“Tiran tiros, matan pibes, consumen droga”. La voz infantil asoma desde el metro treinta que tiene uno de los chicos del Centro de Niñez Nazaret y explica así cómo es un día en barrio Tablada. Una realidad que replica a los cuatro puntos cardinales de la ciudad y que este jueves a la tarde una nutrida marcha que copó la plaza Montenegro y caminó hasta el Monumento, pudo visibilizar por las calles del centro.
“Ni un pibe menos por la droga” volvió a la escena pública tras dos años de pandemia en la que explotó el consumo, le dio mayor precocidad y desparramó la violencia por los barrios.
Para contrarrestar la captación de pibes en situación de extrema vulnerabilidad los dispositivos, talleres y centros de contención se mostraron este jueves para darle una opción distinta a muchas vidas que parecen signadas por las adicciones, delincuencia y la muerte a corta edad.
“Hay mucha violencia, a mi hermano le tiraron un tiro”, cuenta a La Capital un pibe de 15 años. A su lado hay otro grupito desde donde asoma uno de 11 años: “Robos y los chicos drogándose en la esquina”, resume para graficar la postal cotidiana.
Sin embargo, 50 chicos asisten al Centro de Niñez Nazaret, una congregación misionera que les ofrece talleres y actividades de lunes a viernes.
Dentro de los grupos concentrados en plaza Montenegro estaba una organización piquetera de Villa Gobernador Gálvez donde por Filippini, frente a Sugarosa, tienen un taller para 100 pibes. Una de sus referentes se animó a conversar con La Capital con cierta reserva. “Esto está que arde, muchos pibes se meten en los búnkers y salen soldaditos o sicarios. Tienen 14 años y andan a los tiros banda contra banda”, explica para graficar el calvario que viven los vecinos de Coronel Aguirre.
El desparpajo es total. La señora saca su celular y muestra cómo los soldaditos se filman disparando. Se escuchan en la oscuridad de las imágenes ráfagas y ráfagas de ametralladora. “Esto es de anoche (por el miércoles), ya hay muchas muertes, te roban pibitos que les limpiaste los mocos hace un par de años y ahora te desconocen por lo dados vuelta que están. Al otro día te piden perdón, están perdidos haciendo cagadas”, asegura.
Marcha "Ni un pibe menos"
Un videojuego fatal
La parroquia Nuestra Señora de Itatí, de barrio Las Flores, dijo presente este jueves con su Centro de Niñez donde acuden a diario unos 40 chicos de entre 6 a 16 años con un formato estilo deportivo: fútbol, patín, vóley y también clases de cocina.
“Estamos cada vez peor”, dice la coordinadora y da paso a la voz de los chicos. Uno de 13 años compara cómo deben moverse por las veredas de su barrio con un videojuego. “Hay muchos drogándose en la calle, tiros de madrugada, mediodía, tarde. Es como un juego donde tenés que moverte por lugares seguros y conocidos. Hay lados en los que pasar por ahí te pone en riesgo. No hay vuelta atrás, matan por matar, te descuidás y no la contás”, dice otro de la misma edad. Todos están con redoblantes y tambores haciendo ruido para darle visibilidad a sus historias.
“¿Miedo? Y.. sí, un poco, ahora hay muchos enfierrados, la situación empeoró”, apunta otro pibe.
En el Centro de Vida de Tío Rolo (comunidad del Padre Misericordioso) sus integrantes con camisetas negras y logo dorado asoman en la marcha. Ofrecen y dan talleres de prevención en adicciones a jóvenes de 15 a 25 años, en Cumparsita al 3100 en barrio Tío Rolo. También cursos, y un espacio para mujeres.
Una explosión
“Explotó el consumo, cada vez más temprano consumen marihuana y cocaína, seguro desde los 13 años en adelante”, apunta uno de los coordinadores. Los problemas se repiten al igual que el resto de las barriadas: inseguridad, droga, violencia.
El trabajo en el suroeste involucra a los Eempas de la zona y los programas municipales y provinciales para dar mayor contención. “Mientras sigamos en pie, no perdemos las esperanzas”, remarca el joven.
Marcha "Ni un pibe menos" II
“Me enamoré de la cocaína”
Otra columna de la marcha la componían los integrantes de Santuario de Fe (Provincias Unidas 2050) a cargo de los pastores Carlini y Dento.
Adrián Segovia es uno de los coordinadores más activos y cuenta a La Capital su historia. “Llegué muerto en vida, me abrieron las puertas y pude salir hace ya 6 años”, dice para recordar que consumió durante 20 años.
“Me enamoré de la cocaína”, admite y aclara que el adicto en recuperación necesita la ayuda permanente de todos.
Los grupos terapéuticos se reúnen 3 veces por semana de a 30 personas cada uno. Adictos por un lado y familiares por el otro. Los talleres también los dictan en Deán Funes e Italia, barrio La Lata, “ayudando a los pibes para que traten de zafar, y se abren los brazos a todos, sean religiosos o no”.
En los talleres se reciben, según Segovia, todos los sectores sociales: “Gente humilde, de alta alcurnia, políticos, hijos de psiquiatras. El adicto, tal como se desprende de la palabra, es un mudo y necesita hablar. Les digo a los padres que blanqueen la adicción de sus hijos y pidan ayuda”, recomienda el ex barrabrava de Central.
Una historia dura y de resiliencia: un hermano falleció al contraer HIV por compartir jeringas y otro hermano por alcohólico.