Frente a la reñida carrera electoral que auguraban los sondeos, los comicios de esta semana en Israel confirmaron que el ex primer ministro Benjamín Netanyahu reconquista el poder con el sólido respaldo de Sionismo Religioso, un partido de ultraderecha populista, racista y antiárabe que se constituye como tercera fuerza política y que puede hacer tambalear los cimientos democráticos del país.
Los resultados, con el 86% de los votos escrutados, consolidan un récord de 82 escaños para partidos de derecha, independientemente de si se ubican en el bando pro-Nentayahu —Likud (32), Sionismo Religioso (14) y los ultraortodoxos Shas (11) y Judaísmo Unido de la Torá (8)— o en el bloque anti-Netanyahu, que alberga a la coalición de centro-derecha Unidad Nacional (12) y a los ultranacionalistas laicos de Israel Nuestro Hogar (5).
Así, el retorno del ex mandatario al poder resulta casi inevitable y solo se vería obstaculizado por un cambio rotundo —e improbable— de tendencia en el recuento de los menos de 700.000 votos aún por contabilizar.
Netanyahu recuperaría entonces el trono que perdió a mediados de 2021, a manos de una coalición de partidos de todo el arco político, y lo haría junto a sus socios ultraderechistas y ultraortodoxos.
“Israel ha vivido un giro ideológico. Hace tiempo que el centro del arco político se ha desviado a la derecha. La división tradicional de izquierda o derecha, basada fundamentalmente en su posición sobre la cuestión palestina o la solución de los dos Estados, ya no existe”, apunta el investigador del Instituto para la Democracia de Israel (IDI), Ofer Kenig, sobre la derechización del país.
El bloque pro-Bibi, como le llaman sus seguidores, aglutina una holgada mayoría para gobernar de 65 escaños en una Knésset (Parlamento israelí) de 120.
El bando contrario, liderado por el actual primer ministro en funciones, el centrista Yair Lapid, se queda lejos con 50 diputados, lastrado por la debacle de sus socios de izquierda, que logran el peor resultado de su historia.
“Ahora la división es entre los que abogan por un Israel como democracia liberal o los que defienden un Estado judío, populista y nacionalista. La derecha liberal es cada vez más pequeña en Israel en favor de la derecha religiosa ortodoxa y conservadora”, matiza Kenig.
Este viraje a la derecha comenzó hace tiempo, durante el largo último mandato de Netanyahu (2009-2021), pero los comicios de este martes -los quintos en Israel en menos de cuatro años- han confirmado esa tendencia y envalentonado a la ultraderecha religiosa y supremacista judía, que tiene como epítome al extremista Itamar Ben Gvir, “numero dos” de la lista pero estrella fulgurante de la esta campaña electoral e imán que atrae el voto de los más jóvenes.
Políticos, activistas, analistas y los principales medios del país de todas las tendencias, llevan semanas alarmando sobre las implicaciones de incluir al Sionismo Religioso en el gobierno y la amenaza que supone para la democracia israelí, a juzgar por las declaraciones incendiarias y actos de provocación de sus representantes, sobre todo Ben Gvir.
Tanto el líder del Sionismo Religioso, Bezalel Smotrich, como el propio Ben Gvir han expresado su deseo de usar el gobierno y el Legislativo para frenar decisiones judiciales que no les gusten -por ejemplo las que frenan la construcción de asentamientos-, quitar alas al Tribunal Supremo, en incluso eliminar del código penal delitos como fraude o abuso de confianza, dos de los tres por los que está encausado Netanyahu en su juicio por corrupción.
“Quieren secuestrar la Justicia”, alerta Gideon Rahat, politólogo de la Universidad Hebrea, quien considera “ridículo” el debate sobre si Israel debe tener o no Corte Suprema.