Washington. — Que Barack Obama sea el primer presidente negro de Estados
Unidos imponiéndose en las elecciones de noviembre al republicano John McCain depende, no por
último, de una mujer: Hillary Clinton. La ventaja de Obama es demasiado ajustada tras los cinco
meses de maratón preelectoral y demasiado grande es la frustración entre los seguidores de Clinton,
sobre todo entre las mujeres.
Si el candidato de 46 años, atractivo para las masas, a quienes muchos ya
comparan con el joven John F. Kennedy, quiere llegar a la Casa Blanca, necesita el apoyo de
Clinton. La ex primera dama, de 60 años, que durante mucho tiempo se consideró favorita, ha quedado
en "segundo lugar" tras las primarias del martes en Dakota del Sur y Montana, pero no es una
perdedora. Y así de segura de sí misma habló en la noche electoral. Convocó a sus seguidores a
Nueva York y se presentó en un atuendo azul brillante. El ambiente era de fiesta, como de una
especie de triunfo secreto.
"Quiero que los 18 millones de estadounidenses que votaron por mí en las
primarias sean escuchados y respetados", dijo a la multitud. Así habla una mujer que sabe que la
necesitan.
La pregunta de por qué ella, que era la gran favorita, quedó por detrás de
Obama, no se plantea en este marco. "¿Qué quiere Hillary?", es el interrogante del día después en
Estados Unidos. Todavía no lo decidirá. Pero con su disposición a conformarse quizá con el puesto
de vicepresidenta ya insinuó a los demócratas el camino a la victoria.
Pese a que en el campo de Obama existe una considerable oposición a esa
solución, sobre la que ya se especula cada vez más desde hace semanas, muchos reconocen que "es la
mejor opción, quizá la única oportunidad", consideraba un comentarista de la televisión CNN.
Durante mucho tiempo Hillary se mostró implacable con Obama y en la batalla lo
atacó duramente: puso en duda públicamente su competencia, asegurando que ella misma sería una
"mejor presidenta", apelando con franqueza a su experiencia como primera dama en la Casa Blanca. Su
argumento: desde el "día uno" ella ya estaba preparada para la presidencia, dijo, calificando al
mismo tiempo a Obama de "novato" sin experiencia, con lo que podría haber reducido sus
posibilidades de vencer en las elecciones. Sin embargo, llamativamente, desde hacía semanas evitaba
los ataques frontales y su retórica se hizo más conciliadora: el camino hacia un "acuerdo
amistoso", que hace semanas muchos expertos consideraban totalmente aguado, parecía abrirse de
nuevo.
Todo sea por el triunfo. Desde las filas de Obama trascendió que ya tuvieron
lugar los primeros contactos. Ahora todo parece posible. El senador sabe que debe unificar el
partido si quiere ganar, y Hillary es la respuesta. Expertos indican que ya en diversas ocasiones
hubo presidentes que eligieron a un aspirante a la vicepresidencia al que no les unía
"necesariamente un puro amor". Todo sea por el triunfo.
El problema es la magullada situación anímica interna demócrata. Sobre todo las
mujeres están profundamente frustradas de que su candidata, pese a todos los laureles anticipados,
no haya logrado ser la primera mujer candidata a la presidencia. Y Clinton no se cansa de destacar
que en todos los Estados grandes y decisivos obtuvo más votos que Obama entre mujeres, trabajadores
blancos y ancianos. Y precisamente de esos sectores depende la elección del 4 de noviembre.
Malos presagios. Las últimas encuestas alarmaron al partido, al señalar que
alrededor de una quinta parte de los seguidores de Clinton negarían su apoyo a Obama e incluso
votaría por su contrincante republicano McCain. En vista de los malos presagios, el primer
mandamiento del partido es ahora la "reconciliación". Sin la ayuda de Clinton, a Obama se le podría
escapar la victoria en las elecciones del 4 de noviembre. "El la necesita a ella más que ella a
él", resumió un comentarista televisivo la difícil relación de ambos políticos. Una cosa está
clara: Clinton no es una perdedora sin influencia y sin poder.