1) Nuestra América (1891) de José Martí es uno de los textos más disruptivos del siglo XIX latinoamericano y uno de los imprescindibles de todos los tiempos.
1) Nuestra América (1891) de José Martí es uno de los textos más disruptivos del siglo XIX latinoamericano y uno de los imprescindibles de todos los tiempos.
Martí fue antiimperialista cuando ni siquiera al interior de las tradiciones de izquierda aún se había empezado a teorizar sobre el imperialismo, fue latinoamericanista cuando las élites del continente sólo miraban Europa o los Estados Unidos como modelos a seguir, fue indigenista cuando el discurso oficial encontraba allí la causa de nuestros “males” y “atraso”, fue humanista cuando la dicotomía civilización-barbarie dividía a las sociedades entre los destinados a mandar y a obedecer, y fue profundamente democrático, porque estaba convencido que una república plena sólo era posible bajo el protagonismo de las mayorías populares y no el de las oligarquías, como sucedía en la gran mayoría de nuestros países.
En uno de los pasajes más potentes, escribe: “La Universidad europea ha de ceder a la Universidad americana. La historia de América, de los incas a acá, ha de enseñarse al dedillo, aunque no se enseñe la de los arcones de Grecia. Nuestra Grecia es preferible a la Grecia que no es nuestra. No es más necesaria. Los políticos nacionales han de reemplazar a los políticos exóticos. Injértese en nuestras repúblicas el mundo; pero el tronco ha de ser el de nuestras repúblicas”.
Haciendo un llamado a la autonomía cultural de nuestra América, comprendiendo lo decisivo de la batalla de ideas (“trincheras de ideas valen más que trincheras de piedras”), a partir del reconocimiento de las particularidades de nuestras naciones (“pide formas que se le acomoden”), impugnando el “libro importado” y los “letrados artificiales” frente al “hombre natural” y el “mestizo autóctono”, afirmando la necesidad del “análisis de los elementos peculiares de los pueblos de América” y rechazando las “antiparras yankees o francesas”, Martí estaría fijando las coordenadas y bases para una filosofía latinoamericanista y un proyecto educativo-pedagógico autónomo, situado, democrático y popular.
“Conocer es resolver”, afirma, bajo la idea de una educación estrechamente vinculada a la realidad y necesidades concretas del país. Desafío que para ser posible debía marchar de la mano con la capacidad creadora: “Se imita demasiado (…) la salvación está en crear. Crear, es la palabra de pase de esta generación”, remata en una definición de inspiración simónrodriguista, el gran maestro de Bolívar.
2) Apodado como “El maestro de la juventud de América”, José Vasconcelos fue el más importante filósofo y educador de la Revolución Mexicana.
En La raza cósmica (1925) sostiene una tesis ambiciosa y cargada de optimismo, con el telón de fondo de una época turbulenta, con revoluciones por izquierda y derecha, la crisis del proyecto liberal-ilustrado y el diagnóstico compartido sobre la decadencia de occidente como modelo civilizatorio.
Si por un lado, ubica a América Latina como sede de una nueva civilización, la primera verdaderamente universal, nacida del encuentro y fusión de las cuatro razas históricas (blanca, roja, negra y amarilla) para dar lugar a un nuevo tipo humano: la “quinta raza” o “raza cósmica”.
Por el otro, afirma que esta nueva etapa de la humanidad, significaba el despliegue del tercer estado (ubicando a la fuerza y la razón como los dos primeros) del desarrollo cultural de la sociedad: la plenitud espiritual y la voluntad autónoma del ser humano, con epicentro en el amor (como categoría central de la filosofía clásica, en tanto vínculo que posibilita el encuentro con el otrx).
A su vez, la suma de las cinco razas más los tres estados de la sociedad, daba como resultado el número ocho, “que en la gnosis pitagórica representa el ideal de la igualdad de todos los hombres”, concluye Vasconcelos.
El libro es una poderosa crítica a los racismos que, desde el siglo XVI, habían permitido justificar el dominio, la inferioridad y sumisión de las mayorías populares frente a las élites, y de América Latina ante Europa o los Estados Unidos. Actual en tiempos como los que nos tocan vivir, de muros, físicos y simbólicos, entre países y hacia adentro de nuestras sociedades, abismos sociales, políticas del miedo y vuelta del terror de Estado en la región como dispositivos de control, fragmentación y disciplinamiento de los pueblos.
La propuesta de Vasconcelos, fundada en el hospitalidad hacia el otrx y lo diferente, el encuentro cultural, la unidad en la diversidad, el permanente estado de apertura como condición de vitalidad, el reconocimiento de la multiplicidad constitutiva de lo humano y la igualdad como desafío principal, sigue teniendo muchísimo por aportar.
Frente a las pedagogías del odio, como cultura de la indiferencia, la desconfianza y permanente sospecha sobre lo diferente, la pedagogía del amor vasconceliana, como vínculo de realización de la humanidad, a través del encuentro con el otrx, la unión de los seres humanos y la vida en común, es una pieza imprescindible para todo proyecto filosófico y educativo emancipador.
3) El maestro ignorante (1987) del filósofo francés Jacques Rancière sacude todos los esquemas preconcebidos, por más progresistas o bien intencionados que sean.
Tomando la figura Joseph Jacotoc, un pedagogo y maestro de los tiempos de la Revolución Francesa, que lleva adelante un método de enseñanza contrario a la idea de explicación, refuta la supuesta desigualdad de las inteligencias, axioma sobre el que se erigen las pedagogías modernas y dominantes.
De este modo, saca al pueblo de la condición de objeto de un iluminismo gradual y progresivo que debía llevar adelante la acción educativa de unos pocos.
La igualdad, para Rancière, es el punto de partida y el principio, más que el fin y el porvenir. No es una promesa a futuro (que, por cierto, nunca termina de llegar). Se ejerce desde el aquí y ahora. Sin principio de igualdad no hay construcción de igualdad.
Los que ubican la igualdad como horizonte, como suelen afirmar las posiciones políticamente correctas, la mayoría de las veces, en lo cotidiano, practican y reproducen jerarquías, privilegios, elitismos varios, relaciones de dominación y abismos que nos separan a unos de otros.
Ahora bien, principio de igualdad que no quiere decir homogeneidad o lo mismo. Iguales pero diferentes, como afirman sabiamente los colectivos que luchan contra la discriminación y exclusión de las minorías.
De lo que se trata es de situar al estudiante como sujeto activo y reflexivo, despertando en él la propia voluntad por el saber, a partir del reconocimiento de que todos los seres humanos tenemos igual inteligencia, estableciendo, en consecuencia, una relación horizontal entre estudiantes y docentes.
Porque el saber y la educación, como la libertad, la igualdad o cualquier otro derecho, nunca se dan o transfieren, se toman y conquistan.
(*) Es doctor en Ciencia Política, dirige los cursos de “Filosofías para la emancipación” y es profesor titular de la cátedra “Proyectos Políticos Argentinos y Latinoamericanos” de la carrera de Ciencia Política de la UNR.