En apenas ocho meses habrán pasado diez años de la tardecita del 8 de enero de 2013 cuando, en el epílogo de un tiroteo entre dos familias, una bala alcanzó a Mercedes Delgado, quien cayó sobre la calle en Garzón, en pleno Ludueña. Las vecinas aún recuerdan cómo le gritaron "corré Mercedes", mientras ella avanzaba con las manos a los costados de la cadera y, en ese instante, un disparo la alcanzó, hizo girar su cuerpo en el aire y terminó en el pavimento (falleció horas más tarde). En esas mismas calles, cerca de una década después, morir o vivir es casi cuestión de azar. No hay horario para los tiros porque ocurren en cualquier momento, los vecinos no solo no se sientan en la vereda y mucho menos van de una casa a otra, sino que son pocos los que circulan por la calles ni siquiera al mediodía en ese ir y venir barrial de mandados y chicos de la escuela. En el centro comunitario, el San Cayetano, el mismo donde Mercedes colaboraba, las señoras ya no se quedan a conversar en la puerta mientras esperan la ayuda y adelantaron el horario de la copa de leche. Después de las 18, en la calle no hay nadie. "No se puede respirar", dicen quienes habitan en el lugar.
Ser parte o no de las redes delictivas, de las disputas por el territorio y la venta de drogas no siempre determina las posibilidades de caer muerto de un balazo y así lo repiten en el barrio. Lo cierto es que la nómina de víctimas se abulta cada vez más: Magdalena Acosta tenía 74 años y sufrió más de una decena de disparos en el cuerpo cuando estaba con su nieta de 9 años en el pasaje Rafaela al 5200; murió el 26 de abril y la nena tuvo una fractura expuesta por uno de los disparos.
Días antes, Alexis Cabral, de 25 años, recibió un tiro en la cabeza cuando estaba parado en la puerta de su casa, en Gandhi al 5500. El 16 de abril, en el marco del asesinato del "Larva" Fernández, que se había producido horas antes, Bárbara González, una mujer de 30 años y mamá de nenes, falleció cuando estaba en su casa en Gorriti al 6200 y recibió un disparo desde un auto.
Un grupo de allegados organizó para el pasado jueves una movilización para pedir justicia, la movida se hizo, pero el miedo fue determinante. "Yo a ella la conocí bien, pero quién va a ir a poner la cara a la marcha, si después vienen por los demás porque acá estamos así", afirmó una mujer, en pleno mediodía, a pocas horas antes de la marcha.
Naturalizar y seguir
"Sí, sí, balearon en la esquina de la escuela, ya están un poco más tranquilos, pero con susto", se escucha con voz serena un hombre desde un mensaje, esos que intercambian los vecinos casi todas las noches cuando oyen "cuetazos", y da los nombres de los pibes que resultaron heridos. "Dentro de lo fulero, tranquilo", aclara para añadir que están fuera de peligro, pero ahí mismo agrega que la situación "se hace invivible". Así y todo, se pregunta si aún hay algo por hacer. "Ya no sé si podemos hacer algo", cierra.
El intercambio se produjo pasadas las 20 de este martes, después de que los disparos sonaran a pocos metros de la Escuela Nº 1.027, donde todavía había alumnos cursando el turno noche. Es más, los comentarios dicen que la portera del establecimiento se salvó por poco, ya que justo había salido del edificio, para darle de mamar a su bebé, a su casa que está a solo media cuadra.
Los mensajes transcurren entre el terror del momento y la naturalización. "A mí me preocupa eso, cómo la gente naturaliza la muerte, la de uno, la del otro, la del vecino porque desde que la mataron a Mercedes a ahora la situación está no peor, mucho peor porque acá no se puede respirar", dicen las mujeres.
image - 2022-05-05T143144.654.png
Ni en esa del mediodía, de mandados y salida de la escuela, se ve circulación de vecinos por las calles.
Virginia Benedetto
Sin embargo, desde 2013 a la fecha el panorama se modificó "brutalmente" y hay cosas que ya nadie hace. Los pibes no juegan en la calle ni en los patios delanteros de las casas si es que tienen, después de las seis de la tarde nadie sale e incluso en momentos cuando tradicionalmente la gente circula, como la hora de los mandados o de la escuela, la presencia de personas es mínima.
"Ahora sí quedate en tu casa, quedate en tu casa porque acá te podés morir", repiten en Ludueña y no hay hora para los tiros: las balaceras, cuentan, se escuchan a las siete de la mañana, al mediodía, a la tarde y a la noche. "No tenés forma de saber cuándo se van a agarrar", agregan esas mamás y abuelas que ahora acompañan a los chicos hasta la puerta de la escuela, a la parada del colectivo y a todos lados.
Los ruidos de las motos hace rato que son una señal de alerta y más si pasan por delante de un lugar más de una vez. Si un desconocido pregunta por alguien del barrio, la mejor respuesta es "no sé" y eso lo tienen aprendido. "Ni aunque sepa el color de las medias le decís quién es o dónde vive porque no sabés para qué lo andan buscando", afirman entre esos modos de supervivencia que llevan a dudar de todo, incluso de ese comerciante de la cuadra al que le compran desde siempret.
"Ya no sabés si la gente trabaja bien o no", dice una mujer que algunos años atrás supo plantarse ante su vecino de enfrente y, ante la posibilidad de que pusiera un quiosco de drogas, pedirle que no lo hiciera. Hoy por hoy, quienes habitan a metros de los puntos de venta que funcionan allí ven pasar autos "bien nuevos, ninguno pobre", como dicen, y conviven con jóvenes (e incluso chicos) armados y protegidos con chalecos antibalas.
Hasta el horario de la copa de leche
Las estrategias de supervivencia son cada vez más, al tiempo que la multiplicación de las armas y la violencia las torna todos los días insuficientes. Si se vive cerca de quien "vende" la convivencia con jóvenes armados es constante y hay familias que poco habitan la parte delantera de sus casas: una bala adentro es altamente probable.
A la parada del colectivo nadie va solo porque además eso implica caminar desde el barrio hasta las avenidas por donde pasan los ómnibus: Junín o Juan José Paso.
En el San Cayetano, que funciona hace ya 38 años, también tuvieron que cambiar usos y costumbres. Los más grandes ("jubilados sobre todo", según quienes lo atienden) antes se acercaban temprano al portón de la calle Gorriti, a eso de las 9, se quedaban charlando en la vereda, esperaban la comida. Nada de eso hoy sucede: la gente va, retira la comida y vuelve a su casa. Y la copa de leche que antes era a las 16, ahora es a las 15.
"¿Y por qué va a hacer, por esto mismo, por seguridad?", marcan las mujeres ante la obviedad de la pregunta. A pocos metros, doblando por Solís, el barrio tiene un playón, que supo ser un lugar de encuentro en el barrio.
"Se cansaron de tirar tiros por ahí, así que quién va a ir a sentarse al sol". La frase grafica lo que viene sucediendo a pocos metros de allí. La situación obliga a quienes incluso en forma comunitaria utilizaban ese lugar para llevar adelante actividades al aire libre a suspenderlas.
Invivible. Irrespirable. Insoportable. Son algunas de las palabras que grafican Ludueña por estos días en el medio de una violencia feroz: "¿Qué como se vive en Ludueña? Como en Colombia, así se vive en Ludueña".