumidor, y las transacciones estaban libradas a la buena voluntad de los comerciantes.
Una solución a la especulación
Entre las pocas normativas, existía una ordenanza que disponía el lugar de venta de diferentes artículos, entre ellos la carne. El Diario La Capital venía informando en abril de 1871 sobre algunos abusos en la comercialización de carnes, achuras y chacinados. El 27 de abril relata las andanzas de “un ricacho” que había establecido puntos de venta cárnico sin respetar las ordenanzas vigentes. Según la norma, los puestos se debían asentar uno a tres cuadras del otro. El diario califica la situación de “injusta” e insta a la autoridad municipal a hacer cumplir la reglamentación y a hacerle observar “al infractor el deber que tiene de sujetarse a las prescripciones establecidas sobre puestos”.
El abastecimiento de carnes no estaba exento de problemas en la organización de la comercialización.
Para acorralar la especulación en el intercambio y el consumo de carne, la Honorable Corporación Municipal consideró viable la posibilidad de crear nuevas bocas de expendio de alcance popular. Así se crearon las llamadas Carnicerías de los Pobres.
La novedad se basaba en “la baratura y bien servicio de toda clase de carnes”, y buscaba poner un freno al “monopolio de ese artículo de vital importancia”.
El acontecimiento, “digno de ser saludado con una salva de 21 cañonazos”, estaba anunciado para el sábado 29 de abril, cuando se abrirían los primeros puestos en el Mercado de la nueva modalidad comercial.
La Capital anoticia el viernes 28 de abril de 1871 que el sábado abren los nuevos puestos de carne.
La Capital prometía suplir la “falta de artillería” con “otras tantas crónicas” para que la nueva modalidad no quedara reducida al “puro murmullo”. Y afirmaba que era "necesario con hechos propender á la vida y prosperidad de la nueva empresa” ya que “protegiéndola le será permitido aumentar sus favores en pro del consumidor”.
Aunque el imaginario construido por las autoridades y luego por el diario va más allá. La tragedia es aún mayor que la de no poder comprar carne, ya que la idea del “sitio por hambre” remitía a ni siquiera obtener el alimento para la subsistencia, en clara referencia bélica a una situación de aislamiento forzada.
“Matadero en 1829” en Buenos Aires / "La industria de la carne como paisaje" (Conicet/Curdiur/FAPyD-UNR)
Otro rulo de la historia
Pero como en un eterno rulo de la historia, el problema no era la guerra, ni la fiebre amarilla, ni el sitio alimentario. El principal inconveniente era el bolsillo de la gente y parece ser que la Carnicería de los Pobres era “el secreto” para el “golpe de muerte a la tiranía que pesó sobre nuestros estómagos”, el “modo de destruir la anomalía que en el país de la carne, sea éste uno de los artículos más caros”.
En el "carro listo para el reparto" de carnes, cueros y chacinados en el 1900 / Revista Monos y Monadas
En su diatriba y casi sin querer, el diario dejaba también la huella de su origen de clase o de cómo se organizaban y repartían las tareas al interior del hogar y abogaba: “Esperamos que, por cálculo, cuanto menos, cada cual aleccione desde hoy sus sirvientes a fin de que busquen los mencionados puestos”. Apelaba finalmente al presupuesto familiar ya que “esta precaución envuelve un eminentísimo principio de Economía doméstica”.
Y para que los vivos no se aprovecharan de los cándidos y los poco enseñados, La Capital exigía que los puestos estuvieran bien señalizados y se distinguieran "bajo el visible lema de 'Carnicería de los Pobres'” .