Beatriz Guido. Rosarina, hija del arquitecto del Monumento a la Bandera, escritora de cuentos, ensayos y novelas, y también guionista, además de pareja de unos de los directores de cines argentinos más destacados de su tiempo, Leopoldo Torre Nilson, de abierta posición antiperonista y agregada cultural de la embajada argentina en España, en democracia.
Esta podría ser la apretada síntesis de una vida de apenas 65 años, de una de las escritoras más mediáticas y talentosa de entre los años 60 y mediados de la década del 80. Una mujer social y literariamente polémica, quien según algunas personalidades de la comunidad de las letras, cayó editorialmente tan en el olvido como sus contemporáneas Silvina Bullrich y Marta Lynch. Aun se discute si eso ocurrió por cuestiones ideológicas o literarias.
Pero como muestra de que la ciudad que la vio nacer no es parte de esa desmemoria, este martes a las 9.30 se le rendirá a Guido un homenaje post morten con una placa en el Pasaje Juramento, a cien años de su nacimiento.
La decisión se tomó en el Concejo Muncipal por iniciativa de del concejal Carlos Cardozo (Unión PRO-Juntos por el Cambio) junto a Maria Eugenia Schmuck (radicalismo) y el edil Miguel Ángel Tessandori (Volver a Rosario). Y a las 11, habrá un panel en la Biblioteca Argentina, integrado por la doctora en Literatura Susana Rosano, la escritora Inés Santa Cruz, Oscar Barney Finn (ideólogo del homenaje, guionista y productor), Adriana Martínez Vivat (sobrina de Guido) y el escritor Marcelo Scalona.
La cita será en la sala Angélica Gorodischer.
Su obra y algunos pasos
Guido estudió letras en la Universidad de Buenos Aires (UBA) y escribió su primera novela en 1954: La casa del ángel, una historia en que los personajes están inmersos en valores religiosos y sucede una violación. Se transformó en una de las películas, en banco y negro, de Torre Nilson, actuada por Elsa Daniel y Lautaro Murúa. El filme fue galardonado como la segunda mejor película del cine argentino de todos los tiempos, en la encuesta del Museo del Cine Pablo Ducrós, en 1977 y este año en el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata alcanzó el puesto 22.
Las obras de Guido tuvieron niveles de venta extraordinarios, pero hoy no están en las mesas más importantes de las librerías. Un tímido rescate se hizo en 2001, cuando Ricardo Piglia seleccionó la novela Fin de fiesta para una colección de clásicos de la literatura argentina que editó el diario Clarín.
Fin de fiesta, publicada en 1958, es la historia de un grupo de primos huérfanos a cargo de su abuelo, un caudillo conservador de Avellaneda, quienes forman parte de un mundo de deseos perversos y juegos de poder. Termina con el presagio de la llegada del peronismo como una alternativa expectante, frente al conservadurismo y el fraude patriótico de los años previos.
Para David Viñas, el texto fue "la indudable mostración de la crisis de esos valores que el peronismo puso en la superficie” y para Jauretche, todo fue crítica. Fue siempre duro con Guido y su obra, de quien decía que era "una escritora de medio pelo para lectores de medio pelo”.
En el archivo de La Capital hay una nota de octubre de 1964 donde se anuncia que Guido disertaría sobre "Literatura y Compromiso" en un ciclo cultural, organizado por el Círculo Médico de Rosario.
La periodista Cristina Mucci escribió este año Las olvidadas (Sudamericana), donde a partir del recuerdo de amigos y enemigos, colegas y críticos, describe biografías en el que no faltan secretos, romances, odios y mitos. Allí refiere a Guido, Bullrich y Lynch y las retrata con fama comparable a la que hoy solo tienen algunos deportistas y personajes mediáticos.
"Iban a programas políticos, escribían columnas de opinión, daban entrevistas casi semanalmente. Y también rompieron barreras, avanzaron sobre prejuicios y sectores de poder que lograron transgredir. Denostadas en vida e injustamente ignoradas después de sus muertes, abrieron un camino en la literatura argentina que es necesario recuperar y reivindicar", dice.
Sobre la rosarina en particular señala Mucci: "El encierro y la evasión como marcas de clase estuvieron presentes en la vida y las novelas de Beatriz Guido desde el comienzo. La casa del ángel, su primer libro consagratorio, es un ejemplo paradigmático. Y la adhesión a las mitologías familiares, a la oscuridad de ensueños y fantasías. El tema es que Beatriz Guido llevaba todos estos elementos a la alimentación de su propia mitología, escondiendo a los antepasados inmigrantes y convirtiéndolos en una suerte de terratenientes deprimidos por la vida argentina. Como sea, era chispeante, simpática y divertida. Y muy sociable".
Y a contracorriente, en el texto hay un testimonio durísimo de Javier, hijo de Torre Nilson y también cineasta quien dice sobre Guido: “Le gustaba la obsecuencia, era una mezcla perfecta de generosidad y perversidad. Tenía bufones, gente a la que casi esclavizaba, enemigos acérrimos y personas de las que se burlaba hasta la humillación. A cambio de su obsecuencia, estos personajes obtenían pequeños beneficios y atención especial. Podían publicar algún libro, ganar un premio literario y hasta obtener cosas o dinero en efectivo. Si eras aceptado siempre recibías regalos, Beatriz tomaba cualquier cosa que había en la casa y te la daba, a veces metía la mano en la cartera, sacaba un billete todo arrugado y te lo daba. En cambio, cualquier persona que se le opusiera seriamente era cuestionada y vilipendiada. Podía incluso meter miedo. Utilizaba su fama como medio de presión y mucha gente se aprovechaba, o directamente se asustaba y decía que sí a cualquier cosa”.
La Fundación Konex de Buenos Aires le entregó en 1984 el Diploma al Mérito en novela. Murió en Madrid en 1988 a causa de un derrame cerebral.