Edgardo Monsalvo es médico, se contagió de coronavirus y fue discriminado. El profesional relata en forma minuciosa cada una de las instancias que atravesó a fines de marzo y principios de abril de este año. Tiene clarísimas las fechas, los momentos en los que ocurrió cada cosa. Los nombres, las caras, las palabras. Los gestos: los buenos y los otros.
El 2020, que ya es un año inolvidable para todos, dejará una huella inmensa en la historia de vida de este hombre de 56 años que se recibió en la Facultad de Ciencias Médicas de Rosario, hizo su residencia en el hospital Provincial y años después se instaló en Armstrong, a unos 100 kilómetros de la ciudad.
Fue allí, cuando a causa de un contagio intrafamiliar, durante los primeros tiempos de la pandemia, empezó a abrirse en él una llaga que ya está cerrando, pero de la que necesita dar cuenta para reflexionar sobre el impacto emocional que tiene el Covid-19, que afecta el aparato respiratorio, pero que puede convertirse en un arma casi letal cuando es motivo de discriminación, culpabilización y violencia.
Los carteles que colgaban algunos vecinos a médicos y enfermeros en los edificios pidiéndoles que se fueran, los escraches en las redes sociales que incluyen hasta fotos de domicilios o situaciones absolutamente personales y las agresiones en los grupos de WhatsApp tuvieron su pico cuando aparecieron los primeros contagiados, pero no han cedido del todo. Y aun cuando Edgardo Monsalvo se apura por aclarar que “el agradecimiento es mayor que cualquier queja” y que durante todo el proceso recibió grandes muestras de cariño y el apoyo inconmensurable de los colegas que lo atendieron en Rosario, lo cierto es que la pasó mal porque fue hostigado y criticado por sufrir Covid-19. Por eso hoy desea que nadie más tenga que tolerar la desdicha que ocasionan la irracionalidad y el miedo, porque en definitiva, el ser humano suele rechazar —y de la peor manera— aquello que lo aterra.
Varias semanas antes de que se impusiera la cuarentena estricta en la Argentina, los trabajadores de la salud habían comenzado a interiorizarse sobre la necesidad de prepararse y preparar a las instituciones para tener todos lo necesario para hacerle frente a un virus que había despertado en China y estaba causando estragos en Europa.
Que llegara al país era cuestión de semanas o días. El barbijo y el distanciamiento social recién asomaban como medidas imprescindibles para minimizar el riesgo de contagio y aunque la ola estaba cerca, todavía se vivía una especie de primavera por estos lados.
Con 30 años de médico, trabajando en el Hospital de Cañada de Gómez por la mañana y haciendo consultorio por la tarde, Edgardo entendió la necesidad de comprometerse todo lo posible para demorar o frenar todo lo posible las consecuencias de la epidemia, y se sumó sin dudarlo al comité de emergencia que se armó en Armstrong.
Recién aparecían los primeros casos de Covid-19 a nivel nacional. Un solo encuentro casual de pocos minutos con el novio de su hija, que es traumatólogo en un sanatorio privado de Rosario, y que contrajo el virus aunque fue asintomático, fue suficiente para que Edgardo se contagiara. Lo mismo que su mujer, también médica, y probablemente su hija y el hijo de su mujer, que si bien eran contactos estrechos y hasta tuvieron síntomas nunca fueron hisopados (pero esa es otra parte de la historia).
La cuarentena se dispuso pocos días después. Pero a esa altura este médico, que decidió autoaislarse de inmediato, al igual que su familia, ya lidiaba con el Covid-19 en su cuerpo. De todo el grupo, fue el que peor la pasó. Perdió el olfato por completo, tuvo fiebre, sintió dolores terribles y un cansancio extremo, lo que obligó a que lo internaran. Allí necesitó oxígeno (con bigotera), estuvo cinco días en sala general (dos en cuidados críticos). Salió con cinco kilos menos y una debilidad importante.
Los golpes
“Así como los médicos y enfermeros que me asistieron demostraron empatía, responsabilidad con su profesión y un amor por su paciente, también estuvo lo otro, porque cuando me dieron el alta y volví a mi ciudad no podía creer lo que estaba pasando”, rememora.
Y lo que estaba pasando no era otra cosa que una feroz campaña de ataques contra su persona y su familia. Los amenazaron hasta con prenderle fuego. Lo acusaron de movimientos y acciones “que nunca jamás fueron ciertos, pero los relatos estaban tan minuciosamente armados que muchos los creyeron”.
Hasta algunas personas que codo a codo había trabajado con él en el comité de emergencia desaparecieron y no le ofrecieron ayuda cuando más la necesitaba, según menciona.
“Cuando estuve en terapia sentía que había volcado con el auto y daba tumbos y tumbos y no sabía cuando paraba. Pero el dolor de las acusaciones y que te señalen de esa manera fue algo totalmente inesperado que me llevó a pensar a irme del lugar en el que vivo y ejerzo mi profesión desde hace 30 años”.
La recuperación
“La atención médica, la intervención de los profesionales te puede salvar pero el amor y el acompañamiento son igualmente importantes”, dice Edgardo, que recuerda que una noche, estando en terapia, uno de los enfermeros del Sanatorio Británico, donde fue atendido, se sentó a acompañarlo durante más de una hora. “Ese fue un gesto inolvidable y más que necesario, lo mismo que el afecto de colegas, kinesiólogos, personal en general, que comprenden al proceso de salud enfermedad como lo entiendo yo: desde lo científico pero también desde el afecto, el amor, y la contención, que son tan importantes como atender el síntoma”.
Edgardo volvió de a poco a sus actividades, después de varios hisopados negativos y de un aislamiento extenso. Al principio de los 12 o 15 pacientes que veía a diario solo regresaron 3 o 4. El miedo no atiende razones y la falta de conocimiento sobre el Covid-19 sumada al terror que algunos vecinos infundieron sobre quienes se enfermaban, hicieron mella. Pero la pandemia avanzó, cada vez hubo más información y conciencia de que esto puede sucederle a cualquiera y los pacientes comenzaron a acercarse nuevamente al consultorio.
“El regreso fue difícil, pero afortunadamente hay muchas personas que nunca se alejaron y priorizaron el cariño. Sin dudas el agradecimiento es mayor que cualquier queja”, comenta.
El médico ya donó plasma en dos oportunidades para los tratamientos experimentales que se están llevando a cabo. En estos días recibió la noticia de que una paciente que estaba mal se recuperó rápidamente con el suero que le habían sacado a él. “Cuando me llaman para donar, ahí estoy”, dijo con una sonrisa.
“Quizá donar sea un paso fundamental para terminar de sanar lo que todavía duele adentro”, y agregó: “El dolor que trae esta pandemia puede ser una gran materia prima para mejorar como seres humanos y sobre todo para hacernos grandes preguntas”.