La construcción de la masculinidad, el consumo problemático de alcohol y la “falta de conciencia” del poderío físico y sus vínculos con situaciones de violencia son para jugadores, entrenadores de rugby y especialistas las principales cuestiones a abordar dentro de este deporte, que “no es el culpable” pero “sí tiene su parte a analizar” en el asesinato de Fernando Báez Sosa, del que hoy se cumplen tres años.
Desde su muerte hubo quienes sostuvieron que esa disciplina es “sólo un deporte” y que “nada tiene que ver” con estos hechos de violencia. Pero quienes conocen los códigos del rugby coinciden en cambio en que este hecho obligó a “repensar puertas adentro” cuestiones propias de la identidad y la cultura rugbier, cuya relación con actos violentos “no se puede negar”.
“Eran tantos los casos de violencia y peleas entre grupos de jugadores de rugby que venían sucediendo que en algún punto todos nos creímos responsables por lo de Fernando”, aseguró Andrés Bellagamba (27), quien en aquel momento era jugador del club Deportiva Francesa de Del Viso.
Joaquín Origlio (27), que jugó durante dos décadas en Banco Nación, dijo que “si bien hay una violencia generalizada y patrones que están mal (a nivel sociedad), particularmente dentro de la cultura del rugby se exacerba un poco”. “El rugby siempre habla de ‘bancar al otro dentro y fuera de la cancha’. Quizás se tergiversa este mensaje y, en otro contexto, si le están pegando a mi compañero, en vez de entrar a separar, entro a pegar, sumado a que crecimos con anécdotas de cómo los más grandes se pegaban en los boliches. Esa es una reflexión que podemos hacer”, dijo Origlio a Télam.
A esto se suma el “poderío físico” que caracteriza a quienes practican este deporte, añadió. Para el joven, cuando estas situaciones se dan en grupo “uno se deja llevar y deja de pensar como individuo, se siente un poco impune”, y expresó que la responsabilidad y noción de riesgo “se diluye” en la masa.
Ambos jugadores coincidieron en que históricamente la violencia estuvo “totalmente normalizada” desde comentarios “discriminadores” usuales hasta golpizas “inentendibles” a quien debutaba en plantel superior.
“En los bautismos, los jugadores pasaban por un largo vestuario donde se les cortaba el pelo, se les pegaba, mordía, y se les hacía cumplir retos como ayudar a bañar a algún referente o hacer fondos con alcohol hasta vomitar”, describió Bellagamba.
Martín Lucero (44), jugador y expresidente del club Logaritmo, de Rosario, sostuvo: “Naturalizamos eso porque no teníamos las herramientas para comprender que estaba mal y hoy lo sabemos”.
Según los jugadores, aquello que para algunos era tradición hoy “no existe más” ya que, tras el crimen de Báez Sosa, la prohibición de los “bautismos violentos” fue una de las primeras medidas que se tomaron en clubes y la Unión Argentina de Rugby (UAR).
“Lo de Fernando impactó en el mundo del rugby, institucionalmente”, aseguró Lucero e instó a ser “autocríticos. No podemos desconocer que venimos de un lugar que está mal y esperamos estar en camino a uno mejor”.
“El juicio a los ocho acusados tendrá como resultado definir las responsabilidades individuales en el crimen de Fernando pero no va a poder explicar cuáles son las condiciones estructurales que facilitan y estimulan esta modalidad de ejercer violencia, tan típica del género masculino”, explicó el psiquiatra y especialista en masculinidades, Enrique Stola.
Y continuó: “Vivimos en sociedades atravesadas por múltiples poderes dominantes que van produciendo subjetividad y modelan muchas de nuestras visiones del mundo y conductas”.
Para Stola, estos episodios ratifican la “condición masculina” al lograr “cumplir con ser ‘hombre lo que se dice hombre’ tal como lo socializaron desde pequeños”.
Desde el 2020 la gran mayoría de clubes avanzó en charlas y capacitaciones sobre violencia.