Las diversas declaraciones de Javier Milei reviven en el seno de las universidades movilizaciones en torno a la educación pública. Como si estuviéramos en un túnel del tiempo, aparece en la memoria el intento de “ajuste universitario” fallido que intentara el ministro de Economía Ricardo López Murphy en marzo de 2001, mientras la ministra de Trabajo, Patricia Bullrich recortaba el 13 por ciento a las jubilaciones.
Rectores, decanos, profesores y organizaciones estudiantiles reparten épicas, memorias y promesas de lucha. En medio de la discusión entre amigos, enemigos, casi amigos, dignos de desconfiar o torpes de ocasión se distribuyen las consignas o “fonemas” de declaraciones poco revisadas en el apuro de la lucha, reproducidas con mentalidad cuasivulgar y pobreza de tonalidad. La operatividad termina imponiendo una lógica de reivindicación enérgicamente automática.
La educación pública que todos ponderamos no admite demasiadas discusiones, porque no las admite en ningún lugar del globo. Nunca se aplicaron los vouchers en Chile, ni en Suecia. Solo admiten un pequeño intento frustrado durante la presidencia de Violeta Chamorro en Nicaragua. Tampoco es verdad que la investigación científica sea privada o se pueda privatizar tan fácilmente. Basta solo recordar al mismo Donald Trump respondiendo al pedido de Elon Musk cuando este le aconsejo retirarse de la política: “Cuando Elon Musk vino a la Casa Blanca pidiéndome ayuda en varios de sus muchos proyectos subsidiados, fueran carros eléctricos que no llegan muy lejos, autos sin conductores que chocan o cohetes que no van a ningún lado, con subsidios sin los cuales él no tendría valor, y diciéndome cuán fanático de Trump y republicano era. Yo podría haberle dicho ‘arrodíllate y suplica’, y lo hubiese hecho”, expresó el expresidente americano.
Vivimos discusiones de impacto que terminan vaciando las consignas históricas y distrayendo de los contenidos que realmente se dicen sostener. El pensamiento neoliberal —en cualquiera de sus versiones— siempre predica privatización en materia educativa cuando el objetivo real es la mercantilización del conocimiento, sus actores y sus relaciones. Ante ello, la universidad esboza una resistencia que termina siempre funcional, repetida y conservadora. ¿Resiste la universidad pública o resiste la corporación? ¿Lo público constituye solo una infraestructura de poder? ¿Es una tarea? ¿Es una cualidad a conseguir?
Que solo terminen menos de 3 alumnos de cada 10 que ingresan es un escándalo “tamaño voucher”. Semejante fracaso ya no admite explicaciones de valiosas experiencias u otras tonterías justificantes convocando la madurez juvenil. A esta situación, que ya tiene sus años, se debe agregar la crisis del ingreso casi encadenado con la demolición de la escuela media. Los números son un mar de ambigüedades en más de una oferta y las “carreras en crisis” son muchas y en diversas geografías. Hay estudios sobre desigualdad que bien podrían contestarse con estudios socio-económicos del acceso. Más allá que según publicaciones oficiales solo el 13% de los jóvenes de 18 a 24 años va a la universidad (tasa bruta).
Podríamos hablar de inversión y decir que cada alumno demanda 120.000 pesos mensuales al Estado o que la universidad pública cuenta entre 12 y 14 alumnos por docente. Su modelo curricular resiste a los cambios y es “un común denominador” hablar de su envejecimiento. Importante número de sus docentes son doctores, máster o especialistas, pero sus clases son optativas en buena parte del sistema y lo único relevante son los turnos de exámenes (más neoliberal no se consigue). La OCDE y sus pruebas Pisa soñarían con semejante continum evaluativo.
"El pensamiento neoliberal predica privatización, pero su objetivo es mercantilizar el conocimiento, sus actores y relaciones"
Podríamos continuar con el modelo de extensión e investigación sin olvidar la situación edilicia. La universidad cambia poco y resiste mucho. Hablar de su ineficiencia con la inversión popular es mal visto por las propias prácticas neoliberales decoradas con consignas resistentes de la corporación. Larga podría ser la descripción. Se necesita rediscutir profundamente la universidad pública. No para privatizarla sino para desmercantilizarla. La escuela media pronto será universal y ello provocará la caída de la universidad como “aspiracional popular”. Su verdad será revelada como lo es hoy la secundaria.
En 40 años de democracia, el sistema universitario ha crecido en número de instituciones y en número es estudiantes. Sin embargo, su funcionamiento interno sigue apegado al recuerdo reformista pero no a su memoria. Recordar para repetir es pelear cada día con una “lógica reparativa” que vacía políticas y enunciados. La política universitaria aún repara enalteciendo a quienes debieron haber sido y no fueron. La memoria es mandato y el mandato reformista tiene un contenido esencial: no a la corporación.
Hay dos maneras de ser universidad pública hoy. Una es ser una universidad de agenda o de adaptación. Se trata de constituir una institución versátil a la agenda que otras agencias del Estado, el mercado o la sociedad imponen e intentar reaccionar movilizando las fuerzas institucionales para convertirse en una voz presente. Muchas universidades en el mundo adoptan este modelo, el problema es que se ingresa en la competencia de legitimidades con otras organizaciones sociales más ágiles y desburocratizadas. La universidad como una ONG académica.
Otra opción es ser una universidad de transformación, ello supone una nueva puesta en valor del conocimiento y la capacidad de anticipar los escenarios que la sociedad que la sostiene deberá afrontar. Nadie niega el profesionalismo formativo, pero el mismo debe estar inserto en un norte de transformación empujado por la misma institución. La Cepal recordaba que el conocimiento es el intangible más importante del desarrollo. Por ello, gestionarlo es una cuestión delicada y la universidad tiene severas dificultades para hacerlo.
Se necesitan instituciones públicas de conocimiento explícito.
A los autores de esta nota nos cabe, en términos de responsabilidades, las generales de la ley. Escribimos como parte del problema y ajenos a toda pretensión iluminista. Al describir breve y apuradamente la universidad presente, también describimos nuestras propias biografías. Y como dice Jaron Lanier “ser critico es el último acto de optimismo”.
Las balas torpes de los candidatos provocadores deben generar transformación y no adaptación. Más universidad pública es menos mercantilización de sus prácticas. Somos partes de prácticas “corporativas” que ha llegado la hora de rechazar. Es la universidad pública que demanda el pueblo que la paga. Si no lo hacemos nosotros, lo hará el mercado.
(*) Investigadores de la UNR